Chile acudió a las urnas durante el fin de semana para elegir a alcaldes, concejales y gobernadores, pero sobre todo a los 155 integrantes de la Convención Constituyente que tendrán la trascendental misión de redactar la nueva Constitución del vecino del sur, que -de ser aprobada en un plebiscito a mediados del 2022- reemplazará a la Carta Magna de 1980, una herencia que viene desde la dictadura de Augusto Pinochet.
Sobre los resultados de esta elección, sus implicancias y perspectivas, y lo que viene para su país conversamos con Andrés Barbé González, embajador de Chile en el Perú desde junio del año pasado.
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—El dictamen de los electores chilenos fue hacer una nueva Constitución y designar mayoritariamente a independientes para redactarla. ¿Esto puede ser leído como las ganas o la necesidad de hacer un borrón y cuenta nueva?
Lo que ocurre es que el rechazo a la Constitución era por su origen. Esa Carta Magna fue promulgada en 1980 bajo un régimen militar y eso tenía que cambiar. Esa era la percepción generalizada: un 70% creía que la legitimidad de una Constitución viene desde su origen. La nueva Constitución tendrá que recoger temas que no aparecen en la anterior: hay temas de género, composición de la población, de participación de minorías étnicas, temas y materias que son de estos tiempos, no de los años 80. Más que un borrón y cuenta nueva, es una Constitución acorde a los tiempos porque hay disposiciones que no se van a cambiar, como lo relativo al estado y su estructura.
—La participación en los comicios ha sido del 43,5% del electorado. ¿Cómo entiende usted que la mayoría de la población no haya acudido a las urnas?
No he visto cómo se ha disgregado el voto, no sé a qué grupo etario, por ejemplo, pertenecen los que no votaron, y es un poco difícil hacer un análisis ciego. Lo que sí puedo decir es que en Chile hemos venido notando que, desde que se instaura el voto no obligatorio, la participación se ha reducido de manera considerable. Explicaciones sociológicas sobre los grados de participación hay muchas, de cuánto cree la gente en la democracia, de cuánto cree la gente en quienes representan esa democracia. Pero eso no es todo. También habría que ver cuánto de ese porcentaje son personas que tienen miedo de contraer el coronavirus.
Como le decía al comienzo, es una lástima, porque este era un proceso tremendamente importante para el futuro de Chile, sea cual sea la posición política en donde uno se ubique. Pero hay muchas variantes en juego. Y, luego, no hemos sido, o quizás los que han estado en política no han sido lo suficientemente convincentes para hacer cambiar de opinión o para modificar la opinión del votante con respecto a la importancia de esta elección.
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—¿Los resultados de las elecciones pueden ser leídos como el rechazo de la población chilena a las políticas de derecha?
No voy a hablar directamente a quién se rechaza, pero sin dudas hay una mayoría que tiene una postura completamente distinta. En la Constituyente, la derecha está representada con alrededor de un 20%, lo que se opone a las pretensiones que se escuchaban de los dirigentes de la derecha, quienes querían alcanzar un 30% o 35%. Allí hay un mensaje. Pero no estoy diciendo nada novedoso. Si uno lee la prensa chilena y lee a las dirigencias de los distintos partidos, uno se da cuenta. El hecho de que la mayoría de los concejales, autoridades intermedias de los municipios, sean independientes, que la mayoría que la gente que concurra a la constituyente sean independientes, es un mensaje fuerte a la derecha, sin lugar a dudas, porque es la perdedora; pero también, y más fuerte y delicado, a la clase política. La gente no se reconoce en ella. Cuando uno veía las encuestas, los entrevistados contestaban de esa manera, con rechazo. La lectura correcta de quienes hacen las encuestas habría sido detectar que ese rechazo se iba a manifestar en las elecciones, y que la única forma de hacerlo era que la gente no concurriera a votar o votara por independientes. Como ocurrió. Una explicación ex post.
—¿En qué momento el “modelo” que provocó el milagro chileno se convirtió en la pesadilla? A su consideración, ¿por qué genera tanto rechazo?
No creo que se haya convertido en pesadilla. Nosotros empezamos a vivir, antes de la pandemia, ciertas situaciones que daban cuenta de que el modelo económico no estaba captando cierta parte de la realidad. Chile venía creciendo a un determinado ritmo que, en los últimos siete u ocho años bajó considerablemente, pero las expectativas de la gente no bajaron, sino que se mantuvieron e iban en alza. Es decir, la gente quería seguir accediendo al mercado, seguir teniendo educación, seguir teniendo salud, y la capacidad del gobierno o de la autoridad de ese momento no daba como para entregar todo en los mismos ritmos. De ahí la relación creo que se hace con el modelo económico.
El modelo económico se ha convertido en la “palabra”, todos hablan del modelo económico, pero el modelo económico de Chile ha cambiado innumerables veces. Hablar de los Chicago Boys hoy en día es absolutamente obsoleto. El nuestro es un modelo que ha ido cambiando, que se ha ido adecuando, pero siempre es insuficiente, sobre todo cuando uno empieza a ver las inequidades y las diferencias. Obviamente eso genera rechazo, angustia, rabia. No calificaría el modelo como una pesadilla, pero la mayor parte de la gente, y no lo estoy diciendo yo, sino que lo ha demostrado en este proceso electoral, quiere cambios sustanciales a las formas en cómo se trabaja en el ámbito económico, quieren cambios en los fondos de pensiones, ustedes lo han vivido, quieren cambio en cómo se asigna el gasto social, cómo se asigna educación, salud, etc.
En el caso de Chile, en concreto, la demanda en educación es por una sustancial mejora. Los denominados ‘pingüinos’, que eran los niños del colegio, no fueron a la huelga por pedir que les pagaran más a los profesores. Ellos querían mejor educación. Eso traía consigo obviamente aumentos en los salarios de los profesores, que siempre ha sido bajo en Chile, pero los niños pedían una mejor educación. Esas son demandas propias de países que van logrando grados de desarrollo superior. En un país con menor grado de desarrollo se pide simplemente educación. Acá se pide mejor educación, más acceso a ella y mejor infraestructura. Todas estas carencias se notaron, y creo que por eso los rechazos son mayores, y se notaron ahora, en pandemia.
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—Con los resultados de las elecciones también llegó la declaración del presidente Sebastián Piñera, quien señaló: “No estamos sintonizando con las demandas y anhelos de la ciudadanía”. Esa frase la dijo el 17 de mayo, cuando se trata un reclamo que se ha escuchado desde hace tiempo en su país, y también en el Perú. En ese sentido, quería preguntarle: ¿qué es lo que ve la política tradicional en admitir sus errores que evita que los reconozca públicamente?
Hablaré de la política tradicional de Chile. Primero que nada, es difícil reconocer errores, para cualquiera. Me incluyo. Lo es, sobre todo, cuando uno está al medio del bosque: no es fácil ver que hay más cosas que los árboles al lado de uno. El reconocimiento de que no se ha sintonizado es clarísimo porque nadie fue capaz de determinarlo. Ninguna de las encuestas en Chile ha logrado captar lo que la población quiere.
Pensemos en el caso peruano: yo veía las encuestas de hace tres meses y la estructura de candidatos que iban a la elección presidencial era una, dos meses atrás la misma, hasta que el Otros se convirtió en Otro, en solo uno; y, de pronto apareció un candidato que nadie se esperaba y pasó a la segunda vuelta. ¿Qué falló allí? ¿Por qué las autoridades, las encuestadoras, no fueron capaces de captar esas situaciones? Es inexplicable. Todas las explicaciones son a posteriori. Pero lo importante es decirlo y, a continuación, cambiar. El presidente Piñera quiso decir eso: quedan ocho meses de gobierno y vamos a enfocarnos en aquello le preocupa a la población.
Yo no soy político ni hago análisis político en público, pero me da la impresión de que cuesta mucho reconocer errores.
—Reconocerlos es perder el crédito frente a los electores…
Y el crédito son los votos. Es distinto reconocer un error a tiempo, que a veces da votos, que reconocerlos tarde, cuando ya no da votos, cuando es castigo. Pero hay que estar en esos zapatos. Es sumamente fácil decirlo en una conversación por video, con un café. Estamos teorizando, pero cuando se tiene a la gente que está reclamando uno se oscurece. No solo en la política, en muchas actividades uno tiende se enfoca y se va cerrando. Las anteojeras empiezan a crecer sin que uno quiera, y se pierde perspectiva
Y, hoy en día, ¿dónde descubro hacia dónde se mueve la sociedad? ¿En los diarios, en la TV, en Twitter, Facebook, Instagram, en la cantidad gigantesca de plataforma y grupos? ¿Dónde se está moviendo esto? Cuando en Chile se llamaba a reunirse en la calle y protestar, no salía en el diario, ni como propaganda en las calles, sino en otros dispositivos. Entonces, si yo no estoy allí y no puedo estar en todos los lugares, no voy a detectar los detalles.
—En su condición de historiador, ¿cómo entiende que, en algunos países de nuestra región el Estado haya desplegado sus fuerzas del orden para castigar severamente las protestas, incluso dejando muertos y heridos? ¿Es un mal endémico en la región?
Estamos en un mundo cambiante. El sociólogo polaco-británico Zygmunt Bauman hablaba de la liquidez de las sociedades como producto de los cambios, del temor al extraño y a lo extraño, a querer encerrarnos o ceder parte de nuestras libertades mientras que nos den seguridad. Todos esos factores están jugando ahora en las sociedades, pero yo voy a hablar de mi país.
En Chile se ha abierto un número importante de procesos sumarios al respecto de violaciones de derechos humanos por parte de carabineros. Hay algunos que en proceso de investigación y otros que ya tienen un fallo. En general, en Chile lo que está clarísimo, y así lo han dicho las autoridades del gobierno, es el respeto a las movilizaciones pacíficas. La reacción de la policía ha sido calificada, en algunos casos, como excesiva, pero, como le digo, eso está en investigaciones judiciales así que no podría pronunciarme. No solo en Latinoamérica sino en todo el mundo, desgraciadamente la violencia se ha desatado más allá de lo que uno espera. No sé si hubo un cambio estructural dentro de las sociedades que hizo que las protestas se conviertan rápidamente en violentas, o que esto se deba a un grado de frustración que los propios gobiernos fueron incapaces de captar. Ha pasado en muchos países y todos hemos enfrentado el problema en menor o mayor medida. Chile lo vivió desde octubre del 2019 y, durante meses, estuvimos con protestas de distinto calibre, desde pacíficas con más de un millón de personas en la calle, hasta hechos de violencia. La reacción de las fuerzas policiales fue variable, pero no puedo emitir un juicio o calificativo sobre ello porque no me corresponde.
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—¿Coincidiría usted en que, y por lo menos esta es la impresión que se deja, los gobiernos no están interesados en el diálogo cuando más importa, es decir, cuando las marchas o manifestaciones están en desarrollo?
No, no creo que no estén interesados. La realidad ha cambiado y quizás no fuimos capaces de percibir esos cambios, y me refiero a que no fuimos porque esto también se ha dado en ciertos grupos etarios. La gente mayor, me incluyo, no ha sabido reconocer los cambios que se han producido en los más jóvenes y les ha costado entender cuáles son sus expectativas, sus sueños. Y todo eso va generando frustración. Aun así, no creo que el gobierno de Chile haya desconocido los pedidos de las personas con el propósito firme de hacerlo. Creo que captar esa realidad ha sido difícil: digamos que reconocer su existencia es difícil y aceptarla es más difícil aun, porque son cambios estructurales en las sociedades, así que no creo que sea ex profeso. Creo que hay momentos de cambios que pueden superarnos al punto de que no somos capaz de captarlos. Es como un volcán: solo nos damos cuenta que el magma está ahí cuando se produce la explosión.
—Quizás allí esté una de las grandes críticas hacia las autoridades. Aparentemente, la opinión pública sí se da cuenta que hay algo mal, pero los gobernantes demoran en tratar de hacer algo o solucionar las crisis. ¿Qué opinión tiene usted de este tipo de reclamos?
No creo que la sociedad en su conjunto, independientemente de la gente que la gobierna, se dé cuenta de los cambios. No, yo creo que hay bolsones en donde se van produciendo situaciones que, si uno las viera con mayor detenimiento o las viviera o estuviese cerca, quizás podría detectar los cambios. Pero, en general, la sociedad se va desarrollando sin una consciencia absoluta de que los cambios se están produciendo.
Yo leo un poco de sociología y los profesionales de esa rama, que son los especialistas en las áreas del análisis de los hechos sociales, tampoco han captado esto. Los análisis se hacen ex post, claro: “¡cómo no iban a votar por ese si estaba pasando todo esto!”.
Las explicaciones ex post ayudan, pero nosotros también tenemos tendencia a creer que todos los hechos históricos pasados ayudan a entender de forma absoluta los hechos presentes y futuros, y tampoco es tan así. Los cambios que se han producido en los últimos tiempos han sido no solo dinámicos, que eso es bastante obvio, sino que han sido muy grandes. La participación de la juventud en política ahora que se tiene que entender también dentro de los medios de comunicación que están sostenidos en plataformas electrónicas. Es decir, la política se hace a través de Twitter, es corta y rápida, reflexiva a rato, o través de Instagram…
Ahora, recuerda que en el 68 tuvimos una situación similar, la gente salió a las calles. Entonces el cambio se hizo sin internet, sin celulares, sin la comunicación rápida entre los participantes y los que concurrían. Hoy en día, están todos presentes, todos al mismo tiempo y cada uno es una entidad particular.
Además, creo que hay un factor de egoísmo propio de los seres humanos que se hace presente. Yo trabajo en el centro y he conversado con aquellos que protestaban, muchachos de edades mucho menores que uno, y las preocupaciones eran tan distintas: como por qué no firmábamos un tratado, por qué no cambiábamos la AFP. Cada uno tenía su problema, su situación personal, y la hacía presente en la calle. Entonces, darse cuenta de todo eso es difícil desde la cúpula, pero también es difícil desde la base.
—¿Diría usted que los tiempos que se vienen son auspiciosos o sería usted sería más precavido?
Creo que son esperanzadores. Tengo la esperanza de que en Chile y en el Perú vamos en una dirección correcta. Es decir, haciendo fe de la democracia. Yo no soy un tipo religioso, todo lo contrario, pero tomo esa palabra, de creer en la democracia, de hacer más dura la democracia, más profunda, de respetar que el otro que me diga que no…
—Pero no olvide que dicen que la fe es ciega...
Podría responderle hartas cosas sobre eso, pero no para publicar. No tengo la virtud de la fe, la uso como un término más de carácter sociológico, de pensar que se puede, no como un milagro. Confío. No tengo certezas, pero sí esperanzas de que esto evolucione como todos queremos. Es mucho mejor que la mayoría de un país como Chile esté llevando adelante un cambio constitucional, para tener una Carta Magna que no va a ser perfecta y que tal vez no sea la óptima ni la mejor, pero va a ser una Constitución que todo el mundo va a aprobar, si se aprueba. Eso ayudará a que la relación entre la sociedad mejore.
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