El petróleo salió disparado apenas la roca cayó sobre el tubo. César y otros obreros corrieron para cortar su avance hacia un río de la Amazonia ecuatoriana, pero no lo consiguieron. El agua “envenenada” ya mató animales y amenaza a comunidades.
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“Tratamos que el crudo no llegara al río, pero bajó como cascada por la pendiente”, se lamenta César Benalcázar, un obrero de 24 años.
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El viernes estaba trabajando en el sitio de la fuga junto con las cuadrillas que removían con maquinaria pesada las rocas que se habían desprendido a la altura de Piedra Fina, a unos 80 km al este de Quito.
Por la zona pasa el Oleoducto de Crudos Pesados (OCP), operado por privados y el de mayor capacidad de Ecuador.
La víspera del derrame fue un día de lluvia. El río Quijos estaba crecido y de la parte alta de la montaña se habían desprendido grandes rocas, una de las cuales cayó de “punta” y perforó el tubo, según César.
“Al momento que explota el tubo, salió disparado el petróleo, como una bomba de presión”, recuerda.
Los esfuerzos fueron infructuosos. El crudo descendió tan rápido por la pendiente que no dio tiempo a los obreros de abrir con retroexcavadoras un hueco o piscina para que cayera ahí y no contaminara el río.
El petróleo avanzó hasta el río Coca, uno de los principales de la Amazonia ecuatoriana y que abastece a varios poblados, entre ellos indígenas, según el ministerio de Ambiente.
También resultaron afectadas dos hectáreas del Parque Nacional Cayambe-Coca, una reserva de 403.000 hectáreas que alberga gran variedad de fauna como el venado de Chonta, además de pájaros, mamíferos y anfibios.
- Contaminación para largo -
Ni la empresa OCP ni las autoridades ecuatorianas han cuantificado el petróleo derramado.
Sin embargo, en las fincas aledañas al oleoducto, como la de Benjamín Landázuri, ya se ven las consecuencias, mientras indígenas y ambientalistas temen un alto impacto en las poblaciones apartadas que viven río abajo.
“Cerca de mi casa pasa un riachuelo y hay una vertiente de donde tomamos agua para (nuestro) consumo; ya tuvimos la muerte de unas gallinas que beben del riachuelo”, cuenta Landázuri, un obrero de construcción de 57 años que el viernes estaba abriendo una variante en el sitio de la fuga.
Al regresar a su vivienda, sintió un olor “muy fuerte a petróleo” que le hizo doler la cabeza. Vio entonces las barreras de contención con forma de “salchichas” sobre el arroyo.
Los técnicos se habían apresurado a detener el avance de la mancha negra, aunque ya le advirtieron que la “contaminación es a largo plazo”.
“Tenemos piscinas de tilapias y ya tomaron muestras del agua para ver si no hay contaminación, sino tendrá que indemnizarnos el OCP”, agrega.
En 2020 ya hubo un derrame de unos 15.000 barriles en la misma zona donde ocurrió la emergencia del viernes.
La mancha negra alcanzó a tres ríos amazónicos, cuyas riberas están habitadas por miles de pobladores de las provincias de Napo y Orellana.
Nadie cuantificó el desastre. Como ahora, el petróleo corrió por las aguas. Desde entonces los lugareños saben que la tragedia vendrá después.
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