Hay muchas maneras de hacer cumbre. Una puede significar llegar al pico de una montaña, pero puede ser también, como dijo el mismísimo Juan Pablo Mohr, regresar a casa sano y salvo. La mañana del 5 de febrero de 2021, él no pudo. Pero, sin saberlo –o sí- logró la cumbre más importante de todas: dejar un proyecto que ayuda a quienes tienen menos oportunidades a salir adelante a través del deporte y la educación. A dos años de la desaparición del montañista chileno en su misión de lograr el K2 invernal (8.611metros) en los Himalayas, LA NACIÓN habló con su primo, Federico Scheuch, y con un excompañero de expedición -Carlos Garranzo- para recordarlo.
El K2 invernal, entre la tragedia y el hito de la cumbre.
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Aquel K2 en 2021 tenía como misión lograr que por primera vez en la historia alguien llegara a la cumbre en invierno. Se trata de la segunda montaña más alta del mundo, detrás del Everest (8848 metros), y una de las más difíciles de escalar. Era el último de los 14 ochomiles –las montañas más altas del planeta- que aún no había conocido un ascenso en la estación más fría del año.
Ubicada en la frontera entre Pakistán y China, se la conoce como “la montaña salvaje” por ser la segunda en porcentaje de fatalidades entre los ochomiles, después del Annapurna. Juan Pablo Mohr ya había logrado escalar ésta última y no solo eso, sino que tenía en su poder el récord Guinness por lograr conectar la cumbre del Lhotse (8516m) con la cumbre del Everest (8848m) en 6 días y 20 horas, sin bajar al campo base y sin oxígeno suplementario.
Cuando decidió hacer el K2 invernal ya era un montañista profesional de 34 años que tenía en su haber cinco ochomiles y que, por una cuestión de ética y de lo que él pensaba y creía acerca de la naturaleza, nunca utilizó oxígeno suplementario para alcanzar las cumbres más altas del mundo. Aparte del Annapurna (8.091m), Lhotse (8.516m) y el Everest (8.848m), había logrado también Manaslu (8.163m) y Dhaulagiri (8.167m).
“Era un hombre estupendo, súper alegre y súper fuerte tanto a nivel de montaña como de escalada en roca. Era impresionante. Lo que pasa con la montaña es que por mucho que la domines, hay cosas que no se pueden controlar”, afirmó Carlos Garranzo, alpinista español de 62 años que estuvo con Mohr en aquella expedición del K2.
Se trató de una travesía agridulce porque el mismo día que un grupo de diez himalayistas de Nepal logró por primera vez la cumbre en invierno, murió el catalán Sergi Mingote, amigo y compañero tanto de Juan Pablo como de Carlos. La víctima tenía 49 años y sufrió una grave caída de 600 metros de desnivel durante un descenso al campo base.
La pérdida de Mingote tuvo mucho que ver en la decisión de Mohr de seguir adelante con la misión de hacer cumbre en el K2 invernal. “Él tomó muy en parte el compromiso de poder terminar el proyecto”, contó su primo Federico Scheuch. Y agregó: “Al morir Sergi, ya no era su cordada, tuvo que tener una cordada improvisada, decidió ir con el islandés John Snorri, y los pakistaníes Ali Sadpara y Sajid Sadpara, quienes eran parte de otro equipo, y ahí entraron en juego factores externos que él no dominaba, como tener que depender de más gente para cruzar la parte del Cuello de Botella, la zona más peligrosa del K2 a 7.800 metros”. Asimismo, aseguró que aún hay un enigma alrededor de la muerte de Juan Pablo y no se sabe realmente qué pasó. Todo lleva a pensar, según él, que hubo una demora y lo sorprendió una tormenta.
Mohr partió el 5 de febrero de 2021 desde el campo 3 para hacer un intento más de llegar a la cumbre. Era la última oportunidad. Llevaban más de un mes ahí y durante ese tiempo no solo había fallecido Sergi Mingote, sino también el experto alpinista búlgaro Atanas Skatov, quien se tropezó en una de las zonas donde las cuerdas fijas habían quedado sepultadas en el hielo y sufrió una caída mortal.
Pese a todo esto, y a quedarse sin su equipo original de expedición, Juan Pablo quiso intentarlo. Lo hizo junto a John Snorri, Ali Sadpara y su hijo, Sajid. Tanto Federico como Carlos coinciden en que Mohr era un poco “cabeza dura” para lo bueno y para lo malo. La tenacidad era una característica suya, entre muchas otras. La alegría, la motivación, el compromiso y el amor que le ponía a todo lo que hacía, también.
“Se viene ventana de cumbre. Vamos a empezar a subir mañana a las 5am directo al campo 2. Después queremos subir al campo 3 y ahí analizaremos si el día 4 está bueno. Si no hay viento, vamos a tratar de hacer un campo 4 bajo e intentar hacer cumbre el viernes 5 de febrero por la mañana”, escribió Juan Pablo en su cuenta de Instagram el 1 de ese mes. Fue su último posteo.
Qué pasó después del 6 de febrero
Sajid fue el único de los cuatro que decidió volver cuando estaban por el Cuello de Botella, ya que tuvo problemas con su regulador de oxígeno artificial. Allí la temperatura era de 40 grados bajo cero y debían afrontar el último pero más difícil tramo: la parte técnica y salvaje del K2. Según su testimonio, estaban fuertes y con buen ritmo cuando él regresó. Esa fue la última vez que los vio.
Después de esperar durante 20 horas a su papá y a sus compañeros en el Campo 3, decidió bajar y alertar sobre su desaparición. Era muy difícil que pudieran sobrevivir todo ese tiempo a tanta altura y frío. Incluso el clima empeoraba a cada momento. Inmediatamente, comenzó un importante operativo de búsqueda que incluyó a helicópteros del gobierno pakistaní, que llegaban hasta los 7000 metros y que durante tres días sobrevolaron la zona sin encontrar rastros.
Federico, el primo de Juan Pablo, estaba en Santiago de Chile cuando se enteró de la noticia y decidió viajar a Pakistán para sumarse al rastrillaje: “Fue difícil, todos nos habían dicho que con una tormenta como la que había, no se sobrevive ni una noche, pero se había generado una esperanza”.
La desaparición coincidió con la pandemia de Covid-19, la gente encerrada y un contexto complicado en Chile, con un estallido social. “Entre tantas cosas malas que habían pasado, había un compatriota que estaba intentando una hazaña deportiva”, remarcó, para explicar lo que se vivía en ese momento.
“Llegamos al hotel y estaban las cosas de Juan Pablo que ya habían traído del campo base, y el jefe de la agencia de expediciones se acercó a darnos el pésame. Yo llegaba con la intención de buscar a mi primo y eso fue muy shockeante”, recordó. Pese al baldazo de agua fría, fueron 12 días de una búsqueda sin precedentes. Pakistán, Chile e Islandia se unieron para intentar encontrar a sus montañistas, pero el mal clima los obligó a dar por finalizada la misión. El 18 de febrero se declararon fallecidos a Mohr, Snorri y Ali Sadpara.
“Ahí en Pakistán empezamos a entender la dimensión de dónde estábamos y a sentir el amor que sentía Juan Pablo por esta verticalidad de la montaña y sus ganas de estar ahí”, recalcó Federico.
La aparición de los cuerpos
Cuando suspendieron la búsqueda de los tres alpinistas, cerraron la montaña. Nadie más la pisaría hasta el siguiente verano. Allí no solo irían otros para intentar hacer cumbre, sino que la familia de Juan Pablo volvería para buscar el cuerpo del chileno.
“Coordinamos una expedición y calculamos estar en el campo base en una fecha estimativa donde los montañistas deberían estar accediendo a la zona donde se habían perdido. Y así fue. De los 16 días, íbamos a tener señal de teléfono solo dos, y justo ahí lo encontraron y pudimos avisarle a la familia”, resaltó el primo de Mohr.
En un principio, la familia quería intentar bajar el cuerpo de Juan Pablo y repatriarlo a Chile. Sin embargo, su primo contó que dependían de varios factores, como por ejemplo, de si el ejército pakistaní quería hacer lo mismo con los restos de Sadpara.
“Era una decisión de ellos, porque si nosotros queríamos hacerlo de manera privada costaba 100.000 dólares la expedición y arriesgábamos a otra gente”, explicó. Esto tenía que ver con la zona peligrosa donde habían fallecieron los montañistas. “Pensábamos si Juan Pablo realmente hubiera querido que gastáramos esa plata en ir a buscar su cuerpo, cuando quizá la mejor tumba que podía tener era estar ahí”, continuó.
En cada entrevista que dio, Mohr no se cansó de destacar que su lugar en el mundo, allí donde pertenecía y era feliz, era la montaña.
Como en Pakistán tienen otra cultura respecto a la muerte, la familia de Ali decidió que no querían bajarlo.
“A diferencia de Latinoamérica, ellos tienen una religión donde en el fondo los cuerpos no les importan y eso también fue muy sano, ver esa conexión de allá y poder entender su pasión”, resaltó Federico. Finalmente, los amigos y familiares de Juan Pablo decidieron lo mismo y por eso sus restos descansan en el K2: “El tiempo dio la razón de que el mejor lugar en donde podía estar era en la montaña”.
Respecto a qué pasó ese 5 de febrero, aún quedan dudas, pero Carlos Garranzo, quien también estuvo en la expedición de verano para buscar los cuerpos, está convencido de que Juan Pablo logró hacer cumbre.
“No me cabe ninguna duda. Cuando volví al K2, estuve hablando con la gente y fue cuando encontraron los cadáveres. Todo el mundo coincidía en que estaban bajando. Surge la duda de si fue porque renunciaron a la cumbre o si regresaban de la misma. Yo creo que llegaron. El hijo de Ali (Sajid) dijo que los había visto en el Cuello de Botella, que iban bien, y pienso que no tiene por qué haber nada que fallara. En ese momento el buen tiempo los acompañaba y podían llegar”. Y compartió la teoría que tiene sobre lo ocurrido: “Creo que les costó más de lo que pensaban, sobre todo a Juan Pablo que iba sin oxígeno. Él iba por delante, era muy rápido, llegando al plató del Campo 4 habrá decidido esperarlos a John y Ali porque es una zona sin visibilidad y es fácil perderse. A lo mejor pensó que era mejor esperar ahí a los demás y creo que esperándolos se quedó congelado”.
La accción social de Juan Pablo en Pakistán y en otros rincones del mundo
Mohr sigue vivo en cada semilla que plantó tanto en Pakistán, como en India, como en Chile y en aquellos lugares a donde no solo viajó para escalar las montañas más altas y peligrosas, sino también para ayudar a la comunidad local, sobre todo a los niños, para progresar a través de la educación y la escalada.
La fundación Deporte Libre fue creada por Mohr hace 10 años, junto a compañeros de la universidad, y tiene como fin mezclar la arquitectura -su carrera- con el deporte. El gran objetivo era “traer la montaña a la ciudad” y que aprendieran a cuidarla. Tomar espacios abandonados y transformarlos en lugares públicos de escalada. Comenzó en Chile con El Parque Los Silos, su proyecto emblemático, y se expandió a lo largo de todo el mundo. Es como si Juan Pablo con su rol social hubiera ganado el juego del T.E.G y conquistase todo el tablero, aunque su acción de bélica no tenía nada. Todo lo contrario.
Desde que murió, su primo Federico se dedica 100% a trabajar ahí. “Él nos dio un empujoncito desde arriba para seguir su legado y seguir cumpliendo tanto los sueños suyos como de la fundación. Lamentablemente, a veces, los proyectos necesitan un mártir para que la gente se de cuenta de las causas”, destacó.
Uno de los proyectos junto a la fundación era subir hasta la cumbre más alta de cada una de las 16 regiones de Chile y construir un refugio en todas estas montañas. Durante los últimos meses antes de intentar el K2 invernal, Juan Pablo trabajó en la etapa inicial de ese desafío que ahora sigue sin él.
Hay otros dos proyectos sociales en los que trabajó y que verdaramente conmueven, tanto por los lugares elegidos como por el motivo que hay detrás. Uno está registrado en el documental Bajo la gran montaña en Nepal, donde está el Everest, en una aldea llamada Monjo. Allí, además de construir un rocódromo y realizar talleres, equiparon una nueva zona de escalada y le dieron una oportunidad a muchos jóvenes del lugar. El otro también está registrado en forma de película y se llama En el valle de los sueños. Éste último es la acción social que toma otra dimensión tras la muerte de Juan Pablo ya que tiene lugar en Pakistán, a los pies del K2, en Shigar Valley.
“Cuando encontramos el cuerpo en el verano siguiente, fue una luz verde para que se vinieran desde Chile su mamá, dos de sus hermanas y una tía, y hacer esta acción social que ya había empezado a pensar y organizar él”, explicó Federico, al tiempo que destacó: “Eran todas mujeres y eso también fue muy lindo porque el proyecto era femenino, para las niñas y mujeres de Pakistán. La idea era darles una bandera de lucha y una causa en un país muy machista, un país que no es igualitario, por la religión musulmanda y otros factores. Fue especial conocer a la gente y cómo ellos entendían también a Ali Sadpara que había muerto como un héroe nacional y, Juan, al haber estado con él, pasaba a ser también un héroe”.
Allí en Pakistán, la familia de Juan Pablo terminó lo que él quería hacer. Aunque en realidad no lo finalizó, sino que fue tan solo el principio para la futura práctica de la comunidad. Ya las mujeres podían ser escaladoras de sus propias rocas y de sus sueños gracias a los talleres de iniciación y seguridad, el muro artificial, las nuevas rutas de escalada y la donación de todo el equipamiento necesario.
Scheuch reveló al principio de la entrevista una anécdota sobre Juan Pablo que deja en evidencia la importancia que tenía para el montañista chileno regresar sano y salvo a su casa para compartir su hazaña con su mujer y sus tres hijos.
“A la vuelta de su escalada al Everest justo iba a estar de cumpleaños uno de sus hijos y ellos le pidieron de regalo una piedra de la cumbre. Al final, su incentivo para poder subir era su familia. Él siempre hablaba de que lo importante era volver, que sino no existía la cumbre”, rememoró.
El 9 de febrero Juan Pablo cumpliría años. Federico contó cuáles son los planes para homenajearlo: “Para nosotros el 5 de febrero, día de su desaparición, es un día más. Queremos festejar su vida más que la muerte. Por eso, si bien no habrá nada público, vamos a juntarnos con la familia, celebrar su cumpleaños y mantenerlo vivo en nuestros corazones”.
Y, aunque quizá Juan Pablo ya no le traiga ninguna piedra del Everest a sus hijos, de alguna manera continúa dejándoles a ellos y a todos una enseñanza, un mensaje y un regalo. “La vida hay que vivirla. La muerte está a la vuelta de la esquina y te va a tocar cuando te tenga que tocar. Sea en la esquina o en la cumbre. No le tengo miedo, de hecho, si me llegara a pasar algo, ojalá fuera en la montaña que es el lugar donde pertenezco”, dijo en una entrevista en 2020.
A través de sus palabras, sus acciones y sus proyectos, dejó la premisa de que todos pueden lograr lo que se propongan, que la familia es lo más importante, y de que hay que cuidar, querer y aprender de la naturaleza. Incluso de lo que sucedió el 5 de febrero de 2021 en el salvaje K2 invernal.
Por María Alexander