Verónica y Rosita pasean conversando y tomadas del brazo por la Plaza de Armas, corazón del centro histórico de la capital chilena, donde confluyen la catedral, el Ayuntamiento y varios edificios emblemáticos.
Ambas comentan la “degradación” de este sector de la ciudad que conocen bien, a pesar de no ser vecinas de la zona.
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Verónica, de 72 años, hace 20 que vende artesanía en las librerías del centro y se queja a Efe del abandono que acusa el lugar desde los últimos años: “Hay mucha inseguridad, insalubridad, andas asustada y no se puede caminar tranquila”.
Rosita, que tiene 82, añade: “Da mucha pena ver todo rayado, con tantas carpas de gente que viven en la calle y tantos comerciantes ambulantes”.
CAMBIO DE ROSTRO
Desde el estallido social de octubre de 2019, la comuna de Santiago, la tercera más poblada del país, ha cambiado su rostro.
Varios locales han cerrado, otros han cubierto sus fachadas con rejas o placas de acero para protegerse del vandalismo, las calles están más sucias, se llenaron de grafitis -muchos sin apenas contenido artístico-, hay aceras rotas y cada cierto tiempo se viven episodios de violencia con deterioro de mobiliario urbano que no siempre se repara con celeridad.
Los datos de la última encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP) arrojan que el 50 % de las personas consultadas considera que la delincuencia, los asaltos y los robos son el principal problema que el nuevo gobierno del izquierdista Gabriel Boric debería resolver.
Un porcentaje ocho puntos por encima del que se anotó en la medición anterior de agosto de 2021.
“El centro se convirtió en un lugar peligroso”, lamenta a Efe Miguel Leopoldo, vendedor por más de 30 años en un pequeño quiosco ubicado en la esquina de Paseo Huérfanos con Paseo Estado, dos de las principales arterias.
El estallido social de octubre de 2019, la movilización más importante que ha vivido el país desde el retorno a la democracia, marca un antes y un después en este retroceso. Según Miguel Lawner, director ejecutivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano del gobierno de Salvador Allende (1970-1973) y galardonado con el Premio Nacional de Arquitectura 2019, es el “factor principal”.
El experto también enumera a Efe algunos otros como la pandemia, las dificultades para adquirir una vivienda, la actividad de los fondos de inversión y el aumento del comercio ambulante derivado del alza de la migración.
“RECUPERAR LOS ESPACIOS”
Comida, jugos, alfombras, mascarillas, auriculares, soportes para móviles, ropa y los productos estrella del invierno: calcetines y gorros.
Son algunos de los artículos que se oferta en los puestos de venta informal que inundan el centro. Hoy son los vendedores de la calle y los trabajadores de oficinas quienes llenan en mayor parte estas vías.
“Se han convertido en una especie de persa (rastro) lleno de ambulantes y eso no se había visto aquí. Antes teníamos muchas familias, pero ahora el público se fue a los malls (centros comerciales)”, se queja a Efe Claudia, empleada de una antigua perfumería.
La alcaldesa de Santiago, Irací Hassler, de 31 años, la primera comunista en llegar al cargo, explica a Efe que el Ayuntamiento está trabajando para dar oportunidades para el empleo formal y, a la vez, fiscalizar el comercio en la vía pública: “Junto con Carabineros realizamos más de 60 operativos mensuales”.
“Se está acabando la consistencia maravillosa que tenía el centro de la ciudad y que combinaba las funciones residencial, comercial y de ocio”, dice Lawner.
El decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad del Desarrollo, Pablo Allard, especialista en recuperación urbana, opina que el deterioro es “reversible”, pero que falta “determinación” por parte de las autoridades.
Propone “reconquistar” el espacio público para que las personas no tengan miedo del centro: “La solución no pasa por pintar fachadas patrimoniales, borrar grafitis o desplegar más carabineros”, asegura a Efe.
El proceso constituyente en curso y el gobierno de Boric son, para Allard, “una ventana” para avanzar en la reconstrucción del corazón de Santiago. Una labor que, según calcula, podría terminarse en cuatro años: “Cada día que pasa -concluye- se va perdiendo esta oportunidad”.
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