Mariana (ese no es su verdadero nombre, por obvias razones), tiene 38 años. Vive en el barrio Puerta 8, en Tres de Febrero, sobre la calle Miramar cuando corta con el pasillo 2, justo frente al búnker donde se vendió la sustancia adulterada que mató a 20 personas. Desde su ventana puede ver en detalle la dinámica de los narcos. Según describe, y sus vecinos coinciden, el negocio funciona de forma aceitada. Todo comienza cuando desconocidos traen la droga desde la villa 18, que queda a pocas cuadras de distancia, en San Martín, y se la entregan a los que ellos llaman “esquineros”, que la reciben ya fraccionada para la venta. A partir de ese momento, el “trabajo” se divide en tres turnos para estar activos las 24 horas. Una vez por semana, en esa esquina, alguien apoya una bolsa, la policía pasa y se la lleva. La secuencia se repite cada siete días.
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Los vecinos, involuntarios testigos, están convencidos de que para terminar con el negocio de los narcos, el control del barrio tiene que ser de la Gendarmería Nacional de Argentina.
“Todas las semanas la policía recibe plata de los narcos. Entran y se llevan una bolsa o se la alcanzan al patrullero, por eso pedimos la presencia de la Gendarmería. Antes de que sucediera lo de la coca que mató a los chicos esto era un hormiguero de gente. Había pibes comprando todo el día”, relata a LA NACION Mariana, mientras controla que su hija de un año no entierre los pies en el barro. Hoy llovió durante buena parte de la mañana y el barrio también muestra sus otras dificultades, como los pasillos anegados y algunas cloacas desbordadas.
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Lo primero que señalan los vecinos de Puerta 8 es que ayer, cuando se hizo pública la noticia de la muerte de las primeras víctimas que llegaron intoxicados a los hospitales, la policía entró y “se llevó a cualquier pibe”.
De hecho, todos denuncian que el supuesto búnker que allanó la policía bonaerense y donde luego se posaron los ojos biónicos de las cámaras de televisión, era solo una casilla de un hombre que murió. En el lugar había un joven de 30 años, de nombre Walter, que es adicto y ahora está internado en el Hospital Posadas por consumir la sustancia adulterada.
“Mi primo Walter está complicado. Él fumó esa merca [sic] y lo encontramos tirado en esa casilla que era de mi tío, quien murió hace unas semanas porque era alcohólico y tenía, además, temas en los pulmones. La poli [sic] cayó acá como si este fuera el búnker y acá no había nada, hacen puro show, siempre es lo mismo”, relata Héctor, de 27 años, que se prepara para cebar unos mates sentado en la misma silla desde donde ayer vio a los uniformados irrumpir en su casa, cerca de las 13.
Dentro de la casilla había una pipa y bolsas de cocaína vacías. Héctor cuenta que Walter se encerraba ahí a consumir, solo, lejos de su familia, y ahí lo encontraron, desvanecido en la cama.
Según el relato de los vecinos, ayer la policía entró en el barrio y empezó a romper puertas, candados y detuvo a varios “sospechosos”. Entre ellos estaba el hijo de Juan, un jardinero de 36 años que ayer a la tarde desfiló por todos los canales de noticias para pedir por la liberación de su hijo de 15, quien recuperó la libertad a las pocas horas y solo sirvió para abultar el número de apresados en una tarde frenética.
“Yo lo vi al ministro [Sergio] Berni y hablé con él. Le dije, ‘mira, mi nene [sic] está detenido y no tiene nada que ver’”, recuerda Juan, en medio de un clima que todavía es de tensión. Ningún vecino quiere salir en una foto ni dar su nombre completo. El fantasma de Miguel Ángel Villalba, más conocido como Mameluco e histórico narco de la zona, y de su gente recorre los pasillos del barrio. Aunque no haya nadie alrededor, algunos prefieren hablar de la droga en voz baja, por las dudas.
“Walter cortaba su mambo [sic] acá solo en la casilla, pero no era narco, acá no era el búnker, el búnker es allá [y señala para un lugar específico]. Yo te juro por mis hijas que en esa casilla que allanaron no había nada”, dice Jaqueline, que también es prima del joven internado. Ella apunta en dirección hacia la calle Miramar.
En esa calle, el búnker, que luego también fue allanado, ya está vació. Hay un plato con restos de comida, un inodoro y en la habitación trasera colocaron un colchón donde, según la gente del barrio, descansaban los “esquineros”.
“La droga la trae gente del Barrio 18, no es gente de acá y todos son de Mameluco. Los pibes duermen ahí adentro o se sientan en la esquina a vender y duermen en la silla. Los ves ahí dormidos apoyados contra una pared. Y así todo el día”, señala Pamela, de 21 años.
“Yo tengo un hijo de 19 años y ayer nos fuimos del barrio porque la policía, aunque no te encuentre nada, te la pone igual, es así”, agrega Susana, de 58 años, que se sumó a la conversación.
Los vecinos recuerdan que en marzo del año pasado hubo un tiroteo entre bandas que se disputaban la venta de drogas dentro del barrio. Dicen que veían a los “pibes con fusiles”.
Desde ese momento reclamaron para que se instale una garita, pero solo consiguieron un patrullero estacionado durante algunos días. Ahora el tema está en la agenda pública y todos esperan que la tragedia de los muertos traiga a la Gendarmería, una fuerza en la que confían más que la bonaerense.
Pero, saben, lo más probable es que en unos días lo ocurrido desaparezca de los medios y todo continúe como ahora, con los narcos activos y las visitas interesadas de la policía.
Arriba sobrevuela un helicóptero, hoy la vigilancia es total, pero abajo los vecinos ruegan por una garita que nunca llega.
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