“Álvaro Uribe. Yo te acuso. ¡Genocida corrupto!”. Abrigada para soportar el frío bogotano, una mujer levantó un letrero escrito a mano al ver a los periodistas destacados en la puerta de la avenida séptima de la Corte Suprema de Justicia colombiana. Ella no estaba sola. Decenas se habían reunido y sostenían carteles que reclamaban “memoria, justicia y verdad”, frases que se sumaban a las arengas cuando vieron que una comitiva se acercaba al lugar.
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Era el mismo exmandatario, quien custodiado por policías, abogados y otros políticos, se disponía a entrar a la alta corte para la indagatoria por los presuntos delitos de fraude procesal, soborno, y manipulación de testigos claves.
Los gritos aumentaron, opacando las voces de los pocos ciudadanos que se dieron cita para apoyar a Uribe. La mañana del 8 de octubre del 2019 fue histórica para el país: por primera vez, un expresidente declaraba judicialmente por una investigación criminal. Siete horas y 280 preguntas después, el líder del partido Centro Democrático fue vinculado oficialmente al proceso.
En un inicio, las acusaciones en contra de Uribe (que gobernó entre el 2002 y 2010) parecían más para la tribuna que para los juzgados. En una sesión del Congreso, Iván Cepeda acusó al expresidente de tener nexos con grupos paramilitares y narcos. Para ello, el senador por el izquierdista partido Polo Democrático presentó declaraciones de antiguos paramilitares, quienes dieron forma a su tesis: Uribe habría creado un comando alterno junto a su hermano Santiago, quien pagó cárcel por un caso similar.
En el 2012, Uribe contraatacó con una demanda ante la Corte Suprema de Justicia, quien evaluó a Cepeda por presuntamente haber buscado a personas que dieran falsos testimonios. El caso concluyó (seis años después) en desestimar la acusación y, sorpresivamente, abrir una investigación formal contra Uribe. La BBC anota que las presiones en contra de los testigos habrían venido tanto del lado de Cepeda como el de Uribe.
Pero la tormenta se disipó, así como el temor de pagar entre seis a ocho años de cárcel.
Hasta hace unas semanas, cuando la misma Corte Suprema ordenó el arresto domiciliario de Uribe. Desde entonces, él pasa sus días solo en El Ubérrimo, una finca de 1.500 hectáreas cuyo nombre deriva de una anotación bíblica que hace referencia a una tierra prometida.
“Me duele, por mi señora, por mi familia, por los colombianos que todavía creen que he hecho algo bueno por Colombia –confesó a la revista “Semana”–. Me duele pensando en el futuro de Colombia [...], cuidado que ellos [sus opositores] van a la guerra jurídica, tomando segmentos muy importantes de la justicia y pueden llevar al país a esas versiones del socialismo del siglo XXI. Me duele por la democracia colombiana. Estoy indignado. Siento que estoy secuestrado por mentiras, por sesgos, por la complicidad entre unos magistrados y el joven senador Cepeda afín a las FARC”.
Uribe, sin embargo, va a dar pelea. Prueba de eso es que envió una carta en donde hizo oficial su deseo de renunciar a su escaño en el Senado. La razón: las medidas que se han tomado –que según afirma, habrían violado ocho de las garantías de un proceso justo y legal– anulan “sus expectativas para regresar al Senado”. Ayer, el Congreso votó 82 a 12 a favor de su iniciativa.
La renuncia, cuenta CNN, respondería a un intento por evitar ser juzgado por la Corte Suprema, institución que podría evaluar seguir o desestimar la acusación, en tanto aquello de lo que se le acusa habría sido cometido como senador. Luego de ello, el caso podría pasar a manos de la fiscalía o una comisión de acusación de la cámara de representantes. Por supuesto, existe polémica al respecto.
AMOR Y ODIO
Figura del partido Centro Democrático, destacado senador, mentor de Iván Duque, el presidente en gestión. Asesino, genocida, corrupto y autor de varias calamidades. Para la mitad del pueblo colombiano, Uribe es un santo; para la otra, un demonio. Para la justicia, el reo 1087985.
¿Qué hace que el expresidente sea una figura tan ambivalente?
Las encuestas lo han señalado como el político más popular del país y, en simultáneo, uno de los más rechazados y temidos. En las elecciones del 2018, se convirtió en el senador con más votos en la historia colombiana (870 mil), pero todavía muchos recuerdan que hizo una reforma constitucional con la que pudo reelegirse por un segundo mandato (2006-2010), comicios en los que ganó en primera vuelta con cifras históricas. La contundencia podría explicarse porque era el ‘outsider’.
Pero la situación parece estar cambiando y no a su favor. Los colombianos cada vez han ido conociendo más detalles de las más de 200 investigaciones en su contra. Según anotó la revista “Semana”, el Departamento de Estado de EE.UU. desclasificó cables diplomáticos en los que se hacía mención al vínculo de Uribe con el narcotráfico (sus campañas electorales habrían sido financiadas por la familia Ochoa Vásquez, miembro del cartel de Medellín). Así mismo, en el 2015, el Tribunal de Justicia y Paz de Medellín envío documentos a la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes para investigarlo por la tortura y asesinato de 15 campesinos, durante su gestión como gobernador de Antioquia (entre 1995 y 1997). En el 2018, la Sala Penal del Tribunal Superior de Medellín anotó que Uribe habría estado involucrado en la masacre en el corregimiento de La Granja.
ENEMIGO DEL PUEBLO
El crédito de Álvaro Uribe, y el nacimiento del ‘uribismo’, sería resultado de su lucha contra las FARC. La BBC recogió el testimonio del periodista Gonzalo Guillén, quien afirma que su éxito está estrechamente vinculado al conflicto armado.
“Cada vez que uno examina las denuncias que tiene Uribe, se encuentra con que se repite la misma situación –dijo Guillén al medio–: el odio y el miedo a las FARC lo protegen de todo y lo hacen más poderoso. Intocable prácticamente”.
Durante su mandato, Uribe recuperó las carreteras que se habían vuelto el feudo de los narcoterroristas, dio seguridad a los municipios más golpeados por la violencia. Además, acertó varios golpes exitosos a la guerrilla.
Y si las FARC son el verdadero enemigo del pueblo, ¿por qué el Estado Colombiano debería firmar la paz con ellos? Con ese razonamiento, Uribe apoyó el No en el plebiscito del 2016 organizado por el gobierno de Juan Manuel Santos. Entonces, los ciudadanos decidieron no terminar la guerra.
Pero todo parece anotar para lograrlo, el expresidente habría cometido delitos de lesa humanidad. Se le acusa, por ejemplo, de haberse jactado de sus victorias contra las FARC exhibiendo a “civiles asesinados disfrazados de guerrilleros”.
¿Cómo explicar, entonces, que sus índices de aprobación al final de sus mandatos fueran tan altos?
Guillén lo explicó a la BBC: “La mentalidad colombiana es de guerra y por eso la gente vio en Uribe al hombre que golpeaba a las FARC. Eso es lo que le importa a la gente. La guerra fue su gran negocio”.
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