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Agencia AFP

Decenas de miles de africanos que huyeron de la miseria y la violencia en sus países viven ahora en el sur de (), entre la amenaza permanente de ser expulsados y la creciente hostilidad de los habitantes israelíes.

Su situación volvió a saltar a la palestra a finales de agosto, cuando el Tribunal Supremo israelí decidió que el Estado no podía encarcelar durante más de 60 días a los migrantes que se niegan a ser expulsados.

Esa sentencia enfadó a los habitantes del sur de Tel Aviv, que llenaron las calles para denunciar "la condena a muerte" de sus barrios, y suscitó críticas de la coalición conservadora que gobierna el país.

El primer ministro, Benjamin Netanyahu acudió al sur de la ciudad donde posó ante las cámaras con una anciana que afirmaba tener miedo de recorrer las calles de su barrio por la noche. "Devolveremos el sur de Tel Aviv a los ciudadanos de Israel", prometió el mandatario.

Según los datos oficiales, a día 30 de junio, 38.043 inmigrantes africanos vivían en Israel, incluidos 27.494 eritreos y 7.869 sudaneses.

La ONU acusó en 2016 al régimen eritreo de llevar a cabo crímenes contra la humanidad "generalizados y sistemáticos". En cuanto a Sudán, su presidente Omar al Bashir es objeto de órdenes de arresto de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio.

A falta de poder llegar a Europa, esos africanos viajaron a Israel, un país al que pudieron acceder por vía terrestre.


- Años de espera -
Israel concede el estatuto de refugiados con cuentagotas. "Algunos [migrantes] llevan años esperando", indica Adi Drori-Avraham, miembro de la organización de ayuda para los refugiados y demandantes de asilo en Israel (ASSAF).

Según ella, aunque esos migrantes hayan cruzado la frontera ilegalmente, no están en situación ilegal, al contrario de lo que afirma Netanyahu. "Cada dos meses van al ministerio del Interior y reciben un visado (...) Trabajan y pagan impuestos", explica.

Los migrantes comenzaron a afluir al país en 2007 a través de la frontera porosa entre Israel y la península egipcia del Sinaí. Aquel año, 5.000 entraron en territorio israelí, según datos del ministerio del Interior. Y su número fue aumentando hasta que Israel decidió instalar una valla en la frontera con Egipto en 2012.

En 2013, las autoridades sólo detuvieron a 43 migrantes y las llegadas siguieron cayendo hasta ahora. En los seis primeros meses de 2017, no hubo ningún migrante interceptado.

Los migrantes arrestados en la última década llevan años detenidos en el desierto de Neguev (sur). Una vez liberados, muchos de ellos se dirigieron a Tel Aviv, donde se instalaron en Neve Shaanan, un barrio pobre del sur de la ciudad.

"Es el único sitio que conocemos, no lo hemos elegido", dice Tsgahans Goytiom, un eritreo de 30 años.

En las calles de Neve Shaanan, se ven tiendas y peluquerías africanas junto a locales de asistencia jurídica para los migrantes.


- 'Tercer mundo' -
Un grupo de residentes israelíes que se oponen a su presencia crearon el Frente de Liberación del Sur de Tel Aviv.

"Han traído una cultura del tercer mundo, mucha misoginia, machismo, homofobia y mucha falta de respeto", declara la directora de la asociación, Sheffi Paz.

El gobierno reconoce tácitamente que los sudaneses y los eritreos no pueden regresar a sus países y firmó acuerdos con Ruanda y Uganda, que aceptaron acoger a los migrantes que deseen instalarse allí.

Los candidatos a viajar a esos países reciben 3.500 dólares (unos 2.900 euros) y se les amenaza con detenerlos indefinidamente si se niegan a marcharse, afirma Drori-Avraham.

El Tribunal Supremo acaba de limitar el plazo de detención, pero Netanyahu prometió legislar para eludir esa decisión.

Goytiom, que llegó a Israel hace ocho años tras cruzar Etiopía, cuenta que unos beduinos lo secuestraron y torturaron en Sudán y en el Sinaí. Su mujer y él tienen una guardería para los niños de migrantes.

"Si hubiera una oportunidad de cambio en Eritrea, no nos quedaríamos ni un mes más aquí", asegura.

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