“Los italianos les debemos a la Iglesia y a los sacerdotes, antes que nada, lo de habernos convertido en malas personas y gente sin religión. Luego, les debemos algo aún más grave: que la Iglesia ha mantenido y mantiene a Italia dividida”.
Así describía Nicolás Maquiavelo a principios del siglo XVI la relación entre Italia y el Estado Vaticano.
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Quinientos años años después, muchos italianos creen que la situación no ha cambiado mucho.
Juegos de poder -reales o supuestos-, intrigas y misterios siempre han acompañado la compleja relación entre los dos países.
Y es que, a pesar de ser el Estado soberano más pequeño del mundo -tiene una superficie equivalente a unas 50 canchas de fútbol y menos de 1.000 habitantes-, el Vaticano representa a más de 1.000 millones de católicos en todo el mundo.
Y su influencia va más allá de la religión, en particular en Italia, el país que le rodea y el quinto en el mundo por número de católicos, después de Brasil, México, Filipinas y Estados Unidos.
Pero, ¿existe realmente una influencia del Vaticano sobre Italia?
“Sí existe, y es, bajo todos los puntos de vistas, desmesurada”, afirma Ferruccio Pinotti, periodista del diario Corriere della Sera y autor de numerosos ensayos de investigación sobre los intereses económicos de la Iglesia católica en el país europeo.
“Esta influencia tiene, para empezar, razones históricas, ya que el Vaticano es el heredero del Imperio Romano. Y luego, porque la Santa Sede, desde antes de la formación del Estado italiano, tuvo un rol decisivo en la política, la economía, la sociedad y el sistema de valores de Italia”, dice Pinotti a BBC Mundo.
“Sin duda existe una influencia profunda de la Iglesia católica en Italia, que va más allá de los creyentes”, coincide Agostino Giovagnoli, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán. “Sin embargo, no es fácil explicar cómo se desarrolla esta influencia”.
Una historia milenaria de poder y religión
El Estado de la Ciudad del Vaticano, tal como lo conocemos hoy, nació en 1929 después del Tratado de Letrán con Italia.
Este acuerdo entre la Santa Sede y Benito Mussolini reconocía la independencia y soberanía del Vaticano, y regulaba las relaciones civiles y religiosas entre la Iglesia e Italia.
Sin embargo, su historia es mucho más antigua y se remonta a muchos siglos atrás.
A principios del siglo IV d.C., el emperador Constantino decidió erigir una basílica en un área pantanosa en la orilla derecha del Tíber donde, según la tradición, se encontraba el cuerpo del apóstol Pedro.
Pero no fue hasta principios del siglo XV, durante el papado de Julio II, cuando se empezó a construir la basílica que conocemos hoy en día, con los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina y la actual Plaza de San Pedro, que Bernini completó en el siglo XVII.
Durante aproximadamente 1.000 años los Estados Pontificios controlaron gran parte del centro de Italia, un territorio en el que los papas ejercieron su poder temporal como cualquier otro soberano europeo de la época.
Sin embargo, el proceso de unificación de Italia en el siglo XIX, llevó a la pérdida progresiva de los territorios pontificios, y la declaración de Roma como capital de Italia, en 1870, significó el fin del poder temporal de los papas.
El papa de entonces, Pío IX, incluso impulsó una disposición llamada “Non expedit” con la cual se desaconsejaba a los católicos italianos que participaran en las elecciones políticas del país y, por extensión, que participaran en la vida política italiana.
El mismo Pío IX, confinado adentro de los muros de la Ciudad del Vaticano, se declaró prisionero, dando lugar a una larga disputa diplomática, la llamada “cuestión romana”, que duró 59 años, hasta la firma en 1929 de los Pactos de Letrán.
Una parte de ese acuerdo, el “Concordato”, fue revisada en 1984 por el entonces primer ministro, Bettino Craxi. Con esa reforma se eliminó la cláusula que definía la religión católica como una religión de Estado, se hizo opcional la educación religiosa en las escuelas y se estableció un mecanismo tributario para financiar la Iglesia Católica, comúnmente denominado “8 por mil”.
La influencia en la sociedad
Actualmente en Italia más de 50 millones de ciudadanos están bautizados y dos tercios de la población (unos 60 millones) se declaran católicos creyentes.
El 29% de ellos, según daos del 2016 del instituto de estadística ISTAT, van a misa al menos una vez por semana en las casi 67.000 iglesias censadas en todo el país.
Estas iglesia y parroquias están agrupadas en 224 diócesis, que son el territorio en el que un prelado - los arzobispos, obispos, etc. - ejerce jurisdicción eclesiástica.
“Se trata de una diseminación que no se registra en ningún otro lado del mundo”, afirma Franco Garelli, profesor de Sociología de la religión en la Universidad de Turín.
De hecho, en Alemania hay 27 diócesis para 25 millones de fieles; en Francia, 100 para 47 millones de bautizados, y en España, 70 para 42 millones.
Solo Brasil, el país con más católicos bautizados en el mundo, 172 millones, tiene más diócesis: 275.
"La capilaridad de la presencia católica en el territorio italiano tiene, por un lado, un rol litúrgico, y, por el otro, constituye un tejido de parroquias, asociaciones y grupos de voluntariado que vertebran una parte importante de la sociedad".
Eso se traduce, según Garelli, en una "influencia política indirecta" ejercida por parte de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI, por su sigla en italiano), el deus ex machina para que las leyes italianas reflejen "la identidad cristiana de la nación".
El Vaticano siempre defendió el papel ético de la religión católica en la sociedad italiana.
Durante años, la Iglesia católica justificó su presencia en el debate público con el argumento de que la mayoría de los ciudadanos comparten, más o menos activamente, sus posturas en cuestiones como la defensa de la vida desde su concepción, la salvaguardia de la familia tradicional y el rechazo total a cualquier tipo de ley que permita la eutanasia.
BBC Mundo se puso en contacto con el director de L''Osservatore Romano', diario del Vaticano, y con el del diario ‘Avvenire’, editado por la CEI, pero ambos declinaron participar en este reportaje.
“Hasta hace unos años, la Iglesia consideraba que había unos valores irrenunciables para los creyentes y, por lo tanto, irrenunciables también para una sociedad mayoritariamente católica como la italiana”, explica Garelli.
“En particular, la CEI ha llevado a cabo numerosas batallas para que se mantuviera una visión católica en los temas éticos y en el rol de la familia” tradicional.
Temas controvertidos
Italia, por ejemplo, es uno de los pocos países de Europa occidental que no reconoce legalmente el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Hasta 2016 no se aprobó una ley que garantiza las uniones civiles también para las personas homosexuales, que, de todas formas, no pueden adoptar niños.
En el último ranking del 2019 de ILGA Europe, que registra el nivel protección de los derechos de las personas LGBTI en Europa, Italia se posicionaba en la posición 35 de 49 países.
Pero esta “visión católica” afecta también a otros ámbitos de los derechos civiles.
Hasta el 2014, por ejemplo, estaba prohibida por ley la fecundación asistida heteróloga - o sea, cuando el donante masculino es externo a la pareja-, y hoy en día sigue siendo muy difícil de llevar a cabo este procedimiento en el territorio italiano.
Incluso el derecho al aborto, reconocido por el ordenamiento jurídico desde el 1978, es de difícil cumplimiento, ya que se permite a los médicos negarse a practicarlo alegando motivos religiosos. Según un estudio de 2016, el 70% de los médicos italianos es objetor de conciencia.
“La Iglesia italiana sigue manteniendo un poder muy fuerte de persuasión moral sobre la sociedad italiana”, explica Giovagnoli, quien ha investigado durante años las relaciones entre el Estado italiano y la Iglesia católica.
Sin embargo, matiza: “El poder de condicionamiento institucional en los últimos años disminuyó considerablemente” desde que, en 1992, desapareció su referente político durante 50 años, la Democracia Cristiana (DC).
Un actor político y económico cardinal
“Recuerde, en el secreto de la cabina de votación Dios los ve... y Stalin no”.
Esta frase, pronunciada por el cura protagonista de la película “Don Camilo y el honorable Peppone” de 1955, describe cómo, después de la Segunda Guerra Mundial y durante la Guerra Fría, los prelados hacían abiertamente campaña electoral en favor de la DC.
“Antes de todas las elecciones, los obispos italianos indicaban claramente a quiénes votar”, asegura Giovagnoli. Esto contribuyó notablemente a que la DC estuviera ininterrumpidamente en el gobierno italiano desde 1946 hasta 1992.
Además de esta importante presencia en el tablero político, la Iglesia italiana cuenta también con un relevante patrimonio económico.
Según el Gruppo Re, que asesora el Vaticano sobre temas económicos, el 20% de los bienes inmuebles italianos son propiedad de la iglesia.
Se trata de un total de 115.000 edificios entre iglesias, oficinas, hospitales, escuelas, asilos, orfanatos, universidades, hoteles para turistas y peregrinos, terrenos y edificios residenciales. Sobre muchos de ellos el Vaticano no está obligado a pagar impuestos.
Además, a través del tributo voluntario del “8 por mil” -calculado según la declaración de la renta anual-, solo en el 2019 la Iglesia católica recibió del Estado italiano unos US$1.200 millones, que puede usar a su discreción.
El Vaticano cuenta también con un banco propio, el Instituto para las Obras de Religión (IOR, en su sigla en italiano), que a lo largo de las últimas décadas -y hasta su reforma impulsada por papa Francisco- se vio involucrado en casos de de lavado de dinero y de relaciones con organizaciones criminales.
BBC Mundo contactó con los organismo oficiales del Vaticano para hablar sobre este asunto, que rehusaron participar en este reportaje.
“El Vaticano, a través de sus instituciones financieras, tiene unos recursos y un poder enormes. Además, puede contar con un red de organizaciones como el Opus Dei y Comunión y Liberación, entre otras, que trabajan como lobbies de poder, con una enorme influencia en el mundo de los negocios”, explica Pinotti, que en el 2010 dio a conocer a la opinión pública este entramado en su libro de investigación “El lobby de Dios. Fe, negocios y política”.
“Si tuviera que resumir el nexo entre Italia y el Vaticano a lo largo de la historia, diría que se trata de una relación castradora, que impidió el crecimiento social y civil italiano”, sostiene Pinotti.
El proceso de secularización
Sin embargo, en los últimos tiempos la situación está cambiando, en particular desde que llegó el papa Francisco", matiza Pinotti.
Según este periodista, adentro de la Iglesia “hay un duro enfrentamiento entre grupos de poder más tradicionalistas, que quieren mantener su poder en la economía, en las finanzas y la política, y el Papa, que está llevando a cabo una reforma valiente de la Iglesia que molesta a mucha gente”.
Al mismo tiempo, según el profesor Giovagnoli, la Iglesia católica se está enfrentando en los últimos años a un proceso de “decristianización”, es decir, de una disminución del sentimiento religioso católico entra la población, sobre todo entre los más jóvenes.
Una investigación sociológica publicada por el sociólogo Garelli en el 2016 mostró que el número de “no creyentes” entre los jóvenes de 18 a 29 años pasó de un 23% en 2007 a un 28% en 2015, mientras que los “creyentes convencidos y activos” son un 10,5%.
En general, más de un un quinto de la población italiana nunca entró en una iglesia en el último año.
Hay otro dato que demuestra el declive de la relevancia de la religión en la sociedad: en el 2014 en se celebraron 108.000 bodas religiosas, 61.593 menos que en el 2004, pero sobre todo 127.936 menos que en 1994.
El Censis, el instituto de estudios sociológicos más prestigioso de Italia, vaticinó que a este ritmo en el 2031 no habrá ningún matrimonio católico.
Según Giovagnoli, en se está llevando a cabo un proceso de secularización parecido al que están atravesando otros países europeos de tradición católica como Francia y España, aunque de forma menos acentuada y más paulatina.
"Probablemente en los próximos años asistiremos a una transformación. Habrá menos votos católicos, pero seguirá existiendo una importante sensibilidad católica. Habrá una menor influencia sobre la política, pero una mayor influencia en las dinámicas sociales de fondo".
Y concluye: “Seguramente habrá una menor influencia económica, pero la Iglesia católica seguirá siendo un ancla de seguridad para una sociedad frágil como la italiana”.