Un solo grito alcanzó a exhalar Juanita la mañana del 7 de noviembre de 2019 y eso fue suficiente para alertar a todos los habitantes de la pensión universitaria de la calle 19, en el barrio Campohermoso, de Manizales, Colombia. “Auxilio”, se escuchó retumbar por las paredes de cemento de la vieja casa de dos pisos.
De inmediato, un estudiante de noveno semestre de Medicina de la Universidad de Manizales apareció en la habitación de la joven y quedó atónito durante unas cortas centésimas de segundo por lo que yacía frente a sus ojos.
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Fabián Campos, su compañero de pensión con el que ella había sido tan solidaria, la estaba apuñalando con un cuchillo de 29 centímetros. Algunas de las nueve puñaladas fueron tan profundas que el arma alcanzó a picar el piso que estaba debajo de la humanidad de Juanita y el sonido era tan fuerte que la dueña de la casa, que dormía en la habitación de abajo de la víctima, alcanzó a despertarse por los golpes del metal contra la baldosa.
La niña ejemplar y la oveja negra
Juanita era la hija menor de una familia clase media de Neira, Caldas; un municipio a 20 minutos de distancia en carro de la capital Manizales.
Era el orgullo de sus padres y sus hermanos y desde siempre quiso estudiar Medicina y convertirse en una gran doctora que pudiese ayudar a mucha gente y salvar muchas vidas. Para ella esa era la misión que Dios le había dado y la llevaba con orgullo, el mismo orgullo que sentía por ser una joven religiosa y de profunda fe cristiana.
Durante su infancia siempre fue una niña modelo, nunca le dio problemas a sus padres y en el colegio destacó desde siempre por su excelente rendimiento académico y su historial disciplinario impecable.
Por su inteligencia y disciplina fue merecedora de una beca del programa Generación E para estudiar Medicina en la universidad que quisiese y se decidió por la de Manizales, por su prestigio y porque así podría estar igualmente cerca de sus padres, a quiénes visitaba casi todos los fines de semana.
Juanita tenía 17 años el día que quedó en las manos de Fabián, quién era solo dos años mayor que ella y quién también estaba becado en Psicología, pero por Ser Pilo Paga, por su prodigiosa mente.
Pero quizá era esa la única virtud del muchacho y también lo único que compartía con Juanita, pues su historia de vida era totalmente opuesta.
Mientras que ella creció en una familia amorosa y en la cuál nunca le faltó nada, él fue víctima de abuso sexual desde niño y de violencia intrafamiliar. Su padre fue posiblemente, según él aseguró en entrevistas forenses, su peor enemigo.
Juanita dedicaba horas a leer la biblia e ir a la iglesia, mientras que Fabián leía libros satánicos y -según él- estaba en una secta que adoraba al demonio.
Ella se divertía jugando en su niñez con sus padres, mientras él era obligado a jugar ajedrez con su papá, una suerte de brujo de pueblo que detestaba perder y que si lo hacía se vengaba del niño a punta de golpes.
Mientras Juanita combinaba su desempeño académico sobresaliente con su disciplina impoluta, Fabián era un niño problema en su colegio, dónde lo recordaban como un competidor voraz y hasta sucio por las notas.
Estás dos personas fueron a parar en el mismo lugar de estudio y trabajo casi en la misma etapa de su vida, y el desenlace fue fatal.