El 2 de abril del 2008, Julio Aro viajó a las islas Malvinas buscando al chico de 19 años que fue en 1982. “No volvió el mismo Julio de la guerra”, nos dice. En esas tres décadas, el excombatiente no había retornado al territorio donde conoció el horror. “Antes tenía mucho odio y rencor. Al final, pudo más el corazón y decidí viajar solo”, apunta a El Comercio.
Aquel viaje terapéutico abriría un nuevo capítulo en su relación con las Malvinas. Al visitar el cementerio de Darwin encontró 122 tumbas con cruces blancas y placas anónimas. No había nombres propios. “Soldado argentino solo conocido por Dios” se leía en cada lápida.
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“Lloré toda esa semana”, confiesa. La escena del olvidado panteón de sus compañeros caídos lo marcó. Intentó dimensionar el dolor de esos padres que a miles de kilómetros no habían podido reconocer los cuerpos de sus hijos.
Fue así que emprendió junto con otros dos excombatientes, José Luis Capurro y José María Raschia, la titánica tarea de identificar a los soldados que habían perecido en las islas. “Éramos Davids en un mundo de Goliats”, recuerda.
A los pocos meses de esa visita, armaron el proyecto Identidad Compartida, que consistía en juntar a una madre de un soldado argentino y otra de un inglés, y consultarles quién había ganado la guerra. La respuesta fue que ambas habían perdido. Gracias a este proyecto fueron invitados a Londres en octubre del 2008 y ahí encontraron insospechados aliados.
Datos recopilados
Uno de los traductores que los acompañaba en su visita reveló su identidad el último día. Se trataba de Geoffrey Cardozo, un coronel retirado que se encargó de construir el cementerio de Darwin. El exoficial británico había recogido los cuerpos de los soldados argentinos caídos en batalla. Anotó las coordenadas donde habían sido encontrados, los limpió, les dio sepultura y guardó las pertenencias en cajones.
Cardozo esperaba que algún día el Gobierno de Argentina preguntara por esos valerosos hombres. Tres décadas después, el momento de cerrar ese círculo parecía llegar. “Gracias al trabajo brillante de Geoffrey, los cuerpos estaban en perfectas condiciones de ser analizados”, refiere Aro.
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Antes de despedirse, Cardozo les entregó un sobre con la información recogida de los cuerpos que yacían en el cementerio y los alentó a crear una fundación. Al retornar a Argentina, tradujeron el informe del militar inglés y encontraron datos dolorosos.
Antes de la ceremonia de entierro, oficiada por los militares ingleses en febrero de 1983, se pidió al Gobierno Argentino reconocer los cuerpos. El llamado no tuvo eco. “Si hubiera ido al menos un representante, nunca hubiesen tenido esas placas anónimas. Fue un desastre, en el país hubo un proceso de ‘desmalvinización’ en los años posteriores a la guerra”, anota Aro.
Unión de fuerzas
Con el objetivo de cerrar los duelos y darles paz a las 122 familias nació la Fundación No Me Olvides, presidida por Julio. El veterano de las Malvinas comenzó a recorrer pueblos de todo el país para localizar a las familias que desconocían el paradero de sus hijos que habían ido a la guerra. En algunos casos tenían sospechas de cuerpos identificados, gracias a la documentación recopilada por Geoffrey, pero faltaba la confirmación científica. “Ese paso era una cuestión de Estado”, anota Aro.
La periodista Gabriela Cociffi, que colaboraba con la fundación, contactó al músico inglés Roger Waters en una gira por Buenos Aires. El fundador de Pink Floyd, conocido por su involucramiento en causas sociales, abrazó la iniciativa. En el 2012, planteó el tema a la entonces presidenta Cristina Fernández. Pocos meses después, el Estado Argentino formalizó la necesidad de identificar los cuerpos.
Miembros de Cruz Roja Internacional y el Equipo Argentino de Antropología Forense comenzaron a trabajar, primero en la toma de muestras de sangre a familiares, y luego, en el 2017, en la exhumación de los cuerpos para cotejar datos genéticos.
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Hasta el momento ya se devolvió la identidad a 115 soldados. Conforme fueron confirmándose los casos, se realizaron viajes humanitarios a las islas para que madres y padres puedan despedir a sus seres queridos. “Hoy esas familias no ponen más un plato adicional en la mesa, no esperan más al colectivo para ver si asoma su hijo. Saben que murió, que recuperó su rostro, su identidad. Ya no solo lo conoce Dios”, dice emocionado Aro.
Por esta tarea, Aro y Cardozo fueron postulados al Premio Nobel de la Paz 2021. El excombatiente agradece el gesto y precisa que lo más importante es la visibilidad que obtiene esta causa. “Si tenemos la suerte de recibir el premio, los verdaderos ganadores serán los compañeros que no pudieron regresar de las islas, y cada uno de sus padres”, señala.
Mientras tanto, la fundación trabaja para recuperar la identidad de los siete soldados faltantes. “No queremos dejar a nadie abandonado en el campo de batalla”, dice Aro. Sabe que la muerte definitiva llega cuando el olvido se instala.
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