Bogotá (El Tiempo / GDA) A los nueve años de edad, Miguel cumplió uno de sus mayores sueños: volar en helicóptero. Y aunque para algunos pudiera parecer un acto poco trascendental, para él se convirtió en la oportunidad de olvidar por un instante la condición que lo mantiene atado a una silla de ruedas desde sus primeros años de vida.
A Miguelito, como le dicen cariñosamente, le diagnosticaron una enfermedad conocida como huesos de cristal (debilidad extrema en los huesos) y otra llamada piel de mariposa (que se caracteriza por tener una piel extremadamente sensible que se ampolla con facilidad).
El viernes pasado, sobre las 11 de la mañana, Miguelito llegó ansioso a la base militar de Catam, en Bogotá. Sobre su silla de ruedas, dio un breve paseo por el Museo Aeroespacial Colombiano de la Fuerza Aérea. Después del recorrido, recibió el uniforme de la Fuerza Aérea Colombiana (FAC) y se dirigió hacia la nave.
Minutos después, despegó un helicóptero Huey II artillado con la misión de sobrevolar con el pequeño el cielo bogotano. Ya en el aire, Miguelito divisó con entusiasmo el paisaje de concreto que aparecía ante sus ojos.
En medio de su felicidad, olvidó por un momento sus enfermedades. El ruido del helicóptero, los controles y la tripulación lo llevaron a imaginarse piloteando la nave. “Quiero ser piloto, para ayudar a mi país”, dijo.
Lauris Herrera, madre de Miguel, una humilde mujer que reside en el barrio Molinos, en el sur de Bogotá, permaneció aferrada al hierro del helicóptero durante el vuelo. Su rostro reflejaba el miedo que experimentó al volar por primera vez. Pese al susto, para ella primó el sueño de su hijo. “Yo lo doy todo por él, Miguel es mi vida y no importa lo que tenga que hacer para verlo feliz”, afirmó.
Al regresar a la pista de Catam, el niño, con la calma que lo caracterizó durante el vuelo, bajó del helicóptero y abrazó a su madre y a la tripulación.
Agradecido, volvió a la silla de ruedas que lo llevaría nuevamente a su realidad: padecer dos enfermedades que no le permiten, entre otras cosas, jugar fútbol, una de sus grandes pasiones.
Además de realizar el sobrevuelo por Bogotá, Miguel recibió por parte de la Fuerza Aérea y de Catam un uniforme de la institución y un diploma que lo certificaba como ‘piloto honorario’ de las Fuerzas Militares.
“Ese pequeño dejó una huella en nuestros corazones. Nos mostró que la felicidad está en las cosas más simples”, afirmó conmovido el coronel Carlos Gómez, piloto de la aeronave Focker 28 que hizo posible que Miguelito cumpliera su anhelo de volar.