En diciembre de 2022, Lorena* viajó de Neiva (Huila) a Bogotá invitada por José Antonio Barba Riaño. Ese día, por fin, iba a conocer al hombre que la cautivó a través de Facebook y quien ya se había convertido en su pareja sentimental.
Ella, una joven de 25 años, trabajaba en la alcaldía de su ciudad y estudia Ingeniería de Alimentos. Sin desconfiar, buscaba un hombre bueno, juicioso, que tuviera metas, y eso fue lo que le gustó de aquel extraño. Sí, era un extraño. Un like fue suficiente para dar inicio a esta historia que, en cuestión de días, se convirtió en un infierno.
Mira: Estos fueron los últimos chats de Valentina Trespalacios con su mamá
Barba, de 34 años, por su parte, se vendía como un analista de nómina prometedor que trabajaba con un prestigioso banco desde hace 18 años. Antes de conocerse trataba a Lorena con delicadeza y la convenció de que pasaran las fiestas juntos. “Hasta ese momento ningún hombre me había tratado con tanto cariño. Él era muy tierno”.
Ilusionada con conocer a esa persona, no dudó en viajar a Bogotá porque además uno de sus sueños era conocer la capital. Viajó el 15 de diciembre. Ese día la recogió a su llegada y la condujo a su lugar de residencia en el barrio Las Cruces, en la localidad de Santa Fe, en donde vivía, supuestamente, con su familia, pero en una casa que le permitía independencia. “No me pareció bonito, pero igual lo que buscaba era una buena persona, no había viajado por interés”.
Los primeros días todo parecía transcurrir normalmente, hasta que un fin de semana fueron a comprar alimentos para la cena y Lorena, cuenta, no sabía qué adquirir, ni siquiera era buena cocinando. “Entonces, él se puso histérico, me decía que lo estaba humillando, que era una inútil, una imbécil. Al llegar a la casa me pegó en el rostro por primera vez”.
Por alguna extraña razón, Lorena ya estaba dominada psicológicamente. Salía a la calle con gafas para que sus heridas pasaran inadvertidas y no pensaba en escaparse.Cuando llegó la noche de Navidad ambos cenaron en la casa porque las heridas de la joven ya tenían su rostro y cuerpo irreconocibles. Él solía llamarla con la palabra “amor” y a los pocos segundos golpearla de nuevo.
A veces, él mismo le curaba las lesiones, le compraba medicamentos para sanarla y luego volvía a torturarla sobre heridas abiertas. “Él está loco. Yo no puedo entender por qué actuaba así”.
La esclavitud
Lorena se había convertido en una esclava al servicio de Barba. Bajo amenazas, tenía que prepararle el almuerzo, lavarle la ropa, alistarle el cepillo de dientes y levantarlo a la hora qué él le dijera.
Además, manipuló sus redes sociales, su celular, la alejó de sus contactos y le dijo que ella solo volvería a ver a su familia en Neiva cuando fueran una pareja estable y que eso podía ocurrir pasados unos tres años. “Todos los días le rogaba que me dejara de pegar, pero antes lo hacía con más fuerza usando un celular. Tuve mis labios destrozados, me mordía las piernas y los brazos y me lastimaba en el abdomen. Muchas veces tuve dificultades para respirar y dormía con la boca abierta”.
El escape
Para el domingo 18 de enero, Lorena, en lo que llama un momento de lucidez, planeó la forma de escapar. Barba le había dicho que quería ir a montar bicicleta con un amigo y le preguntó si estaba de acuerdo. “Era extraño. Me decía que no quería ir porque me veía enferma, pálida, que me quería cuidar. ¡Estaba así por todos sus golpes!”.
Pronto entendió que tenía que seguirle la corriente a sus juegos mentales y le dijo que fuera tranquilo, que ella estaba bien. “Así que la noche anterior le alisté el uniforme y lo levanté a las 5:50 de la mañana”.
Ese día la golpeó porque lo despertó cinco minutos tarde y, luego, otra vez se quedó dormido hasta las 6:10 de la mañana. Ese día le dijo que le iba a dar un puño por cada minuto que se había retrasado. “Fueron 25. Quedé irreconocible”.
Apenas pudo salió de la casa, daba tumbos sobre el pavimento y se tropezaba con facilidad. Pidió ayuda en una iglesia cristiana y no la quisieron auxiliar.Finalmente llegó a un Comando de Atención Inmediata (CAI) en donde la ayudaron. “Ese día fui a una URI, pero no me atendieron porque era domingo”.