Toneladas de droga, millones de dólares, excentricidades como su propio zoológico en casa y la profunda huella de sangre y dolor que dejó en la sociedad colombiana. Estos elementos han convertido a Pablo Escobar, fenecido líder del cártel de Medellín, en una de las imágenes más representativas del narcotráfico en los años 90.
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Series y novelas inspiradas en Escobar han romantizado su imagen. La narcocultura, en los últimos años, ha reemplazado el dolor por historias que suman temporadas en las plataformas de streaming.
Por ello hoy, el mismo día en el que se cumplen 30 años desde que escapó de La Catedral, aquella enorme cárcel que él mismo mandó a construir demostrando su poder frente a las autoridades colombianas, repasamos los principales crímenes que enlutaron a un país entero.
Cabe resaltar que se estima en 632 el número de atentados perpetrados por el cártel de Medellín bajo el mando de Escobar, entre 1984 y 1993. Esta lista recoge apenas algunos de los que mayor impacto y repercusión tuvieron en su momento.
ASESINATO DE UN MINISTRO
Su liderazgo demostrado desde muy joven, cuando fue electo alcalde de su natal Leiva, y su popularidad reflejada en la tercera votación más alta durante los comicios presidenciales de 1982 cuando integró una fórmula junto a Luis Carlos Galán, convirtieron a Rodrigo Lara Bonilla en un influyente político colombiano.
Por ello, poco sorprendió cuando el presidente Belisario Betancourt lo nombró ministro de Justicia. En el cargo, Lara se dedicó a hacerle frente directo a la creciente influencia del narcotráfico y fue uno de los principales opositores a la elección de Pablo Escobar como congresista.
La insistencia del ministro terminó catapultando la salida de Escobar del Parlamento, ante la amenaza de retirarle la investidura legislativa.
Otro golpe directo al cártel de Medellín fue el desmantelamiento de Tranquilandia, uno de los laboratorios de cocaína más importantes de Escobar.
Lara parecía conseguir ganarle la puja al poderoso negocio de la droga, pero esto terminaría convirtiéndose en su sentencia de muerte.
El teléfono en la casa del ministro no dejaba de sonar desde hacía semanas, todas las llamadas incluían amenazas de asesinato. Ni siquiera el cambio de línea telefónica realizado por las autoridades consiguieron acallar las advertencias.
El 30 de abril de 1984, Lara recibió un aviso de la cúpula de militar. El cártel tenía diseñado un plan para asesinarlo por lo que debería modificar sus rutas de movilización.
Lara pasó todo el día intranquilo, recién hacia el final de la jornada parecía que las amenazas no tendrían éxito. Al acercarse la noche salió de su despacho, se dirigió al vehículo oficial Mercedes Benz que lo esperaba y partió junto a las dos camionetas con escoltas que lo acompañarían hasta su casa.
Pese al cambio de ruta, el incesante tráfico obligaba al convoy a tomar vías alternas constantemente. Una de ellas fue la calle 127, que los dirigiría hacia la autopista norte de Bogotá.
El tráfico causó que una de las escoltas se separara del convoy, casi en paralelo una motocicleta aceleró y se acercó al vehículo donde viajaba el ministro.
En total, se dispararon 25 balas, 7 de ellas impactaron en Lara. El ministro murió en el lugar, pese a que fue trasladado a una clínica esperando conseguir un milagro.
Mientras todo esto ocurría, en la tristemente célebre Hacienda Nápoles, Pablo Escobar paseaba con una reina de belleza, la madre de la modelo y uno de sus secuaces, apodado Malévolo.
En un momento, Malévolo se separó del grupo para tomar un baño. Al salir de la ducha prendió la televisión de su cuarto y vio la noticia. En el noticiero, además, se sindicaba al principal sospechoso: Pablo Escobar, líder del cártel de Medellín.
El libro “Pablo Escobar, in fraganti. Lo que mi padre nunca me contó”, escrito por Juan Pablo, hijo del narcotraficante, se recoge la conversación que sostuvieron Malévolo y Escobar al conocerse la noticia.
“¿Vio, Malévolo? Todo se lo achacan a uno”, le dijo el capo cuando su alarmado secuaz le dio el alcance, según el libro.
Escobar le ordenó a Malévolo quedarse en la hacienda esperando la llegada de la policía, le dijo que no deje a ninguno de sus trabajadores solos para que las autoridades no los asesinen y que él se encargaría de sacarlos de la cárcel.
El narcotraficante salió en una camioneta junto a la reina de belleza y su madre. Posteriormente, escaparía a Panamá y luego a Nicaragua, debido a que el presidente Betancourt le declararía la guerra al narcotráfico e iniciarían las conversaciones con Estados Unidos para extraditar a los capos de los cárteles de Cali y Medellín.
GOLPE A LA PRENSA
Luego de que Lara emprendiera la campaña para sacar a Escobar del Congreso, el diario El Espectador de Colombia rescató una antigua publicación de 1976 donde reportaban cómo el capo había sido capturado junto a otras cinco personas mientras trasladaban cocaína en Antioquía.
Dicha publicación fue determinante para la posterior salida de Escobar del Parlamento y, a su vez, el director de El Espectador, Guillermo Cano, dedicó una seguidilla de editoriales en las que exigía que las autoridades colombianas actuaran en contra de los cada vez más poderosos narcotraficantes.
La férrea postura de Cano contra el capo de Medellín significó su sentencia de muerte.
El 17 de diciembre de 1986, el director periodístico salió de la sede de El Espectador, abordó su camioneta Subaru Leone, manejó unos metros, dio vuelta en U y fue interceptado por El Negro, un sicario al servicio del cártel de Medellín que le disparó ocho tiros con una ametralladora.
UN CANDIDATO ELIMINADO
“Ningún ciudadano puede ser espectador de la lucha de las autoridades contra la violencia”, dijo Luis Carlos Galán la mañana del 18 de agosto de 1989.
Algunas horas antes, el coronel Valdemar Quintero había sido asesinado por el cártel de Medellín.
Sin embargo, no sería la única víctima de la poderosa organización del narcotráfico aquel día.
Las encuestas marcaban a Galán como el favorito para ganar los próximos comicios presidenciales. Su bandera de campaña era la lucha frontal desde el Estado contra el narcotráfico dentro de la que la extradición de los capos a Estados Unidos se lucía como su promesa más esperanzadora.
Junto a Lara, su antiguo compañero de fórmula asesinado un par de años por la organización criminal de Escobar, Galán se había encargado de revelar las verdaderas actividades del narcotraficante.
El asesinato de Lara no dejaba dudas de que Galán era el siguiente en la mira del cártel. Meses antes ya habían intentado atentar contra él, cuando se presentara en la Universidad de Medellín. El plan, que consistía en disparar un misil contra la institución, se vio frustrado gracias a que una vecina advirtió a las autoridades sobre sujetos sospechosos en la zona.
La noche del 18 de agosto, Galán se presentaba en la plaza central del municipio de Soacha, cerca de Bogotá. Una multitud había atendido al lugar a la espera del candidato.
Sobre las 8:30 de la noche, Galán llegó a bordo de una camioneta blanca descapotada que se iba abriendo paso entre sus seguidores.
Subió a una improvisada palestra y comenzó su discurso.
Sin embargo, apenas 15 minutos después, se escuchó una ráfaga de disparos. La confusión inicial se vio disipada con el estruendo de las siguientes ráfagas.
Henry de Jesús Pérez y Jaime Eduardo Rueda Rocha, dos sicarios que recibieron 200 millones de pesos, habían superado el frágil anillo policial, caminado hasta abajo de la tarima y disparado contra el candidato.
La multitud enloqueció. “¡Mataron a Galán, mataron a Galán!”, se escuchaba entre quienes intentaban huir de la plaza.
El convaleciente Galán fue trasladado al hospital de Bosa y, posteriormente, al hospital Kennedy en Bogotá, donde se determinó su muerte por impacto de bala.
Su asesinato provocó que el Gobierno decretara un estado de sitio y firmara el decreto donde autorizaba la extradición de los acusados de narcotráfico.
UNA BOMBA EN BOGOTÁ
Además de los asesinatos a tiros, el cártel de Medellín contaba con otro método aún más letal para atentar en Colombia.
El 6 de diciembre de 1989, la sede del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) en Bogotá, sería escenario de una verdadera carnicería.
En noviembre, el cártel había robado un bus de la empresa de Acueducto y Alcantarillado de la ciudad, el mismo que fue cargado con 500 kilos de dinamita.
Promediando las 7:30 de la mañana del 6 de diciembre, el vehículo fue dirigido hacia el edificio de nueve plantas, en la que se ubicaba la oficina del director de Inteligencia Nacional, una suerte de búnker acorazado debido a su cargo.
Minutos más tarde, la carga explosiva detonó. El edificio quedó destruido, cientos de locales ubicados en 10 manzanas a la redonda fueron arrasados y en el lugar quedó un cráter de 4 metros de profundidad.
El saldo de víctimas, además, fue altísimo: 63 en total, entre funcionarios y transeúntes. Eso sin contar a las decenas de heridos, quienes en su mayoría había sufrido mutilaciones.
Con este crimen, el cártel de Medellín buscó enviar un mensaje al Gobierno para negociar y eliminar el decreto de extradición. Algo que finalmente sucedió en 1991 por decisión del Congreso, aunque para 1997 volvería a entrar en vigencia.
AVIÓN DERRIBADO
A las 7:13 de la mañana del 27 de noviembre de 1989, el Boeing 727-21 de placa HK1803 de la aerolínea Avianca despegó desde el Puente Aéreo de Bogotá con destino al aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón, en Cali.
Cuatro minutos más tarde, sin embargo, la gigantesca aeronave se convertiría en una bola de fuego cayendo desde el cielo.
Las 107 personas que iban dentro, entre pasajeros y tripulación, murieron. Otras tres personas que estaban en tierra también fallecieron, víctimas de los escombros que cayeron.
En la fatal lista se contaban dos ciudadanos estadounidenses, por lo que Washington envió a agentes del FBI y funcionarios de la Administración Federal de Aviación y la Junta de Seguridad de Transportación Nacional para apoyar en las investigaciones.
Una semana después, se confirmó la autoría.
El responsable de la mayor tragedia en la historia de la aviación colombiana había sido, una vez más, el cártel de Medellín bajo las órdenes del temido Pablo Escobar.
Un miembro del cártel había abordado el avión portando un maletín en el que, creía, llevaba una grabadora para registrar la conversación de unas personas que habían delatado operaciones de su organización.
Al activar la grabadora, resultó ser una bomba.
La verdadera intención de Escobar era asesinar a César Gaviria, excompañero de fórmula de Galán que había tomado las riendas del partido y ahora se postulaba a la presidencia.
Sin embargo, Gaviria fue impedido de subir a último minuto por orden del coronel Homero Rodríguez, jefe de su equipo de seguridad.
Gaviria resultaría electo en los comicios presidenciales y durante su mandato vería a Escobar ser abatido en un techo de Medellín mientras intentaba escapar.
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