Para sus muchos críticos, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, se ha convertido en un hombre despiadado, que ha pisoteado el debido proceso y otros derechos civiles, políticos y humanos.
Pero dentro de América Latina está creciendo (y no lo dejará de hacer) su ‘club de fans’, que le aplaude su represión y mano dura contra las pandillas. Políticos prominentes y personas del común de países vecinos de América Central, incluso de naciones más lejanas como Perú y Chile, le han profesado su admiración por sus medidas, y expresaron su deseo de ver a sus propios gobiernos adoptar sus enfoques.
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La estrategia de mano dura de Bukele, que se intensificó después de que declaró el Estado de Excepción en marzo pasado, ha reducido la tasa de homicidios en El Salvador y ha brindado relativa seguridad a las comunidades devastadas por la violencia durante años.
Pero también ha eliminado virtualmente el derecho a un juicio justo a los acusados de pertenecer a pandillas. Esto ha llevado a que muchos inculpados sean encarcelados sin ningún acceso a la defensa legal. Unos 64.000 salvadoreños han sido puestos entre las rejas en poco menos de un año.
La administración de Bukele ha sido objeto de reprimendas y sanciones por parte de Estados Unidos, y de condenas provenientes de organizaciones de derechos humanos. Sin embargo, en muchas partes de América Latina, la recepción a sus políticas ha sido más positiva y benevolente.
En Guatemala y Honduras, países propensos a la violencia, los ciudadanos han realizado marchas a favor de Bukele y aplaudieron las visitas del presidente salvadoreño a sus naciones.
El ministro de seguridad de Costa Rica, Jorge Torres, pidió a su gobierno que siga los pasos de Bukele. En 2021, el exalcalde de Bucaramanga y posterior candidato presidencial de Colombia, Rodolfo Hernández, hizo una peregrinación preelectoral a San Salvador para estudiar las políticas de Bukele de primera mano. El mandatario de Lima y candidato presidencial de derecha, Rafael López Aliaga, prometió un “plan Bukele” para acabar con el crimen urbano. Y más lejos, en Chile, que está en una oleada de delincuencia, los desfiles callejeros pro-Bukele han hecho eco en las redes sociales.
Mientras tanto, los críticos latinoamericanos de Bukele han sido notablemente pocos y distantes entre sí. Cuando el presidente ecuatoriano Guillermo Lasso dio a entender que Bukele había ido demasiado lejos con sus medidas, sonó como una voz en el desierto. No es de extrañar: una encuesta reciente mostró que Bukele era dos veces más popular entre los ecuatorianos, que cualquiera de los políticos del país.
Ganar influencia
El poder blando de Bukele, inusual para un presidente de una nación tan pequeña, es el fruto de años de trabajo diplomático. Si bien expresó su interés en acercar a sus vecinos antes de ganar la presidencia, en 2019, cuando llegó la pandemia por el Covid-19 se presentó su verdadera oportunidad.
Bukele aprovechó la respuesta relativamente efectiva a la pandemia, aunque draconiana, de su gobierno para comenzar a promover su imagen internacional. En mayo de 2021, su administración donó 34.000 vacunas a multitudes que lo vitoreaban en Honduras, donde la corrupción y la incompetencia habían producido un déficit de biológicos.
Después de que los devastadores huracanes azotaran la región, su gobierno también envió ayuda médica y alimentaria de emergencia a Honduras y Guatemala, y ofreció contratar médicos nicaragüenses despedidos por criticar la dictadura de Daniel Ortega. Al igual que su ídolo de la infancia, Hugo Chávez, Bukele pisoteó los límites de mandato y purgó el poder judicial en casa. Mientras tanto, cultivó una imagen de benefactor en el extranjero, protegiendo al Ejecutivo contra las críticas.
El presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei (i), y su homólogo salvadoreño, Nayib Bukele, ofrecen una rueda de prensa en San Salvador (El Salvador).
En 2023, Bukele parece estar repitiendo el guion, solo que esta vez está exportando su política de seguridad. A final del año pasado, el ministro salvadoreño de esta cartera, Gustavo Villatoro, dijo a El Heraldo de Honduras que las autoridades del país se han reunido regularmente con sus homólogos guatemaltecos y hondureños desde marzo de 2022 para compartir información sobre el movimiento de presuntos pandilleros a través de las fronteras.
En diciembre, Guatemala entregó a un líder de una pandilla con una orden de arresto por una serie de homicidios a las autoridades de El Salvador, mientras que la presidenta hondureña Xiomara Castro envió a la policía militar a la frontera con El Salvador para evitar que presuntos delincuentes cruzaran la línea limítrofe. “Lo que hemos logrado en El Salvador está disponible para todos los países”, dijo Villatoro tras una reunión en febrero en la que los ministros de seguridad de México, República Dominicana y varias naciones centroamericanas acordaron coordinar sus estrategias antipandillas.
La ideología no está funcionando como un filtro para manifestar admiración por Bukele y sus políticas. Castro, quien hizo campaña desde la izquierda con énfasis en frenar los abusos de las fuerzas de seguridad de Honduras, ha llamado al presidente salvadoreño un modelo a seguir y ha puesto a 16 de los 18 departamentos del país bajo un estado de excepción continuo, aunque las detenciones masivas aún no han llegado.
Al lado, la conservadora Zury Ríos, que se perfila como la favorita para las elecciones presidenciales de este año en Guatemala, elogia las políticas de seguridad de Bukele en las redes sociales y ha forjado sus propios lazos con miembros de su círculo
.Porfirio Chica, un estratega de medios salvadoreño que ha trabajado estrechamente con Bukele, dijo a AQ que Ríos lo había consultado dos veces sobre la estrategia política en el contexto de las próximas elecciones.
Y en enero, el vicepresidente salvadoreño, Félix Ulloa, dijo que funcionarios del gobierno se habían reunido con el primer ministro de Haití, Ariel Henry, para establecer una oficina en Puerto Príncipe para trabajar en una estrategia contra las pandillas en Haití.
Replicar las políticas
Aunque las ideas y la retórica de Bukele se están extendiendo rápidamente, sigue siendo incierto hasta qué punto influirán en políticas materializadas más allá de las fronteras de El Salvador, pues otros indicadores no parecen ser muy favorables para el país, como el bajo crecimiento y la colosal deuda externa.
El Fondo Monetario Internacional predice que la deuda, alimentada por la costosa campaña contra las pandillas y las reformas económicas populistas, alcanzará el 97,5 % del PIB para 2027. Si no se controla esto, es difícil imaginar que la policía y los soldados seguirán patrullando las calles de forma gratuita.
La gran diversidad de América Central, que ha frustrado muchos intentos de integrar a la región, es otro obstáculo potencial. Los gobiernos de Guatemala y Honduras enfrentan territorios más grandes y geográficamente más diferentes y sociedades civiles más movilizadas, podrían tener dificultades para copiar los métodos policiales más agresivos de Bukele.
En Costa Rica, y tal vez en República Dominicana y Panamá, las instituciones relativamente fuertes, parecen más propensas a frenar los intentos de emular el enfoque de Bukele. Por último, pero no menos importante, la propia ciudadanía podría oponer resistencia.
Hasta ahora, la búsqueda de Bukele por el poder blando en América Latina ha sido exitosa para descartarla. La violencia alimenta la demanda de políticas al estilo Bukele y, en América Latina, es un problema para casi todos los países. Desde naciones antiguamente tranquilas como Chile y Ecuador, hasta Haití, Honduras y Colombia, crónicamente violentos, la ciudadanía harta ha visto fracasar las políticas de seguridad convencionales muchísimas veces.
El atractivo de Bukele, para muchos, es su enfoque radical para combatir el crimen. Los presidentes de mano dura que vinieron antes que él en la región, como Antonio Saca, de El Salvador, u Otto Pérez Molina, de Guatemala, parecen cautelosos y respetuosos de las reglas en comparación con el salvadoñero.
(*) Becario de estudios de América Latina en el Consejo de Relaciones Exteriores.
¿Qué los hace tan populares y aplaudidos?
La popularidad de un gobernante es difícil de explicar. Los expertos aseguran que no hay una correlación directa con la riqueza del país, ni con el tamaño de la población, ni con la ideología, ni siquiera con el respeto del líder por los derechos humanos ni de la democracia.
Pero, si se manejan hábilmente, las crisis pueden constituir una oportunidad, enfatizan los expertos. De hecho, el más popular del momento según el ranking (elaborado por La Nación basado en recientes encuestas de favorabilidad de los mandatarios) es el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky.
Su reputación, evidentemente, no está ligada a los indicadores macroeconómicos. En cambio, su valentía y su determinación, entre otros atributos, en un momento extremadamente amenazante, han catapultado sus niveles de aprobación por encima del 90 por ciento.
De hecho, Zelensky había obtenido una puntuación baja (38 por ciento) en su último sondeo previo al comienzo de la guerra. Su pobre gestión de la pandemia y algunos escándalos habían desencantado al pueblo ucraniano.
”La decisión de Zelensky de permanecer en Kiev, desafiando los esfuerzos de Rusia por destituirlo, y de defender incansablemente a Ucrania lo convirtieron en un ícono”, afirma a La Nación Erik Herron, experto en política ucraniana y profesor de la Universidad de West Virginia.
Otra situación típica que se repite constantemente es la de un actor irreverente, un outsider, que irrumpe en la escena política y cautiva al electorado con respuestas radicales a problemas estructurales de larga data.
Así llegó al poder en El Salvador Nayib Bukele, con la misión de acabar con la violencia perpetrada por las maras, arraigadas en la nación centroamericana desde hace décadas. Este líder millenial ha logrado resultados concretos.
El país obtuvo la tasa más baja de homicidios de la región en 2022, ganándose el encanto de los salvadoreños que lo puntuaron con un 87 % en la encuesta de diciembre de 2022 de LGP Datos, ubicándose segundo en el ranking general de La Nación.
Sus drásticos métodos, sin embargo, no están exentos de controversias. Su política de mano dura y el diez veces extendido estado de excepción son puntos de críticas de organismos internacionales y gobiernos extranjeros.
Pero Robert Shapiro, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Columbia, reconoce que algunas veces los ciudadanos están dispuestos a alargar la vista en lo que refiere al respeto de derechos humanos cuando priman temas que consideran más urgentes.
En efecto, del ranking de los líderes más populares, solo tres (Rodrigo Cháves, de Costa Rica; Anthony Albanese, de Australia; y Sanna Marin, de Finlandia) pertenecen a democracias plenas, según el índice de The Economist. México, El Salvador, Honduras y Ucrania, aparecen como regímenes híbridos; mientras que Filipinas, India, Indonesia, República Dominicana