Doscientos años después de la proclamación de la independencia, la realidad dice que hay poco que celebrar. Los problemas estructurales, la seguidilla de crisis políticas y una pandemia feroz han ensombrecido la conmemoración del bicentenario en el Perú, del mismo modo en que otros eventos coyunturales opacaron esa fecha una década atrás en varios países de la región.
Carlos Malamud, catedrático argentino de historia de la UNED e investigador de América Latina del Real Instituto Elcano, señala que las celebraciones realizadas en el continente entre el 2009 y el 2011 fueron bastante ‘light’, con muy pocos efectos duraderos en beneficio de los países.
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El Comercio conversó con el experto sobre los aspectos necesarios para entender el bicentenario en perspectiva continental. Para Malamud es una pena que estos eventos hayan sido usados como excusa para hacer propaganda política, en lugar de ser vistos como herramientas para sentar las bases de un acuerdo nacional o como una vía para integrar a la región.
—¿Cómo deberían ver los ciudadanos la celebración del bicentenario?
En principio, lo que uno podría esperar es que para un país sea un momento de introspección, de reflexión, de buscar en la propia historia nacional aquellos elementos fundacionales que permiten explicar por qué cada país está donde está.
Es un momento para intentar hacer un balance de qué cosas se hicieron bien y qué cosas se hicieron mal. Y, sobre todo, creo que es un gran momento para mirar no hacia atrás, sino hacia adelante. Es decir, no ver tanto qué ha sido del Perú en estos 200 años pasados, algo que relativamente sabemos, sino qué va a ser del Perú en los próximos 200 años.
—¿Cómo lo hacemos? ¿En qué hay que centrarnos?
Se debe evaluar cómo está organizada la sociedad, cuáles son los desafíos que se deben enfrentar, qué va a pasar, por ejemplo, con el reto digital, con la revolución tecnológica, con el cambio climático y las energías verdes. Son cuestiones que uno debería plantearse para mirar hacia adelante, el problema es que, en líneas generales, en todas esas celebraciones se ha mirado más hacia atrás que hacia adelante.
—¿La conmemoración de los bicentenarios en los países vecinos marcó una diferencia en lo que vino después?
No, yo creo que más o menos en todos los países ha sido igual. Si vemos lo que está pasando en México, donde incluso el presidente Andrés Manuel Lopez Obrador ha querido juntar varios macroeventos, es decir, el séptimo bicentenario de la fundación de Tenochtitlán, el quinto centenario de la conquista de Tenochtitlán por parte de los españoles y el bicentenario de la firma de la independencia. En realidad, lo que vemos es que todo es pura paja, no hay un proyecto serio de reflexión sobre qué es México y qué debería ser México. Ahí se ve cómo hay poca sustancia en este tipo de celebraciones.
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—¿Por qué Perú tiene un retraso de unos 10 años con respecto a varios vecinos en la celebración de su bicentenario?
Eso tiene que ver con los mismos procesos de independencia. Por ejemplo, si bien México celebró el bicentenario de su independencia en el 2010, en realidad conmemoró el inicio de la rebelión, pues la independencia efectiva no sucedió hasta bastantes años más tarde.
En ese sentido quizá haya una comparación bastante evidente entre la independencia de México y de Perú con respecto a otras de América Latina de lo que entonces era el imperio español, y es que tanto México como Perú eran las zonas centrales y medulares del imperio, y fueron las que más tardaron en independizarse.
Por otro lado, las zonas más periféricas, como el Río de la Plata, Chile, Caracas o la Nueva Granada o Quito se independizaron antes. ¿Por qué? Porque evidentemente en las zonas centrales, el caso de Perú y México, los intereses en juego eran mayores y los contactos de las élites gobernantes con España eran mucho más estrechos.
—¿También tiene que ver que más países toman en cuenta el inicio de la revolución más que la consolidación de la independencia?
En algunos casos es así. Por ejemplo, en Argentina celebran dos fechas, una de 1810, que es cuando se da lo que en la historia argentina se conoce como el primer grito de libertad y la otra la de la definitiva independencia que se logra en 1816. En la mayor parte de los países lo que se celebra es el inicio del proceso más que la independencia definitiva.
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—¿Cómo se conmemoraron los bicentenarios que se cumplieron hace casi una década en la región?
Vale la pena recordar que entre el 2009 y el 2011, que fue cuando se celebró la primera oleada de bicentenarios, el llamado proyecto bolivariano estaba quizás en su punto de mayor expansión y fue imposible hacer un festejo de ámbito regional o continental.
Lo que primaron fueron los festejos nacionales, como mucho hubo lo que se podría llamar turismo presidencial, es decir, presidentes viajando a los festejos de otros países, pero de proyectos coordinados y acciones conjuntas no se vio nada.
—Perú y México cumplen su bicentenario en julio y setiembre, respectivamente. ¿Cómo ve las celebraciones de este año?
Esta vez también se ha dejado pasar la ocasión de los festejos y es una pena. Es verdad que la presión de la pandemia es muy fuerte, pero también es verdad que se podría haber aprovechado la excusa de los bicentenarios de las independencias para lograr una acción coordinada en lo relativo a la vacunación o a coordinar mejor algunas políticas sanitarias. Eso hubiera sido un motivo importante de avance en la integración regional. Lo que ocurre es que esa integración regional en este momento está atravesando una crisis brutal.
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—¿Tienen que ver en algo las diferentes tendencias políticas de los gobernantes?
No solo eso, ya era así hace una década América Latina, se veían las consecuencias de los intentos de institucionalizar el proyecto bolivariano. América Latina ya era una región fragmentada. Lo vemos en la región es que el proceso de integración hace agua por los cuatro costados, falta liderazgo, sobran retórica y nacionalismo. Y ese exceso de nacionalismo que impide avanzar en la integración regional también impide plasmar una celebración más coral o más colectiva o más integrada desde los bicentenarios.
—¿Cómo describiría las celebraciones por los bicentenarios realizadas una década atrás?
La verdad es que los festejos de los bicentenarios durante la primera oleada fueron bastante ‘light’, es decir, hubo desfiles militares, actos folclóricos, programas culturales, algunos se prolongaron por varios meses, publicaciones, conferencias, debates, pero todo de alguna manera muy superestructural. Si uno quiere rascar un poco y encontrar efectos duraderos de los bicentenarios la verdad que hay muy pocos.
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—¿Cuánto influyó el contexto político en que estos actos se vieran ensombrecidos?
Lo que ocurre es que estos bicentenarios se intentaron realizar más como una excusa de propaganda política, de reforzamiento del sentimiento nacionalista y del discurso bolivariano, en lugar de plantear un proyecto de construcción nacional.
Quizás la gran diferencia entre estos bicentenarios y los celebrados a comienzos del siglo XX fue que en torno a ellos sí había proyectos de fundación nacional, de construcción de grandes obras de infraestructura, de sentar las bases de un proyecto que tuviera un alcance mayor a lo meramente coyuntural.
—Estos bicentenarios suelen servir para trazarse metas nacionales, que pocas veces su cumplen. ¿Terminan siendo una excusa para ensalzar al gobierno de turno?
Sí, de alguna manera lo que estos bicentenarios suponen es un intento de aglutinar voluntades, sobre todo de estructurar un discurso político, que al final termine siendo laudatorio para el gobierno en ejercicio. Es decir, más que aprovechar la ocasión para sentar las bases de un acuerdo nacional o de un consenso o de incluso plantearse la reescritura del contrato social vigente en cada país, son ocasiones más que nada desperdiciadas.
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