Los problemas al interior de la Casa Rosada no son nuevos. A fines del año pasado, cuando la votación para elegir a los miembros de la Cámara de Diputados y del Senado le dio el triunfo a la oposición, la vicepresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner (CFK) zafó cuerpo con un tuit que se interpretó como una volteada de cara a su jefe, el presidente Alberto Fernández.
“La tregua en la cima del poder es solo eso [...] Apenas un paracaídas remendado, abierto en medio de la caída libre”, escribió Claudio Jacquelin en su columna de “La Nación”.
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La opinión de Jacquelin responde al sismo que el Gobierno ha sufrido en dos de sus carteras. El primero se sucedió a inicios de junio: la renuncia de Matías Kulfas como titular del Ministerio de Desarrollo Productivo. Habría sido el mismo presidente Fernández quien le pidió dar un paso al costado luego de que él supuestamente difundiera un informe privado “sobre el proceso licitatorio del gasoducto Néstor Kirchner” que ponía a Cristina Fernández de Kirchner “en el centro de la polémica”.
En su carta de renuncia, Kulfas criticó a CFK y a “sus funcionarios por los manejos en el sector energía”.

Y el temblor más reciente fue el sábado 2 de julio. Martín Guzmán, entonces titular de Economía, renunció “tras una semana de tensiones en los mercados como reacción a medidas que evidencian los desequilibrios macroeconómicos del país suramericano”.
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Según la BBC, incluso la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner cuestionó la gestión de Guzmán por el “ajuste fiscal comprometido en el acuerdo sellado con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en marzo último”. ¿Traición?
Al respecto, el periodista argentino Nicolás Poggi explica que el exministro Martín Guzmán jamás pudo gestionar la cartera como hubiese querido, a pesar de tener el apoyo del mandatario, “no así del kirchnerismo”. El caso es que con su salida y la de Kulfas, el mandatario Alberto Fernández pierde a dos aliados importantes.

Idas y vueltas
“Se ha llegado a un punto en el que se habla de un presidente y un Gobierno débil a partir de las diferencias con un sector de la coalición que responde a la Cristina Fernández de Kirchner”, anota Poggi.
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Para el periodista, las desavenencias son metodológicas, ideológicas y hasta conceptuales. Por un lado está Alberto Fernández, quien representa a un sector más moderado y de centro; al frente, el kirchnerismo más radicalizado que debe obediencia a la vicepresidenta.
“Los problemas se han visto desde antes de la campaña electoral. Alberto Fernández representa a ese peronismo crítico de Cristina Fernández, más allá de que él haya integrado el primer Gobierno de Néstor Kirchner y fuera jefe de gabinete del primer periodo de Cristina”.
“Se recuerda, por ejemplo, que durante el primer año de la pandemia, Cristina cuestionó que el Gobierno fuera lento para reaccionar a la crisis, que le faltaba una mejor interpretación de la economía real, de los salarios, de los costos de los servicios, la inflación, y eso hizo que el oficialismo perdiera parte de su base electoral”.

Pero si este asunto ha vuelto a cobrar relevancia se debe a dos puntos claves. El primero fue el acuerdo con el FMI, sellado por Martín Guzmán. “Eso generó una gran disputa con el kirchnerismo que no estaba dispuesto a cumplir con el pago de la deuda. Ellos deseaban condiciones más flexibles, menores tasas, más tiempo para pagar una deuda que consideran ilegítima”.
Lo segundo fue el manejo de la economía doméstica, sobre todo de cuestiones tan sensibles como la energía. “El kirchnerismo tiene una política de tarifas bajas y subsidios para que el costo de los servicios no recaiga sobre los usuarios. El caso es que el Gobierno buscaba reducir el déficit fiscal, que fue una de las condiciones para lograr el acuerdo con el FMI”.
Sobre el futuro de la administración, Poggi sentencia: “A esta altura, a la mitad del mandato de Alberto Fernández, todo indica que este clima de rivalidad se mantendrá hasta el fin de su gobierno”.