“Por un lado tenemos un candidato sin escrúpulos y actitudes inaceptables para un jefe de la nación, y por el otro a uno de los protagonistas del mayor escándalo de corrupción”. El balance que hace una de las electoras indecisas en Brasil, Angelica Pellicer, es clave para entender cómo estos comicios presidenciales han polarizado a la población y cómo muchos tendrán que escoger entre dos opciones que no quieren. Como ya sabemos de sobra en el Perú, es la elección por el mal menor.
Jair Bolsonaro y Luiz Inácio Lula da Silva son los personajes políticos con mayor arrastre en el país, y al mismo tiempo los que generan mayor rechazo: 50% de los brasileños no quiere al actual presidente y 46% piensa lo mismo del exmandatario izquierdista.
Según sus análisis, la consultora brasileña Quaest concluyó que “la mitad de los electores que votan por Lula lo hacen para sacar a Bolsonaro. Y la mitad de los que votan a Bolsonaro lo hacen para que Lula no vuelva”.
Se trata, nuevamente, de una elección completamente polarizante, y que ha demarcado más la cancha en esta segunda vuelta, donde las propuestas han quedado a un lado para dar protagonismo a los ataques y la desinformación, poniendo al votante entre la espada y la pared.
Desde la primera ronda, el presidente y sus seguidores habían calificado esta elección como “una lucha entre el bien y el mal”, mientras que para el exmandatario se trataba de “recuperar” el país después de cuatro años oscuros bajo el gobierno de la extrema derecha.
“Esta campaña de la segunda vuelta ha sido como una continuación de la primera ronda, pero el discurso se ha polarizado más, ha sido más extremo”, comenta a El Comercio Daniela Neves, doctora en Ciencia Política y especialista en elecciones en Brasil.
“Decir que se vota por Lula significa que volverán los bandidos y la corrupción, y decir que se vota por Bolsonaro significa el fin de la democracia y que habrá mucha violencia. Entonces hay un tono amenazante, una propaganda negativa. La campaña no ha sido propositiva, sino de atacar al oponente”, agrega.
Para Mario Braga, analista senior de Brasil de la consultora Control Risks, ha sido una campaña donde no han imperado los planes de gobierno, sino sobre todo temas que han impactado en los sentimiento y emociones de algunos grupos específicos de votantes, como el de la religión. “Esto ha escalado la desinformación, y son temas que son utilizados como armas electorales, pues puede influenciar la decisión del voto”, explica.
Así, Bolsonaro ha apelado al voto evangélico, que constituye buena parte de su base electoral, y no ha cesado de señalar que Lula se dedicará a cerrar iglesias y a perseguir a los cristianos; mientras que el expresidente ha preferido moderar su discurso progresista señalando que está en contra del aborto y a favor de la familia. Aprovechando los deslices del mandatario y su escasez de filtro para lanzar comentarios, los ‘lulistas’ han vinculado incluso a Bolsonaro con la masonería, la pedofilia y el canibalismo, engrosando así la lista de ‘fake news’ que se han esparcido por todo el país.
Punto a punto
Los sondeos muestran una leve diferencia de Lula da Silva -entre 4 y 5 puntos- sobre Bolsonaro. Pero en la primera vuelta la mayoría de encuestadores le daban al líder del Partido de los Trabajadores (PT) hasta 14 puntos de ventaja sobre el actual mandatario, pero finalmente las cifras quedaron 48% versus 43%, asi que la victoria está para cualquiera.
Pese a que la polarización ha sido la norma en la campaña, ambos candidatos -que tienen un ferviente colchón de incondicionales- saben que necesitan a los votantes moderados y a los indecisos para inclinar la balanza.
“Lula ha hecho alianzas y recibió el apoyo en la segunda vuelta de Simone Tebet, que quedó tercera en primera vuelta, así como economistas y políticos del PSDB, el partido que fue el gran adversario del PT en los años 90. Entonces, hubo una intención de mostrar a Lula como alguien más moderado y que no será un presidente comunista y de izquierda radical. De nuevo, fue una forma de utilizar el debate de la economía no como una propuesta de algo concreto, sino como una forma de activar los miedos de la gente y apelando a la emoción”, precisa Braga.
Neves comenta que Bolsonaro comenzó la segunda vuelta, a inicios de octubre, “más sonriente, intentando mostrarse que no es tan radical y extremista y que está conduciendo al país por el camino correcto para mejorar la economía. Y del otro lado, Lula ha dicho que su gobierno no será del PT; sino un frente amplio que incluye a partidos de la centro derecha, como el PSDB”.
¿Peligro de fraude?
Un aspecto que fue preponderante en la primera vuelta, pero que tampoco ha quedado apartado en la campaña de las últimas semanas es el peligro de que el presidente Bolsonaro no reconozca el resultado de las elecciones, si es que la victoria se la lleva Lula.
Así como Trump lo hizo con el voto por correo en las elecciones del 2020 en Estados Unidos, Bolsonaro -fiel seguidor del republicano- viene desde hace meses sembrando dudas sobre la votación electrónica, pese a que es un sistema que desde su implementación a fines de los años 90 no ha recibido denuncias. Dada la elevada polarización, que los bolsonaristas más extremos emulen la Toma del Capitolio no es descabellada.
“No veo un escenario en el que Bolsonaro vaya a dar voluntariamente el poder a Lula. La gran pregunta es cuánta de la estructura del poder en Brasil, incluyendo las fuerzas armadas, acompañaría a Bolsonaro en esta aventura”, dijo semanas atrás a El Comercio el analista Brian Winter, periodista estadounidense especializado en la política brasileña y editor en jefe de la revista “Americas Quarterly”.
Para ambas campañas, esta elección significa un antes y un después que determinará si el país renace o se va en caída libre. Sea como sea, el bolsonarismo llegó para quedarse un buen tiempo más, y Lula ya demostró largamente que, pase lo que le pase, es el político que marcó la historia del gigante sudamericano en los últimos 20 años.