El fin de largas dictaduras militares, un notorio auge de los homicidios, mayor desigualdad entre ricos y pobres, transformaciones en el sistema de partidos políticos, reformas constitucionales, nacimiento y crecimiento de grandes empresas, escandalosos episodios de corrupción, una guerra al narcotráfico que tuvo más derrotas que victorias y una incipiente agenda de derechos en varios países.
En las últimas tres décadas hubo profundos cambios en América Latina y, a pesar de los matices y diferencias, hay un denominador común: la democracia es hoy más estable en la mayoría de las naciones, con algunas claras excepciones como el caso venezolano.
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El Grupo de Diarios América (GDA), que cumple 30 años, se planteó como premisa saber cuáles han sido las grandes transformaciones en el continente desde aquel lejano 1991. Especialistas de once países de la región brindan un panorama variopinto que muestra una región en evolución pero con avances y retrocesos.
Veamos primero qué pasó con la democracia.
Desde Argentina, el politólogo e investigador Andrés Malamud dice que hay estabilidad desde el 3 de diciembre de 1990, cuando el expresidente Carlos Menem reprimió con éxito a un grupo de militares conocido como “los carapintadas”, que habían protagonizado sublevaciones y se llamaban así por su costumbre de usar pintura facial durante los alzamientos.
El brasileño Miro Texeira, exdiputado, abogado, periodista y ministro de Comunicaciones del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2004), opina que la libertad de prensa y los avances de la tecnología de la información garantizan la estabilidad democrática en su país, lo cual no sucedía tres décadas atrás a su juicio. Mientras, el economista Sérgio Besserman, presidente del Instituto Brasilero de Geografía y Estadística en el segundo gobierno de Fernando Henrique Cardoso (1999-2003), responde “sí y no” a la pregunta de si hay más estabilidad democrática. Cuenta que las instituciones evolucionaron y, en ese sentido, “la democracia es más sólida”, pero aclara que la desigualdad sigue siendo “una cicatriz profunda” y un campo abierto a los populismos, “incluso algunos de naturaleza autoritaria”.
Desde Chile, el canciller Heraldo Muñoz del segundo gobierno de Michelle Bachelet (2014-2018) opina que, a pesar del estallido social de 2019, en su país existe hoy “una democracia más inclusiva, con más presencia de mujeres en la vida pública, así como de pueblos originarios, personas con discapacidad y diversidad sexual. Además, la elaboración inédita de una nueva Constitución muestra que la democracia es “vibrante”. Y la economista Bettina Horst, directora ejecutiva del Centro de Estudios, Libertad y Desarrollo, admite que, como hace 30 años, hoy volvió la pregunta de cuán estable es la democracia. “Volvemos a las mismas incertidumbres pero en contextos totalmente distintos: la pregunta es cuál es la democracia que vamos a tener de acá a futuro y cuán democrática va a ser”, dice.
La democracia colombiana, en tanto, es más estable porque “los narcotraficantes ya no están en condiciones de plantear una guerra al estilo de Escobar contra los altos funcionarios del Estado” y además “no hay una guerrilla que amenace con la toma del poder”, afirma el analista político Hernando Gómez Buendía, editor de la revista académica Razón Pública. Y, aunque la inconformidad se agravó con la pandemia, agrega: “Con la Constitución del 91, el multipartidismo, la descentralización, el mayor número de cargos elegidos, las figuras de democracia participativa y el surgimiento de las nuevas ciudadanías, esa democracia es más abierta o capaz de recoger las presiones sociales”.
Desde Costa Rica, Constantino Urcuyo –especialista en Relaciones Internacionales y Teoría Política- dice que la pregunta “es dificilísima” y entonces cuenta: el sistema político es más inestable porque “se desplomó y no fue sustituido por un sistema de partidos articulado”, pero al mismo tiempo las instituciones fundamentales de la democracia se mantienen. Esto es, “el sufragio es libre y puro, la Sala Constitucional funciona adecuadamente e imparte justicia constitucional de alto nivel”.
En tanto, el doctor en Ciencia Política salvadoreño Álvaro Artiga responde: “Hace 30 años no era democracia”. Luego aclara que ha habido un régimen híbrido que mezcla elementos democráticos para el acceso al poder, pero recién desde 2009 la Sala de lo Constitucional comenzó a controlar la constitucionalidad de actos del Ejecutivo y del Legislativo. “Ahí empieza a emerger ese control, que es una parte importante del ejercicio democrático. Después se creó el Instituto de Acceso a la Información Pública, la Sección de Probidad de Corte Suprema comenzó a operar y se creó la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos. Pero eso poco que comenzaba a caminar, falló a partir de 2019 y ya concretamente en 2021″, lamenta el especialista.
¿Y qué pasa en México? El académico José Woldenberg, primer presidente del Consejo General del Instituto Federal Electoral, advierte que la de su país es “una democracia con muchísimos problemas”, pero con instituciones más fuertes. “Hay mucha violencia, mucha inseguridad, una economía que no crece, mucha pobreza, desigualad, corrupción. Es un contexto muy adverso, pero tenemos instituciones como el INE, una buena legislación en la materia, partidos, órganos de la sociedad civil más fuertes que en el pasado”, opina.
Y, desde el Perú, el exprimer ministro Pedro Cateriano asegura que la de su país es una democracia “más estable pero débil”, que “ha podido sancionar a los corruptos, meter a la cárcel a (Alberto) Fujimori y detener a presidentes que han sido acusados”. En ese sentido, considera que el país ha avanzado mucho: “En el Perú, cuando culminaban las dictaduras, simplemente quedaban impunes”. Mientras, la politóloga Milagros Campos –excomisionada para la Reforma Política- advierte que hay democracia sí, pero con instituciones frágiles. “Hemos pasado por momentos de gran inestabilidad política; dos de ellos, la crisis del 2000 y la crisis del 2020″, relata.
En cambio, Puerto Rico es uno de los casos donde el panorama es negativo. Mario Negrón Portillo, catedrático del Departamento de Administración Pública de la Universidad de Puerto Rico, dice que hace 30 años la situación no era necesariamente mejor “pero tenía más estabilidad”. A su juicio, un buen ejemplo son las protestas de 2019, que causaron la renuncia del ahora exgobernador Ricardo Rosselló Nevares, así como los problemas con la gobernanza de la Comisión Estatal de Elecciones. Hoy la autonomía de la isla está en entredicho con la imposición de una Junta que decide sobre todos los asuntos económicos.
Y, en el sur, Uruguay es hoy “una democracia significativamente estable, más que en aquel tiempo”, dice el analista Ignacio Zuasnabar, director de la consultora Equipos Consultores. Y recuerda que a inicios de la década de 1990 aún había “heridas recientes y amenazas latentes” tras una dictadura que se extendió desde 1973 a 1985. Hoy, afirma, en Uruguay hay “partidos políticos fuertes, una rareza en el mundo”, existe alternancia plena “en transiciones ejemplares”, las instituciones funcionan, las reglas se cumplen y el clima político continúa siendo de respeto. Según Latinobarómetro, los uruguayos son quienes más creen en la democracia y confían en sus instituciones en América Latina. Y el expresidente Luis Alberto Lacalle, quien gobernó entre 1990 y 1995, coincide en que hoy allí el sistema es fuerte porque casi todos lo respetan, “aunque haya minorías que no creen en él”.
En Venezuela, por último, no existe hoy democracia. “Todo el sistema electoral está diseñado para que el sistema comunista se mantenga. En Venezuela no hay elecciones, hay votaciones. Aquí hay un sufragio que es manejado por el régimen”, dice Mirla Pérez, investigadora del Centro de Estudios Populares Alejandro Moreno.
LOS CAMBIOS, PAÍS A PAÍS
¿Y cuáles son, en concreto, las principales transformaciones en estas tres décadas?
Primero Argentina: el politólogo Malmaud sostiene que pasan por la estabilidad democrática, la inestabilidad económica y la dualización social: “Pobres y ricos están cada vez más lejos entre sí”.
En Brasil, Teixeira sostiene que lo principal es “la seguridad de que todos viviremos con las libertades del régimen democrático” mientras la situación social “continúa dramática, agravada por la pandemia”. Y el economista Besserman afirma que el más importante avance es la presencia de todos los niños en las escuelas, aunque “la calidad de la enseñanza diste de lo ideal”. También marca como relevante, aunque en sentido contrario, el “fracaso completo” del saneamiento básico.
El mayor cambio en tres décadas en Chile, según el excanciller Muñoz, fue la transición de la dictadura a la democracia, sumado al mayor crecimiento económico y progreso (pero con un “agotamiento del modelo económico hacia la tercera década”) y la modernización, aunque con una brecha digital. Mientras, la economista Horst destaca que a inicios de la década de 1990 se empezaron a firmar distintos tratados de libre comercio y el gobierno avanzó en una rebaja importante de los aranceles, lo que “cambió el juego”. Además, menciona la asociación publico-privada en infraestructura, la creación de un servicio civil y un sistema de alta dirección pública en el Estado, la caída de la pobreza, el acceso a la educación superior y por último una caída en la confianza en el sistema producto de escándalos en materia de corrupción, estancamiento de la economía y de la tasa de ocupación.
Desde Colombia, Gómez Buendía recuerda que hace 30 años los temas que dominaban el panorama noticioso eran cinco: la guerra contra el cartel de Medellín, la Constituyente de 1991, el comienzo de la escalada militar de las FARC, la agonía del Partido Liberal y la llamada “apertura” de la economía. “Estos cinco procesos dejaron huellas duraderas e imprevistas”, afirma el analista, y dice que la historia de las tres últimas décadas “ha sido desarrollo o consecuencia de aquellos cinco procesos”.
Y entonces relata que la muerte de Pablo Escobar aseguró la preminencia del cartel de Cali. También que la Constitución de 1991 “refundó la nación colombiana, adoptó un régimen en teoría garantista, agrandó notablemente el tamaño del Estado, expandió los servicios sociales, destruyó el bipartidismo y lo reemplazó por un caos de partidos”, entre otros cambios. La escalada militar de las FARC, en tanto, llevó a la elección y reelección de Álvaro Uribe, quien detuvo el avance y “polarizó al país en las mitades que siguen hasta ahora”. El Partido Liberal, coconstructor del país durante el siglo XIX y casi hegemónico hasta el final del siglo XX, “fue destruido por la Constitución del 91 y rematado por el proceso 8.000″. Por último, la apertura económica fue el giro más importante desde la década de 1930 porque cambió el enfoque dirigista por uno de eficiencia.
El fin del bipartidismo –el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) y el Partido Liberación Nacional (PLN)- fue una transformación “crucial” en Costa Rica, afirma Urcuyo. En el terreno económico menciona el esquema neoexportador, que se fortaleció. “Pero a la vez hemos tenido fracasos en cuanto a política de distribución del ingreso”, resume el especialista. Por último, menciona cómo se transformó el entorno del país: “Una dictadura en Nicaragua, un narcogobierno en Honduras, un populismo exaltado en El Salvador y, por otra parte, los fenómenos de corrupción y de persecución de jueces y fiscales en Guatemala”.
En El Salvador, el principal cambio ha sido la reforma política pactada en 1992 entre las fuerzas que estaban en el conflicto armado -la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y el gobierno de turno-, “que supone la superación del régimen autoritario militar que estaba vigente desde 1930″, dice el politólogo Artiga. Pero advierte: “No le he dicho que hayamos llegado a una democracia ni nada de eso”.
Diferente es la situación mexicana, donde -según Woldenberg- la principal transformación fue haber transitado de un sistema de partido casi único a un sistema plural de partidos; “haber pasado de elecciones sin competencia a elecciones altamente competitivas, y haber pasado de un mundo de la representación básicamente monocolor, ocupado por un solo partido, a uno de representación diverso, en el que están presentes integrantes de diferentes corrientes político-ideológicas”.
Desde el Perú, el exprimer ministro Cateriano sostiene que el gran cambio es “ideológico y político contra las ideas estatistas y populistas que inspiraron y ocasionaron el quiebre económico del Estado”. Ese cambio de ideas se impulsó, a su juicio, durante la campaña presidencial de Mario Vargas Llosa en 1990. “Se introdujo ideas para tener el criterio de un Estado reducido pero eficiente (…) Si bien Vargas Llosa perdió las elecciones y la presidencia en 1990, en el campo ideológico y económico derrotó a Fujimori y a Alan García”. Pero también menciona la derrota del terrorismo y la apertura de la economía al mundo a través de los tratados de libre comercio. Para la politóloga Campos, en cambio, un momento “muy importante y revelador” es que a partir del 2000 se logró “que los gobiernos se encaucen en la Constitución”.
“La isla empeoró, eso ha sido evidente”, asegura Negrón Portillo, el catedrático puertorriqueño. Y se refiere a la administración pública: “El gobierno, como institución, no funciona. Tiene dificultades hasta para proveer los servicios más simples. No siempre fue así”. La otra gran transformación, a su juicio, fue el modelo económico: la economía cayó cuando se eliminaron los incentivos industriales del gobierno de Estados Unidos. “Aumentó la emigración, se redujeron los nacimientos, la población se redujo y en términos sociales se percibe más intolerancia y se agudizaron problemas como la violencia de género. Todo va de la mano”, afirma.
En Uruguay el principal cambio tiene que ver con las comunicaciones, dice el politólogo Zuasnabar. La accesibilidad de los servicios de internet de alta calidad y la red de telefonía celular de amplísima cobertura “han transformado al país en su forma de comunicarse” y ha sido la plataforma para el desarrollo de industrias, como la del software, que hoy son competitivas a nivel global. Pero el analista también menciona cambios en la matriz productiva (“el turismo ha incrementado significativamente su volumen y la cadena forestal se ha integrado con fuerza a los productos tradicionales del país”), una integración comercial con el mundo “más amplia y diversificada” y reformas institucionales, como en la seguridad social, el sistema de salud, relaciones laborales, el sistema tributario y el sistema electoral. El expresidente Lacalle, en tanto, menciona como gran cambio “haber recuperado la legitimidad de origen del poder” y destaca la reforma constitucional de 1996, “que democratizó los partidos políticos”. Por último, menciona la derrota de la inflación: inició su gobierno en 1990 con 130% y hoy “nadie la concibe de dos dígitos”.
Para cerrar, el complejo panorama venezolano: hubo un cambio en la percepción de la violencia, la ruptura del orden constitucional y una crisis humanitaria. La transformación en el tema seguridad se inició a fines de la década de 1980, recuerda la investigadora Pérez, con las protestas conocidas como el Caracazo, que abrieron “el dique de la delincuencia en el país”. Y, sobre el cambio en el orden constitucional, advierte: “Ya en 2021 la contención está en el piso, y por eso hablan directamente de un Estado comunal”.
* El Grupo de Diarios América (GDA), al cual pertenece [este diario], es una red de medios líderes fundada en 1991, que promueve los valores democráticos, la prensa independiente y la libertad de expresión en América Latina a través del periodismo de calidad para nuestras audiencias.
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