Una silla vacía en un escenario, un tarro de gel antibacterial en una mesa y un letrero que dice “Iván Duque, presidente de la República”.
La foto se tomó en un evento, el domingo, para las víctimas de los presuntos abusos policiales que dejaron 14 muertes en Colombia la semana pasada. Lo organizaba la alcaldesa de Bogotá, Claudia López.
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Pero no todos los colombianos vieron la foto igual: mientras para unos fue una representación de un presidente “indolente” y “desconectado”, para otros fue una “jugada sucia” y “politiquera” de la más poderosa opositora al primer mandatario.
Tan pronto la foto se hizo viral, el oficialismo divulgó imágenes quizá tan contundentes como esa: un organizador entra en escena cuando la alcaldesa va a tomar la palabra y pone el papelito en el asiento.
Añadían que Duque había informado el sábado de su inasistencia y que dos de sus colaboradores en temas de derechos humanos estaban presentes en el escenario.
“Se hace politiquería con las víctimas”, dijo un asesor de Duque. “El propósito no es la reconciliación sino el show político y la manipulación”, dijo otro.
Al momento de publicar esta nota, la alcaldía no se ha pronunciado sobre la anécdota.
Una anécdota que no solo buscaba convertirse en parte de la larga historia de las sillas vacías en Colombia, sino que, por acción u omisión, reflejó el escenario político de Colombia en tiempos de pandemia, abusos policiales y masacres en regiones remotas.
Un símbolo político
La primera silla vacía que hizo historia en Colombia fue en un escenario en San Vicente del Caguán donde el entonces presidente, Andrés Pastrana, esperaba dar inicio formal a unas negociaciones con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Era enero de 1999. Pastrana había llegado al poder cinco meses antes gracias a su acercamiento en campaña con el jefe de la guerrilla, el hoy fallecido Manuel Marulanda, en busca de una paz negociada.
Pero la foto de Pastrana —solo, con una camiseta blanca y una bandera detrás, sacudido por el viento y la humedad de esta zona guerrillera, con la silla vacía de Marulanda a su lado y una botella de agua— presagió lo que vendría entonces para Colombia: el fracaso del proceso de paz, el recrudecimiento de la guerra y el fortalecimiento militar y económico de la guerrilla.
En 60 años de guerra con las FARC, la guerrilla más grande del país, todos los gobiernos habían buscado una paz política. Pastrana, al volcar la campaña a esa apuesta, fue el que más arriesgó. Y el que fracasó de manera más estrepitosa.
Fue tan fuerte ese fracaso de la paz en 1999 que en 2002 los colombianos eligieron como presidente a un candidato escéptico del diálogo y partidario de la lucha frontal con la guerrilla: Álvaro Uribe.
Con eso, la silla vacía se convirtió en un símbolo del desplante de la guerrilla a la democracia.
Pero siete años después pasó a ser símbolo, también, de la lucha contra la corrupción en un país donde la influencia del narcotráfico y los grupos ilegales rigieron el balance de poder en el Congreso.
En 2009, cuando el país descubría que al menos un tercio de los congresistas habían sido financiados por paramilitares durante una década, el Senado decidió adoptar la silla vacía —la nulidad del escaño— para todos los parlamentarios que fuera encontrados culpables de corrupción.
La idea de la silla vacía se hizo tan fuerte que en 2015 se aprobó una ley de Equilibrio de Poderes que dio alcances más trascendentales a la lucha contra la corrupción, como penalidades a los partidos y sanciones vitalicias.
Hoy la silla vacía sigue siendo un mecanismo de sanción. Y la expresión, “La silla vacía” es el nombre del medio de comunicación político más importante del país.
No está claro si la silla que supuestamente era para Duque entrará en esta historia simbólica de la política en Colombia. Pero la imagen, preparada o no, sí refleja el inédito divorcio entre el presidente y la alcaldesa de la capital.
Un cambio en el tablero político
Expertos consultados por BBC Mundo coincidieron en que la alcaldía de Claudia López —una militante histórica de retórica fuerte— ha significado un terremoto para el tablero político del país.
“Es la primera mujer con poder en Colombia que no representa al establecimiento ni es poderosa por bonita ni tiene votos prestados”, asegura Álvaro Forero Tascón, analista político y abogado.
La politóloga Pilar Gaitán añade: “López representa un nuevo liderazgo que convoca y seduce y resuelve problemas (…). Pone la agenda pública y la ‘silla vacía’ constata el vacío de poder, la precaria gobernabilidad y la pequeñez del Ejecutivo”.
Ante la opinión pública, los criterios de López parecieron imponer a Duque dos decisiones clave sobre la pandemia: darle prioridad a la vida en lugar de la economía y entregar subsidios en vez de créditos a los más vulnerables.
Hoy la alcaldesa tiene 70% de aprobación, según varias encuestas, mientras que Duque registra un 35%.
Además de su tono alevoso, que para sus críticos es prueba de “populismo”, López es criticada tanto por la derecha como por la izquierda.
Otro de sus más férreos opositores es Gustavo Petro, el primer político de izquierda en haber sido elegido en Colombia (alcaldía en 2012), candidato del antiuribismo en 2018 y probable candidato en 2022.
“El caso de López es la primera vez que hay un gobernante de centro genuino y no clientelista”, asegura Forero. “Como no tiene respaldo partidario ni clientelar, su principal arma es el liderazgo y por eso lo ejerce todo el día, a toda hora”.
Por eso pareciera hacer política con actos de víctimas o la pandemia: “Todo el que está en la competencia política hace eso, en eso consiste su trabajo, todo el que está en el escenario político busca apoyo ciudadano”, dice Héctor Riveros, consultor y analista, quien pone como ejemplo el programa diario de Duque por televisión para “promover sus políticas de pandemia”.
“Lo importante no es que hagan política o no, sino que les den resultados, porque la apuesta de Claudia, por ejemplo con la policía, le puede salir mal”, añade.
López criticó abiertamente la represión de la policía de las protestas de la semana pasada, algo que, según los expertos, le puede costar un choque de poder con implicaciones sobre la principal preocupación de la gente, la seguridad.
“La fragmentación entre Duque y López es peligrosa y ambos son responsables”, opina Laura Wills, directora de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.
“Cuando vemos un presidente y una alcaldesa que no se hablan entre ellos y además se lo refriegan en la cara, el mensaje es atizar la fragmentación y polarización que estamos viviendo como sociedad”.
Los colombianos están protestando por temas económicos, educativos y de orden público. Ahora se añade la violencia policial. Según Wills, la falta de coordinación y diálogo entre factores de poder entorpece la respuesta a esos problemas de fondo.
“La ciudadanía está indignada y la no respuesta a sus problemas hace que el ambiente arda aún más”, concluye.
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