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El presidente de Colombia, Iván Duque, llegó este martes a la isla de San Andrés, golpeada el lunes por el paso del huracán Iota, de categoría 5. (AFP / Michael Arevalo).

, hoy más que nunca, son dos ciudades. Una, repleta de turistas, y otra, la local, devastada por el , uno de los huracanes más potentes de los que se tenga registro y que causó estragos aun incuantificados a lo largo de su territorio.

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Andar por las calles deja ver esas diferencias. En el centro, cerca al pompo y el lujo, los turistas salieron ayer a las playas a disfrutar de la vida caribe luego de día y medio de toque de queda y de sentir la tormenta desde sus hoteles. Más abajo, hacia el sur, la avenida circunvalar, que da vuelta a la isla, es el escenario de la tragedia.

Árboles desprendidos y muy lejos de donde crecieron, grietas en el pavimento, fachadas destruidas, hogares sin techos, vidrios rotos, sueños desechos. Por lo pronto no se reportan víctimas mortales, pero las pérdidas que deja este fenómeno natural son incalculables.

Bajo el marco de lo que solía ser su casa de madera, desde la que divisaba el mar todas las tardes, está sentada Cindy O’neal. Su rostro denota dolor y estupefacción. La lluvia, la brisa, la marejada incontrolable, como ninguna que recuerde esta isleña en sus 53 años de vida, echaron abajo su vivienda y el negocio que allí tenía.

Regresó ayer a rescatar lo que pudo, los enseres que se salvaron. Se está quedando donde una hermana, pero no sabe qué será de su familia los próximos días. Su hogar, fuera como fuera, le pertenecía y ya no está. Y en ese lugar que solía ser su casa dice esperar ayudas del Gobierno.

La vía circunvalar es hoy un recorrido de desolación, de historias como las de doña Cindy. Cada hogar apostado frente al mar sufrió el impacto de este huracán categoría 5. Como el de doña Patricia Taylor, que perdió toda la fachada, según relata mientras arma un rompecabezas de nostalgia señalando dónde iba cada pieza y un tractor remueve árboles y destrozos.

O como el de don Jaime, que cuenta con impresión como una gigantesca parte de la vía se metió a su patio y no sabe cómo hará para sacarla. Incluso una boya marítima lucía tranquila al lado del asfalto en esa escena apocalíptica.

Pero sin duda la escena más dantesca está varios kilómetros más adelante, también sobre la circunvalar, pasando lo que solía ser el atractivo conocido como La Piscinita y 8 minutos antes del hoyo soplador. En ese lugar la vía se destruyó como si hubiese pasado el peor de los temblores. La misma vía que tenía cerca de cinco años de renovada y que conecta una parte importante de la isla.

San Andrés hoy son dos ciudades. Ambas afectadas, claro, pero hay una de ellas, la raizal, la local, que venía sufriendo demás por Etha y que sintió con Iota una embestida a modo de estocada. Y lo peor, según admiten los propios isleños, es que la temporada de huracanes no da tregua. Y no saben cuánto podrán resistir.

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