Carlos Meléndez

Va terminando un nuevo ciclo electoral en América Latina, que ha tenido como protagonistas a candidaturas de derecha. La trepidante victoria del Partido Republicano para dominar el Consejo Constitucional en , el intempestivo triunfo del debutante en Ecuador, el ascenso estrepitoso de en la política argentina y la reelección del Partido Colorado en Paraguay constituyen los más resonantes logros de la diestra regional, celebrados como propios, por quienes pretenden seguir sus huellas en las desilusionadas arenas políticas peruanas. A aquellos hinchas locales de equipos extranjeros, no les vendría mal reflejarse en los correspondientes espejos de tan odiosas comparaciones.

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¡Qué difícil es ser Bukele!

La fiebre del bukelismo ha contagiado a casi todo el continente. Un millennial mano dura, un “dictador cool” en sus propias palabras, emplea redes sociales y estética hollywoodense para proyectarse como soft power continental. Pero tal como reseñamos con Mabel Huertas en este Diario, se trata de un caso excepcional, difícilmente replicable fuera de las fronteras de El Salvador. Quien mejor se proyectaba como su émulo fue Jan Topic, un “soldado profesional de élite” (aka “mercenario”), que postuló a la presidencia en Ecuador en medio de la más grave crisis de seguridad de ese país. Durante la campaña, uno de los candidatos punteros, Fernando Villavicencio, fue asesinado haciendo más palpable el debate alrededor de la lucha contra el crimen. Todo parecía servido para Topic, pero terminó cuarto, por detrás del candidato desaparecido.

Cuando se normalizan las crisis (de seguridad en Ecuador, de economía en Argentina) y todos los postores al poder ofrecen abordar lo mismo, los electores buscan claves alternativas. Los ecuatorianos apostaron por quien ofrecía renovación (un empresario de centroderecha de 35 años). El éxito proselitista de Noboa descansa en su dinero: sin partido, empleó a la corporación de su padre como sustituto para movilizar y llegar a todo el territorio. No necesitó abrazar al anti-correísmo (que hizo lo suyo gratis) ni azuzar ningún odio. Seguramente, ya en Carondelet, tendrá problemas para gobernar, pero esa es otra historia (conocida para los ecuatorianos).

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¡Qué fácil es ser Milei!

Un hater profesional, emplea el odio como su principal motosierra política. Javier Milei se convirtió en la expresión anti-establishment en un país agrietado entre kirchnerismo y antikirchnerismo. Lejos de una tercera vía, ha erigido una isla en medio del abismo. Ahora, repentinamente, tiene que construir los puentes. Pocos le creen. Entre las PASO y la primera vuelta se ha mantenido por debajo de los 8 millones de votos (no llega al tercio del electorado argentino) y los que sume no serán por mérito suyo sino rechazo histórico al peronismo. Hoy tiene más anti-voto que Sergio Massa, quien acaba de fundar el post-kirchnerismo con tres millones menos votos de los que sacó hace cuatro años Alberto Fernández (pero con 140% de inflación interanual). La definición será fotográfica, pero ha quedado demostrado las limitaciones de la guasonería. Al final, Milei no fue ni Messi ni Mesías.

Las recetas que entusiasman a los Bukele-wannabe y Milei-wannabe criollos han demostrado su sabor amargo. La derechita “valiente” triunfa bajo dos condiciones: en escenarios de fragmentación (hasta López-Aliaga puede ser elegido alcalde de Lima) o cuando no asusta tanto al indiferente o al apático obligado a votar (Republicanos en Chile sin Kast de candidato). Pero los integrantes del Foro de Madrid (notar que Bukele no es un activo de esta red) están a un triz de perder a sus “role-models” si Milei no gana el ballotage en noviembre y si los republicanos chilenos sufren la derrota que pronostican las encuestas en el “plebiscito de salida” de su propuesta constituyente en diciembre. Cuando el viento soplaba a favor de la derecha -luego de la bronca en contra de ineficientes gobiernos de izquierda-, aquella parece perder la oportunidad. Porque interpretó que la desafección automáticamente endosaría a sus candidaturas con solo insultar más alto. Ser un populista de derecha es sencillo: colocan los términos de agenda pública a través de asociar rabias a los problemas de la gente. Lo complicado es plantear soluciones.


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