Un tribunal de Argentina condenó este lunes a prisión perpetua a 5 de los 8 jóvenes acusados de asesinar el 18 de enero de 2020 a Fernando Báez Sosa, de 18 años, a la salida de una discoteca, un caso que conmocionó a la opinión pública en Argentina y en Paraguay, de donde son originarios sus padres. El siguiente informe se publicó antes de conocerse la sentencia.
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Este lunes 6 Argentina volverá a paralizarse. Lejos de tener un tono festivo, esta cita guarda un reclamo de justicia. Ese día se leerá sentencia a los ocho acusados del asesinato de Fernando Báez Sosa, ocurrido en el verano del 2020 en las afueras de una discoteca del balneario Villa Gesell, en un caso que conmocionó a la sociedad por su crudeza y avivó la discusión sobre este tipo de violentas prácticas cotidianas.
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Báez Sosa, de 18 años, falleció el 18 de enero del 2020 como producto de la golpiza recibida por ocho jóvenes integrantes de un club de rugby de la localidad de Zárate (provincia de Buenos Aires). La secuencia de lo que sucedió esa fatídica noche se pudo reconstruir gracias a los testimonios de los testigos, pero también por las imágenes de las cámaras de seguridad y celulares. En tiempos de videovigilancia, el hecho se visibilizó rápidamente.
“Es un caso absolutamente filmado y mediatizado, que no es algo menor en la era de las redes sociales. Ello dio viralidad a este acontecimiento”, explica Joaquín Coronel, educador y miembro del Instituto de Masculinidades por el Cambio Social (MasCS).
Además de esta naturaleza mediática, hubo otros condimentos que hicieron que el caso calara en la ciudadanía. Para los especialistas, el crimen de Fernando concentra debates profundos para la convivencia social. La procedencia de los involucrados activó la discusión sobre prejuicios y estereotipos.
Mientras que la víctima era hijo de migrantes paraguayos que se instalaron en Argentina en busca de mejores oportunidades, los victimarios –cuyas edades fluctúan entre los 20 y 23 años– están asociados al rugby, deporte de las clases altas. En medio del ataque, los ‘rugbiers’ soltaron expresiones como “negro de mierda”.
“Tocó muchas fibras. Fue a la vez un crimen racista y clasista, con tantas aristas que nos atravesó a todas las personas con diferentes grados”, expresa Andrés Arbit, cocreador del colectivo Privilegiados, una agrupación que trabaja en la deconstrucción masculina.
Identidades violentas
En estos tres años, diversos personajes públicos se refirieron a los acusados como monstruos. Joaquín Coronel considera necesario revisar ese discurso. “Se habla como si hubiera un problema en los agresores, cuando forman parte de una matriz, de una masculinidad hegemónica”, menciona.
Son estos condicionamientos sociales alrededor de la masculinidad los que hoy empiezan a repensarse. “Muchas veces la violencia física es el método que se propone para la resolución de conflictos desde niños”, comenta el integrante del Instituto MasCS.
Coronel recalca que comprender la raíz estructural del problema no supone correr las responsabilidades de las acciones. “Que sean varones hegemónicos no los desresponsabiliza de su acción homicida. Pero la resolución por violencia no es una particularidad de este caso. Aquí se llegó a la peor de las situaciones, pero otras agresiones no toman relevancia porque no llegan a ser fatales”, sostiene.
Las especulaciones sobre la decisión de los jueces rondan en los medios de comunicación y entre los actores involucrados. El propio abogado de la familia Báez Sosa, Fernando Burlando, publicó en su cuenta de Twitter una encuesta para medir la sensación de la opinión pública. El 59% de los más de 250 mil participantes cree que la condena será cadena perpetua.
Jusamente los fiscales y querellantes han pedido tal pena para los ocho acusados por considerarlos “coautores del delito de homicidio doblemente agravado por alevosía y concurso premeditado”.
La defensa apuesta por una condena por homicidio por riña, la cual fluctúa entre 2 y 6 años de prisión efectiva. Considerando los tres años que ya llevan con prisión preventiva, este hipotético escenario podría supondría la excarcelación de los acusados.
Este lunes la lectura de sentencia dará punto final a un proceso doloroso. Pero algunos expertos ven que podría ser el punto de partida para que las identidades masculinas tomen una bandera. “El primer Ni Una Menos del 2015 impulsado por el movimiento feminista en Buenos Aires, luego replicado en toda Latinoamérica, fue un momento bisagra”, dice Arbit.
“Sería increíble que el caso de Fernando propicie que los varones podamos empezar a hacer autocrítica sin sentirnos mal o victimizarnos”, cierra Arbit.
En lo que va de este verano se ha sabido al menos de cinco golpizas con ciertas similitudes (en manada) a las salidas de fiestas en las localidades bonaerenses de San Pedro, Cañuelas, así como en Bahía Blanca y las ciudades cordobesas La Falda y Santa Rosa de Calamuchita.
El final del juicio de Báez Sosa podría tener efecto en la erradicación de estas acciones. Coronel, quien espera una sentencia reparadora, considera que este caso “podría inaugurar un proceso de revisión de estos tipos de conflictividad social”.
Rugby se mira al espejo
Un año después del asesinato de Báez Sosa, Agustín Pichot, histórico capitán de Los Pumas (selección nacional de rugby) reflexionó públicamente sobre el involucramiento de ‘rugbiers’ en casos de extrema agresividad.
“El rugby naturalizó la violencia”, reconoció. Incluso, contó haberle escrito al padre de Fernando para ofrecerle disculpas, porque de alguna forma sentía que “había sido uno de los que había transmitido esa naturalización”.
En los últimos años, algunos clubes de rugby han empezado a discutir ciertos hábitos. Desde que arrancó el trabajo de Privilegiados, en noviembre del 2018, Andrés Arbit cuenta que han dado charlas para repensar las masculinidades en colegios, organizaciones barriales, sindicatos, empresas y, por supuesto, clubes de rugby. “En todos estos espacios, cuando hablamos del machista, pareciera que ninguno se reconoce como tal, ni mucho menos violento”, comenta.
Considera que no debe estigmatizarse al rugby ni al deporte por estas actitudes violentas, sino que se debe tratar como una cuestión estructural. “El problema no es el deporte, es la cultura que está alrededor. El problema viene de la idea que se tiene de lo que es un varón hecho y derecho”, expresa.
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