El jueves 12 de enero de 2017, el ingeniero Róbinson Castellanos Plata, en ese entonces con 48 años, recogió en el edificio Isazú, del barrio Laureles de Medellín (Colombia), ciudad en la que residía, a su esposa, hijastra y cuñada.
Su intención era la de dirigirse con las tres mujeres hacia el municipio de El Banco (Magdalena) con el aparente fin de vacacionar.
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Lo hizo conduciendo por cerca de 10 horas una camioneta Tucson azul, de placas DYD 514. A su lado iba su esposa, Gloria Amparo Leal Valetta, de 49 años, y en la parte de atrás, Andrea Carolina Castellanos Leal, su hijastra, de 20 años, y Mercedes Victoria Leal Valetta, su cuñada, de 48 años.
El viaje, según les había contado Castellanos Plata a las tres mujeres, obedecía, más que todo, a una oportunidad que se le había presentado de adquirir unas tierras en esa zona de la Costa.
El recorrido, que incluyó 600 kilómetros en la vía Medellín-Bogotá hasta el cruce de El Burro, en Pailitas, (Cesar), y otros kilómetros por una trocha que conduce a El Banco, transcurrió con normalidad.
Sin embargo, el sábado 14 de enero el vehículo siguió de largo hasta una finca ubicada en el caserío de Garzón, en el corregimiento de Algarrobal, apacible zona rural a la que se llega luego de atravesar un camino destapado durante unos 40 minutos.
El cansancio hacía mella en los viajeros y los zancudos comenzaban a picar sus cuerpos hasta que ingresaron al predio que supuestamente iba a ser adquirido por Castellanos Plata, el cual colinda con la ciénaga de Chillo, un extenso cuerpo de agua que sirve de despensa a más de 100 pescadores de la zona.
Los primeros en bajarse de la camioneta fueron los esposos y la joven Andrea Carolina. Mercedes Victoria, quien padecía de una discapacidad cognitiva, se quedó dentro del vehículo.
Pasaron unos segundos hasta que de la maleza salió un hombre que con machete arremetió contra la esposa, de contextura normal, hasta lograr cortarle el cuello tras un breve forcejeo.
“Mira lo que le están haciendo a mi mamá”, le grito la joven atónita a su padrastro, pero este ya tenía todo arreglado: le tocaba el turno de darle muerte. Se le abalanzó, la tiró al suelo y de la misma manera en la que murió su esposa, de una cortada en el cuello, le quitó la vida a la joven.
Hacer lo mismo con la mujer que quedaba dentro de la camioneta fue muy sencillo para el sujeto que se había escondido en la finca para ayudar a que se cometiera el triple homicidio que consternó a Colombia en aquel comienzo de año.
Luego, los cuerpos fueron abiertos, amarrados a piedras y lanzados a una ciénaga cercana.
Ese es el recuento que el intendente Jairo Cadavid le hizo a EL TIEMPO, tras haber participado en la investigación que sirvió para esclarecer el caso en el que el pasado 26 de julio resultó hallado culpable Róbinson Castellanos Plata,
La operación Chilloa
El intendente Cadavid, quien lleva 10 años en la Policía, se encontraba, como de costumbre, en la estación que está en el casco urbano de El Banco, en la mañana del lunes 16 de enero, cuando de la nada aparecieron unos pescadores para reportar que en las aguas turbias de la ciénaga de Chilloa, en el caserío de Garzón, había aparecido flotando el cuerpo de una mujer.
“Pensé que se trataba de un ahogado, porque en esa zona la gente se muere es de vejez, nunca por algo violento”, relató.
Eran las 11 de la mañana cuando el oficial se desplazó, en compañía de su compañero Andrés Higuita, hacia el lugar donde reinaba la consternación.
Cuenta que al hacer la inspección del cuerpo, que fue extraído por los nativos de la zona, se percató de que este tenía unas piedras amarradas al cuerpo y una cortada en el abdomen, entre otras heridas con arma blanca.
Su hipótesis cambió de inmediato. De un posible ahogamiento pasó a retaliaciones típicas de los grupos ilegales que luchan por el control de narcotráfico, pero no le encajaba que algo así sucediera en ese territorio de paz.
Estaba al frente del cuerpo sin vida de la joven Andrea Carolina Castellanos Leal, de piel de porcelana, ojos miel y cabello lacio claro, la cual portaba en el bolsillo derecho del pantalón una tarjeta USB azul que se convirtió en la primera evidencia para esclarecer las razones de su muerte.
Al día siguiente, el martes 17, bien temprano, los pescadores volvieron a la estación donde estaban Cadavid e Higuita, pero esta vez para alertar sobre la aparición de otros dos cuerpos en las mismas circunstancias.
“Ahí sí creí que lo que pasaba era algo fuera de lo normal. Llegamos a la zona y los otros dos cuerpos estaban en las mismas condiciones que el primero. Era una masacre que llamó la atención de todo Colombia”, agregó.
Hasta la zona llegó el comandante de la Policía del Magdalena, el coronel John Rodríguez Andrade, quien dispuso la conformación de un equipo con efectivos de la Dirección de Investigación Criminal e Interpol y de la Seccional de Investigación Criminal del Magdalena, en coordinación con la Fiscalía Seccional. De esta manera le habían dado inicio a la ‘Operación Chilloa’, con el fin de esclarecer ese triple homicidio.
La estrategia de investigación incluyó una llamada telefónica al Laboratorio Regional de Policía Científica y Criminalistica N° 8, ubicado en Barranquilla, que le presta servicios a todo el Caribe colombiano, exceptuando al departamento de Córdoba y la isla de San Andrés, pues se requerían en la escena del crimen a un experto dactilocopista, un fotógrafo forense y un forense informático para sumarse cuanto antes a la investigación.
El intendente Ricardo Salcedo Arrieta, experto en la recolección de huellas y rastros forenses, se preparaba, como de costumbre, para iniciar sus labores en la sede del laboratorio en la carrera 38 con calle 74, en el norte de la capital del Atlántico, cuando recibió el llamado de sus superiores para viajar a El Banco.
Lo mismo le ocurrió al patrullero Gustavo Ceballos, técnico en fotografía, quien junto a Salcedo inició con un viaje de siete horas hasta llegar al sitio de los hechos.
En simultáneo, también fue requerido Roger Correa, del laboratorio de informática forense, quien había sido asignado para recibir, in situ, la evidencia a la que más confianza se le tenía: la tarjeta USB hallada en la ropa de la joven Andrea Carolina.
Correa recuerda que mientras sus compañeros recorrían a sol y sombra los alrededores de la ciénaga de Chilloa, en la búsqueda de sangre y otras pistas, él con un equipo especializado procesaba la tarjeta que aunque a simple vista se veía en buen estado, tenía que pasar por un riguroso proceso que impidiera que se perdiera la información.
“Era una USB Kingston de 1 Giga de capacidad que se veía bien por fuera, pero que había estado bajo las aguas de la ciénaga durante varias horas. Se le hizo el procedimiento de secado y, luego, se examinó para ver qué tipo de datos contenía este dispositivo de almacenamiento”, recordó Correa.
Con suerte y pericia en lo que hacía, Correa logró rescatar de la tarjeta 192 archivos Pdf, 14 Word, un Excel, dos PowerPoint, y más de 200 videos.
Relata el experto que al observar lo recopilado notó que habían muchas fotografías de predios ubicados en el interior de Colombia. Lo que sirvió para reforzar la teoría de que las tres mujeres no eran oriundas de la zona.
El nombre de una mujer llamada Carmen* y la imagen de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, además de los planos y las fotos de distintos inmuebles, llevaron a los investigadores a sospechar que las víctimas residían en la capital de Antioquia.
Dicha información fue recibida por los investigadores Cadavid e Higuita, quienes intentaron comunicarse por Facebook con el perfil a nombre de la persona encontrada en la tarjeta USB.
Cadavid cuenta que un principio esta persona no se reportó a través de la red social, hasta que en la noche, luego de varias horas y con la investigación en curso, su compañero se percató de que el perfil se encontraba activo.
“Le dije que a Higuita que le hablara. Que no dijera nada de un homicidio, sino que se trataba de un aparente hurto. Entonces esta persona, Carmen, que resultó ser una universitaria amiga de Andrea Carolina, dijo que esa tarjeta USB era suya y solo la podía tener una amiga de la que solo sabía que estaba en la costa Caribe. También nos dijo que ella estaba con su padrastro, una tía y su madre, lo que de una nos dio para pensar en un victimario, esa cuarta persona que no aparecía”, amplió Cadavid.
En la conversación a través de Facebook, la joven le dijo al investigador Higuita que la madre de la víctima y su padrastro tenían una relación llena de conflictos y desavenencias.
“La USB fue vital y entonces nos dedicamos a buscar, sin suerte, si estas mujeres tenían familiares en la costa, pero nadie apareció. Hasta que nos llegó el rumor de que una persona de la zona había participado en el triple homicidio”, relató el patrullero Andrés Higuita.
Así llegaron a los autores
Era el 23 de enero y solo había pasado una semana desde la aparición del primer cuerpo cuando el intendente Ricardo Salcedo y el patrullero Gustavo Ceballos recorrían la zona en busca de sangre o cualquier indicio que les ayudara a recrear los hechos violentos en los que fueron asesinadas las tres mujeres.Ambos iban a hacer parte del equipo que tenía que procesar lo encontrado en un allanamiento que estaba previsto a realizarse en el lugar de residencia de un pescador conocido como ‘El canoero’.
Se iba a hacer en la casa de ese sujeto (el apellido se mantiene en reserva por protección de su integridad ) pero este decidió hablar cuando supo de la diligencia.
El equipo forense llegó hasta la casa del pescador y antes de comenzar a buscar rastros, fue este quien les dijo: “No se desgasten que les voy a contar todo”.
‘El canoero’ insistió en que fue cohesionado por su hermano, Jhony López Castro, sujeto dedicado a la brujería a quien se conocía como ‘El Brujo’. Sería esta persona la que ayudó a Róbinson Castellanos Plata a cometer los asesinatos a sangre fría.
‘El canoero’ detalló a los investigadores que a él lo llevaron al lugar solo para que ayudara a transportar los cuerpos en una canoa hasta la parte más retirada de la ciénaga de Chilloa.
Por colaborar con la justicia, la Fiscalía tomó la decisión de tenerlo como testigo protegido. El pescador relató, incluso, que fue ‘El brujo’ el encargado de quitarle la vida a la esposa de Róbinson Castellanos, pues este decía que estaba rezada y que no la podía matar.
Además de la información obtenida en la tarjeta USB, fue vital el rastro que la familia dejó a lo largo de la carretera en las cámaras de seguridad.
Con esas imágenes, el 30 de enero la Dijín logró la captura de Castellanos Plata en un lujoso predio ubicado en el barrio El Poblado de Medellín, donde residía en compañía de una nueva compañera sentimental, que trabajaba como azafata.
“Este señor (Castellanos) nunca aceptó los cargos y en todo momento de proceso estuvo errático, pues tomó la decisión de defenderse él mismo y ningún abogado le duraba. Sobre ‘El brujo’ todavía hay una orden de captura, pero este señor sí recibió la máxima condena tras un largo juicio”, destacó el investigador Cadavid.
Otra de las pistas que ayudó a esclarecer este crimen fue el testimonio de Carlos, portero del edificio donde vivían las mujeres. Este advirtió que vio salir a las víctimas de forma apresurada y el domingo 15 recibió en el inmueble al ingeniero Castellanos quien le habría dicho que había mandado al exterior a su familia.
¿Por qué lo hizo?
El asesinato de las tres mujeres se habría originado porque, según refirieron varias amigas de Gloria Amparo Leal Valetta, esta se fue dando cuenta de que su esposo durante una década se había apoderado de un lote que ella tenía por herencia en Barrancabermeja.
En medio de problemas económicos relevantes, entre 2014 y 2016, la mujer le habría dado poder para que este averiguara por la herencia que podía tener en esas tierras, pero este siempre negó de la existencia de algún bien.
“Las propiedades podrían llegar a estar sobre los 3.000 millones de pesos y se cree que no devolver esa herencia fue el móvil del múltiple crimen. Tenía que matarlas a las tres porque eran inseparables”, detallaron investigadores de la Dijín a EL TIEMPO.
De acuerdo con la información en poder del grupo de inteligencia de la Policía Nacional, “en el 2016, Róbinson se llevó uno de los carros familiares lo vendió y antes de desaparecer se llevó otro automotor, dejando a las mujeres literalmente en la calle”.
Castellanos está recluido en la cárcel El Pedregal de Medellín. En varias entrevistas ha insistido en que no asesinó a ninguna de las mujeres, pero nunca ha tenido pruebas contundentes para comprobarlo. Incluso la Fiscalía demostró que este conocía de años atrás a alias ‘El Brujo’ con quien planeó el triple crimen.
Ha dicho además que apelará y que lo cierto es que las mujeres le pidieron que las llevara a vacacionar a Santa Marta, pero cuando iban por el peaje de El Burro estas querían ir a El Banco, lo que él no aceptó y propició que estas mujeres se bajaran en la mitad la carretera. “Fue la última vez que las vi”, ha dicho.
En total fueron 54 testigos que participaron en la investigación judicial. El principal actor fue ‘El canoero’.
El abogado Juan Jader Zambrano Pacheco, defensa de las víctimas, explicó que la familia Leal Valetta mostró su satisfacción por la pena que se le impuso a Róbinson Castellanos.
“Fue un proceso duro en el que hubo un trabajo coordinado por las fiscales Sonia Gallego y Sol María Peña, además de la Red de Mujeres del Magdalena, desde donde se está liderando todo el acompañamiento en el Departamento para la defensa judicial a todas las mujeres víctimas de violencia física, intrafamiliar o sexual”, dijo en su momento el abogado Zambrano.
El patrullero Cadavid ahora presta sus servicios en Plato (Magdalena), y de su mente no se borran los momentos que vivió en la investigación de las muertes de las tres mujeres. Para él, se trata del caso más grave y aberrante en el que ha trabajado como policía.
*Nombre cambiado por seguridad.
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