En Rosas, en el departamento colombiano del Cauca, la tierra no para de bramar. A cada minuto que pasa cunde la desesperanza entre los habitantes de cinco caseríos que vieron cómo un gigantesco deslizamiento de tierra se llevó todo a su paso y no deja de asustar a quienes aún luchan por rescatar lo poco que les queda.
Se trata de los campesinos de Santa Clara, Párraga Viejo, La Soledad, Chontaduro y La Manguita, quienes el pasado lunes 9 de enero tuvieron que dejarlo todo para salvar sus vidas cuando a las tres de la madrugada se les vino la montaña encima.
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El deslizamiento de tierra no les dio tiempo de nada y arrasó extensos cultivos de café, plátano, caña y maíz. Además, hizo vibrar una montaña en la que se contaban más de 64 viviendas en las que vivían cerca de 700 personas.
“Esto es una cosa que nadie esperaba; al principio pensábamos que iba a ser un derrumbe pequeño, pero no que de un momento a otro se nos iba a llevar las cinco veredas”, lamentó Luis Ángel Samudio, uno de los damnificados, en declaraciones a EFE.
CARRETERA OBSTRUIDA
El enorme alud taponó con millones de metros cúbicos de tierra un tramo de la Vía Panamericana, la principal del suroeste de Colombia, y desde el lunes tiene aislado al departamento de Nariño, del resto del país. Fue una suerte que no haya habido muertos.
Desde el día del alud, los habitantes de Nariño tienen que tomar un desvío por una carretera en mal estado, por el selvático departamento del Putumayo, para salir al centro del país, un tortuoso viaje que alarga en cerca de diez horas el trayecto normal.
“En este derrumbe no hubo muertos porque nos salvaron los vecinos y sus alertas tempranas. Ellos desde el viernes (6 de enero) vieron cómo se comenzó a partir la tierra en la parte alta y comenzaron a evacuar. Ese lunes nos llamaron, nos gritaron y fueron a buscar a los que estábamos más abajo y nos hicieron salir corriendo”, insiste Samudio.
Antes de la tragedia, las cinco veredas se proyectaban como las más productivas de la región, pues también se hacían postres con la leche que se obtenía del ganado y chontaduros que brindaban las palmas que terminaron sepultadas por el lodo y las piedras.
Para Ovidio Papamija la pesadilla no fue distinta, pues solamente quedó con la ropa que tenía puesta en el momento del deslizamiento. El fruto de su trabajo durante años quedó bajo la avalancha.
“Esto parecía el fin del mundo, la tierra temblaba y la montaña hacía un escándalo ensordecedor; perdí todo, pero le doy gracias a Dios porque entre mis pérdidas no estuvo nadie de mi familia. Dos terneros se fueron durante la avalancha y el resto de animales quedaron atrapados”, puntualizó Papamija.
A la zona viajó este jueves el presidente colombiano, Gustavo Petro, para hablar con los afectados por este alud que, si bien no causó víctimas mortales, deja un futuro incierto para los habitantes de esta región agrícola y montañosa del suroeste del país.
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