El jurista Luis Moreno Ocampo (Buenos Aires, 1952) vio hace poco la película “Argentina, 1985″. En la pantalla, una versión suya de 32 años recibe la tarea de reunir en tiempo récord las pruebas de los atroces delitos cometidos durante la dictadura militar en Argentina y de demostrar que nueve comandantes de las Fuerzas Armadas lo sabían todo. Tal como ocurrió en la vida real, el personaje que se inspira en él nunca lloró. “Mi rol de investigador me bloqueaba. Pero una semana antes del juicio tuvimos un receso y vi en el cine ‘La historia oficial’. No paré de llorar”, dice por teléfono.
El fiscal adjunto del llamado Juicio a las Juntas –en el que se condenó a cadena perpetua al dictador Jorge Rafael Videla y a otros mandos militares– se dedica ahora a la vida académica y, curiosamente, enseña cómo las películas definen la narrativa de los crímenes de guerra y la justicia. También acaba de reeditar su libro “Cuando el poder perdió el juicio” y se da tiempo para conversar con la prensa sobre las amenazas que acechan a la ley.
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—Tenía 32 años y nula experiencia cuando se volvió parte de un juicio crucial para la historia de Argentina. ¿Cómo se unió al caso que lideraba el fiscal Julio Strassera?
Julio me llamó. Tenía problemas para formar un equipo porque mucha gente de los tribunales no estaba interesada en participar. Yo estaba fascinado. Trabajaba en ese momento como profesor y también preparaba dictámenes del procurador general de la nación frente a la Corte Suprema. Yo nunca había trabajado como fiscal en un juicio. Le dije a Julio que no tenía ninguna experiencia. “Mucho mejor porque tenemos que inventar algo nuevo”, me dijo él.
El Juicio a las Juntas militares se hacía por el código militar que era muy flexible y nos permitió hacer cosas que en Argentina no se hacían. De miles de casos elegimos 700, los fiscales investigamos, por primera vez en el sistema federal argentino se hizo un juicio oral y público, lo que permitió un mayor impacto del juicio. Por cinco o seis meses los diarios publicaban los relatos de los testigos y gente como mi mamá, que estaba en contra, aprendió lo que significaba lo que había ocurrido. La explosión de la verdad transformó la transición democrática argentina.
—En la película es usted quien propone incluir a más jóvenes en el caso. ¿Cómo influyó la juventud de parte del equipo en el proceso?
Julio me dio la tarea de hacer la investigación. Yo quería juntar a ocho chicos, muy chicos, pero con una pasión y dedicación absoluta. Nosotros estábamos obsesionados con que esto saliera bien. Fue increíble la dedicación y la pasión que le pusieron. Julio anunció por los diarios que estaba buscando pruebas para juzgar a los comandantes y la gente le creyó y se acercó. Nosotros básicamente recibimos a la gente. La investigación la hacíamos porque la gente nos venía a ver a nosotros, no al revés. Eso permitió que este grupo de chicos muy jóvenes lograra en cinco meses una investigación inmensa.
—Ha dicho que no solo tenían que convencer a los jueces, sino también a personas como su mamá, que apoyaban a los militares. ¿Por qué era tan difícil lograrlo, aun con pruebas?
Argentina estaba muy dividida, había gente que sentía que lo más importante era que el gobierno militar había terminado con la guerrilla, pero el gobierno militar nunca dijo cómo lo hizo. Mucha gente como mi madre estaba contenta de que no hubiera más guerrilla y sentía que cuestionar a los comandantes era apoyar a la guerrilla. Había una división muy complicada, por eso fue muy importante que el juicio fuera muy técnico. Nosotros no hacíamos política, para nosotros la muerte estaba mal y nada más. El testimonio de las víctimas que sobrevivieron transformó la narrativa de lo que había ocurrido.
—Su mamá o el hijo de Strassera son voces relevantes en la historia. ¿Prueban que no era un tema solo de jueces y fiscales? ¿Cuál fue el rol de la ciudadanía?
Es que la ley no es para jueces y fiscales, es para la gente. En un mundo tan fragmentado, la ley es la que nos permite estar juntos y el juicio criminal es el ritual más increíble del mundo porque permite que estén juntos los asesinos y sus víctimas y que tengan un diálogo formal a través de sus testimonios. La ley nos permite interactuar aun con los asesinos de nuestras familias.
—¿Cuán difícil es en el mundo de hoy, con tanta desinformación, convencer a la ciudadanía?
Yo nunca pude convencer a mi mamá. Mi mamá se convenció cuando vio las pruebas. El juicio público tiene ese impacto.
- Luis Moreno Ocampo fue el primer fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI). En el cargo (2003-2012) logró procesar a varios jefes de Estado por crímenes de lesa humanidad.
- Actualmente enseña en la Escuela de Arte Cinematográfico de la Universidad del Sur de California. Ha dado clases en Harvard y Stanford.
—¿Cómo queda uno desde el lado humano después de participar en un juicio como ese? ¿Recuerda los nombres de las víctimas?
Claro, yo me acuerdo de todo. Cuando empezamos encontramos que teníamos que investigar un hecho imposible de investigar. Nadie sabía quiénes eran los secuestradores, no había pruebas de que los comandantes hubieran dado las órdenes oficialmente, era toda una masa de información que no tenía sentido para un juicio penal. Tuvimos que organizar la información, mostrar que los secuestros habían ocurrido en todo el país y por muchos años y por las diferentes fuerzas, lo que nos permitía demostrar que era un sistema, no un hecho aislado. Logramos demostrar que, con todo lo que había ocurrido, la única conclusión posible era que los comandantes habían aprobado ese plan.
—Dice en su libro que el tener a Videla a un metro de distancia el día de la acusación fue un privilegio. ¿Cómo recuerda el día del veredicto?
Para nosotros el día más fuerte fue el alegato final porque les contamos a los jueces lo que pensábamos. Y que toda la gente terminara apoyando el “Nunca más” de Julio Strassera fue nuestro momento cumbre. El veredicto en realidad tuvo absoluciones, fue un momento más complicado, pero fue igual que ganar el caso.
“El juicio criminal es el ritual más increíble del mundo. La ley nos permite interactuar con los asesinos de nuestras familias”.
—Ustedes afrontaron el proceso judicial en medio de una frágil democracia, con grandes cargas de presiones, amenazas e incertidumbre. ¿Viéndolo en retrospectiva, sabían realmente a qué se enfrentaban?
Yo creo que éramos plenamente conscientes de las dificultades, pero también de la importancia de hacerlo.
—¿Sintió miedo?
Las amenazas no nos afectaban. Yo cada mañana subía a mi auto y cuando daba vuelta a la llave abría la puerta para que, si había una bomba, la onda expansiva tuviera menos poder. Como no explotaba, salía y me iba a la oficina. Era como si fuéramos ajenos a eso. Nos habían encomendado única, era un privilegio, había que hacerlo bien.
—¿Cómo fue la relación del equipo luego del caso? ¿Mantienen contacto?
Yo no vivo en Argentina, pero cuando voy muchas veces nos juntamos. Hay un restaurante en Buenos Aires que se llama Edelweiss, donde nos juntábamos y aún ahora vamos. Ahí lo vi por última vez a Julio, un año antes de su muerte, con todos los chicos de la fiscalía.
—”Argentina, 1985″ se mantiene con gran acogida y ha reflotado la importancia de la memoria. ¿Cuán necesario es para el país revisar sus fantasmas?
Es fundamental. El líder colombiano Francisco de Paula Santander dijo esta frase: “El ejército nos dará la independencia, la ley nos dará la libertad”. Creo que se trata de eso, recordar cómo la ley puede funcionar contra la gente con mucho poder es fundamental no solo en Argentina, sino en el mundo. Usted me llama desde Perú y la próxima semana estamos armando en Harvard una reunión sobre este tema. Me parece que la película trasciende el episodio en Argentina.
—Argentina vivió hace unas semanas un episodio disruptivo con el atentado contra la vicepresidenta Cristina Kirchner. ¿Qué nos dice esto de la situación actual del país?
Yo vivo en California, pero Argentina está muy crispada. Creo que las herramientas de social media en lugar de conectarnos nos dividen en grupos, en tribus, y nos hacen pelear. El atentado contra la vicepresidenta fue gravísimo y lamento que los principales partidos políticos argentinos no lograron hacer una marcha común contra lo que pasó. Justamente por eso tenemos que trabajar para mostrar que en el mundo en el que vivimos vamos a convivir con gente muy diferente a nosotros. Las tribus tienen que aprender a estar juntas, no pueden matarse unas a otras porque las tribus del siglo XXI van a tener armas atómicas y electrónicas. Si queremos sobrevivir no podemos permitir que la guerra sea la forma de resolver conflictos, tenemos que inventar otras.
—¿Cuál es el peor enemigo de la Justicia, aquello que impide que se imparta en estos días?
Debe quedar claro que la ley no es solo para los jueces y fiscales. Si los jueces y fiscales aplican la ley, pero los líderes políticos ignoran la ley va a haber un conflicto permanente y los líderes políticos van a hacer fuerza para que los jueces y fiscales no puedan actuar. Para mejorar la situación tenemos que lograr que los líderes políticos respeten los límites legales.
—¿Y cuál es el peor error que puede cometer un fiscal? ¿O qué puede amenazar la justicia desde dentro?
Ser un fiscal exige un trabajo técnico importante, conocer la ley, saber cómo reunir las pruebas de forma legal y presentarlas, pero en esta clase de casos, con gente con mucho poder, aparece una cuestión que es muy importante y que se ve en la película que es que los jueces están decididos a hacer justicia.
—Esta es una labor que implica estar bajo riesgo en la región, donde hemos visto crímenes contra funcionarios de este sector en varios países y ataques desde la clase política. ¿Hacer cumplir la justicia siempre implica riesgos en América Latina?
Claro, y es así en todos lados. Me parece que en América Latina, gracias a dios, salvo lo que ocurre en Colombia o Venezuela, no tenemos muchos problemas de asesinato político, pero tenemos muchos problemas de mafia, de crimen organizado y ese es un tema que lleva a repensar nuevas estrategias para enfrentarlos.
—Fue el primer fiscal de la Corte Penal Internacional. ¿Hay algún caso actual en el que le gustaría participar?
Mi carrera de fiscal terminó, yo no puedo hacer nada más del nivel de lo que hice. Ahora quiero ayudar a las nuevas generaciones, quiero ayudar a los jóvenes de 20 años a que diseñen un mundo nuevo porque les estamos dando un mundo muy incompleto, un mundo que todavía usa la guerra para manejar conflictos. Tenemos que desarrollar modelos legales para manejar los conflictos. Tenemos que evolucionar, por eso para mí es muy importante llegar a los jóvenes. Espero enseñar y ayudar a los chicos a entender.
—¿Lo tienta la política?
Nunca me tentó la política.
—Actualmente enseña en la Escuela de Arte Cinematográfico de la Universidad del Sur de California sobre películas y guerra, crímenes y justicia. ¿Cómo se relacionan estos temas con el cine?
Yo estaba enseñando en Harvard, en la escuela de gobierno Kennedy School, pero me invitó la escuela de cine de Los Ángeles. Ahí un profesor vietnamita dijo algo que me pareció muy importante: “la guerra se libra dos veces, primero en el campo de batalla y luego en la memoria”. Y los juicios grandes, como el de las Juntas, también. Una película como “Argentina, 1985″ nos reabre la batalla por la memoria, es muy importante.
—¿Suele ver películas sobre este periodo de la historia argentina?
Yo enseño sobre películas de todo el mundo, entre ellas de Argentina. No solo uso películas históricas, sino también algunas como Star Wars. Para mí una diferencia fundamental es si tratamos a las personas sospechosas como criminales que tienen derecho a un juicio o como enemigos a los que podemos matar, sin un juicio. Para explicar esa distinción yo uso la película “La venganza de los Sith” de Star Wars, donde el Maestro Jedi Windu, interpretado por Samuel L. Jackson, va a arrestar al ministro Palpatine y se revela que Palpatine es el jefe de los Sith. Luchan y Windu lo está por matar cuando llega el joven Anakin, quien le dice que no puede matarlo aunque sea peligroso, que ese no es el camino del Jedi. Finalmente, Anakin evita que mate a Palpatine y lo matan a Windu. Ese es el comienzo del imperio. Entonces veces uso películas históricas como Apocalypse Now o Rescatando al soldado Ryan y otras elijo Black Panther, todas permiten demostrar ciertos aspectos de cómo los films definen la narrativa de los crímenes de guerra y justicia. El cine nos da la posibilidad de discutir la memoria.
—¿Cuál fue su parte favorita de “Argentina, 1985″?
Mi parte favorita es que la película la vieron 80 mil personas en dos fines de semana. La película nos permite rediscutir algo que pasó hace muchos años, pero que es muy importante. El cine nos da la posibilidad de discutir la memoria. El Juicio a las Juntas lo ganamos frente a los jueces, pero siempre estaba la obsesión de que gente como mi mamá también entendiera lo que pasaba. Ahora la película permite que más de 30 años después los argentinos rediscutan la memoria, pero también en Perú.
—¿Qué emoción le provoca hoy pensar en el juicio y en todo lo que ha significado?
Ese juicio fue una forma de proteger a los más débiles. Siempre me acuerdo de un obrero de Jujuy, que cuando contaba cómo lo torturaban narraba: “Yo le decía: ‘No me pegue más, señor corregidor’”. Lo llamaba corregidor, un cargo de la colonia española. A esta gente le vienen pegando hace más de dos siglos. La posibilidad de exponer esos crímenes y pararlos me pareció un privilegio. Eso me marcó, desde ahí intenté que la ley fuera eso, una forma de enfrentar al poder.