La recibieron algunos aplausos de respeto, y salió ovacionada por una multitud, cual estrella de rock. La noche en que la canciller alemana Angela Merkel comió en Don Julio, la reconocida parrilla del barrio porteño de Palermo, fue, para su dueño, “inolvidable”.
Pablo Rivero no acostumbra a hablar de sus clientes –que van desde vecinos y artistas de todo calibre, hasta líderes políticos mundiales–, pero por Merkel hace la excepción. “Es una persona tan admirable que vale la pena decirlo, no lo quiero callar”, confiesa, en diálogo con LA NACION.
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La reserva para la cena la había hecho la embajada de Alemania con más de medio año de anticipación, en cuanto se confirmó que la cumbre del G-20 de 2018 tendría lugar en Buenos Aires, con el entonces presidente Mauricio Macri como anfitrión. Merkel pidió puntualmente conocer Don Julio porque el restaurante resuena entre alemanes, y ha aparecido más de una vez en la radio y la televisión del país europeo.
La información, sin embargo, nunca se filtró. Ningún cliente estaba al tanto de que comería al lado de una de las mandatarias con mayor peso a nivel mundial, quien el próximo domingo empieza a transitar el final de sus 16 años de mandato, tras la celebración de unas elecciones en las que no participará.
Esa noche del sábado 1° de diciembre de 2018, la canciller alemana llegó a la esquina de Gurruchaga y Guatemala con el mismo saco rojo que había elegido vestir desde la mañana, para participar de la jornada de cierre de la cumbre internacional.
Resguardada por un operativo de seguridad que no fue “ni ostentoso ni hostil” –según detalla Rivero–, Merkel se sentó en una mesa con cuatro acompañantes; entre ellos, su número dos, el vicecanciller y ministro de Hacienda, Olaf Scholz, hoy candidato a las elecciones del próximo domingo.
La canciller leyó la carta, aceptó sugerencias, y optó por probar una variedad de opciones, que compartió con los suyos. No se le había armado ningún menú. Pidió mollejas, embutidos, bife, entraña y tiras de asado; como maridaje, un vino Malbec. “A los alemanes les gusta mucho el vino argentino”, cuenta el dueño de Don Julio, quien antes de la pandemia del coronavirus recibía a diario, en su restaurante, a cientos de turistas.
El broche de oro en la degustación de platos argentinos fueron los panqueques con dulce de leche y el queso y dulce, las alternativas más tradicionales que ofrece Rivero, y que, según afirma, Merkel ansiaba probar.
Además de inolvidable, para el empresario la noche fue “fluida” y la líder de la mayor economía de Europa “disfrutó plenamente de la comida y de sentirse como una clienta más, aunque de por sí especial, dado que es imposible que no se destaque su porte”.
Merkel fue al toilette sin acompañantes, interactuó con los comensales que se le acercaron a hablar y no dejó de sonreír. Una de las fotos más memorables de aquel sábado, junto a los parrilleros, da cuenta de esto. Merkel se lanzó a saludarlos y a agradecerles por el servicio. Incluso, pasó a la parrilla para verlos asar. “El gesto fue enorme”, dice Rivero.
Para las 21.30, la noticia se había difundido y una multitud de personas esperaban a las afueras de Don Julio la salida de la mandataria, con las cámaras de sus celulares encendidas, carteles y hasta ramos de flores. “Se había armado una suerte de pasillo y parecía que salían los Rolling Stones”, describe el empresario gastronómico, y agrega: “Colmaron la calle todos los alemanes que estaban en Buenos Aires y la llenaron de halagos, el clima era de fiesta”.
Dos visitas
La visita de Merkel de 2018 fue la segunda que hizo a la Argentina en carácter oficial. Se había reunido con Macri en la Casa Rosada en junio de 2017, quince años después de que el último canciller alemán –Gerhard Schröder– pasara por Argentina en 2002, durante el gobierno de Eduardo Duhalde.
Aquel diciembre aterrizó en Buenos Aires en un vuelo de línea de la empresa Iberia, tras problemas técnicos en el avión gubernamental, y se cambió en el aeropuerto para llegar a tiempo a la gala del Teatro Colón, en donde la esperaba una silla libre en el palco presidencial.
“La simpleza con la que demostró manejarse fue muy inspiradora. Es la mujer y la mandataria más importante del mundo, y se comportó como una más. Entonces, eso es inspirador”, insistió Rivero, quien abrió las puertas de Don Julio en 1999, con 19 años, y, desde entonces, construyó una marca de prestigio que incluye el respeto a la intimidad de sus clientes.
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