(Diseño: El Comercio)
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- Señor interventor, le hablo desde la Presidencia de la Nación. Vea, me han encomendado que le transmita un deseo del general...
- Ah, muy bien, ¿y cuál es?
- Vea, para el general Onganía la selección nacional de fútbol deberá alcanzar todos sus objetivos, y para ello contará con el apoyo de la presidencia.
- Me parece muy bien, estamos de acuerdo, ¿y qué debe hacer la AFA?
- Bueno, al general le gustaría que Argentina juegue las eliminatorias en la cancha de Boca y a la vez no estaría mal cambiar al director técnico...

Esta conversación es la que, según el periodista argentino Ernesto Cherquis Bialo, sucedió en julio de 1969, semanas antes de que y el se jugaran la vida en pos de clasificar a México 70.

Por un lado de la línea, un funcionario de la Casa Rosada; por el otro, el atribulado interventor de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) Armando Ramos. Y más que un deseo, aquello era una orden del dictador argentino Juan Carlos Onganía.

La AFA sufría la intervención del gobierno de facto y el presidente llegó a ordenar arrestos de 30 días a futbolistas que protagonizaron peleas en los torneos locales bajo el cargo de alteración del orden público.

Andrés Burgo, periodista argentino, recuerda ese período congestionado para El Comercio: “En la AFA hubo cuatro presidentes aquel 1969, la situación inestable en el deporte era la de todo el país”.

Semanas antes del duelo en la Bombonera, el ‘Cordobazo’ sacudió la nación. Aquella protesta obrero-estudiantil contra el régimen no derivó en muertes, pero sí abrió el dique a la violencia como forma de hacer política, sobre todo desde el entorno de Onganía, quien soñaba con una dictadura al estilo Franco, sin plazos.

—El discurso mesiánico—

En ese contexto, el deporte no escapaba a sus planes. “El Estado nacional nunca va a dejar morir al fútbol argentino”, repetía el dictador en muchos de sus discursos.

“Es muy latinoamericano todo eso, dictaduras que irrumpen y que, por una cuestión de conveniencia emotiva y popular, ponen al fútbol en un pedestal”, apunta Burgo.

A poco del tope eliminatorio, los seleccionados argentinos fueron convocados a la Casa Rosada. “Uno de los jugadores me contó que el secretario de Informaciones, el coronel Luis Prémoli, les hizo la promesa de entregar un departamento a cada uno si conseguían la clasificación al Mundial”, refiere Burgo.

De nada sirvió el estímulo y el Perú consiguió el pase a México 70 en buena lid. Casi medio siglo más tarde, la Bombonera vuelve a ser escenario de otro choque crucial y, como en un guiño al pasado, la política podría haber vuelto a tener protagonismo en la elección.

“No ha quedado claro quién pidió el cambio de estadio, si los jugadores, el técnico o el gobierno. No olvidemos que el presidente de la Nación es Macri, que antes estuvo al mando de Boca. Además, la AFA es muy boquense ahora: su titular ‘Chiqui’ Tapia es hincha de Boca y uno de sus hombres fuertes es Angelici, presidente actual del club y delfín político de Macri. Aunque es imposible afirmarlo, es muy probable que haya sido el gobierno”, concluye Burgo.

—El régimen más oscuro—

Nueve años más tarde, otro Argentina vs. Perú electrizaba a la platea albiceleste. La nuestra solo asistía como comparsa, pues la selección de Marcos Calderón ya estaba eliminada en esa fase del Mundial 78. Pero el rival necesitaba llegar a la final.

Desde Buenos Aires, Ricardo Gotta, autor del libro “Fuimos campeones. La dictadura, el Mundial 78 y el misterio del 6 a 0 a Perú”, nos contesta y echa una mirada al encuentro y el contexto que lo rodeaba.

El dictador Jorge Rafael Videla levanta feliz los pulgares el 25 de junio de 1978 en el estadio Monumental. La selección argentina acababa de proclamarse campeona del mundo ante Holanda y la copa se quedaba en casa. (Foto: AFP)
El dictador Jorge Rafael Videla levanta feliz los pulgares el 25 de junio de 1978 en el estadio Monumental. La selección argentina acababa de proclamarse campeona del mundo ante Holanda y la copa se quedaba en casa. (Foto: AFP)

“Esa dictadura, que llevaba dos años en el poder, tenía intereses extraordinarios para que el fútbol sirviera de cortina. Tanto por el terrorismo de Estado que practicaba, incluyendo secuestros y torturas, como por cuestiones económicas”, abre la conversación Gotta.

No es partidario de emitir una sentencia severa sino de responder monosilábicamente a diversas interrogantes sobre aquel partido en Rosario: “¿Argentina compró el partido? No. ¿Fue un partido absolutamente limpio? Tampoco. ¿Hubo condicionamientos por parte del Gobierno Argentino? Sí. ¿Argentina mereció ganar y hacer los 6 goles? Sí”.

La visita del dictador Jorge Rafael Videla al camarín peruano antes del juego, junto con el hasta hacía poco secretario de Estado de EE.UU. Henry Kissinger, fue una de esas jugadas extradeportivas sospechosas. “Los mismos jugadores peruanos me contaron que se sintieron amedrentados. Les infundió cierto nerviosismo e hizo que ingresaran condicionados a la cancha”, nos cuenta Burgo.

El presidente Jorge Rafael Videla y el almirante Emilio Eduardo Massera, que tuvo injerencia en el fútbol durante la dictadura y que también tuvo a su cargo la ESMA, el tenebroso centro de detención y tortura a fines de los años 70. (Foto: Reuters)
El presidente Jorge Rafael Videla y el almirante Emilio Eduardo Massera, que tuvo injerencia en el fútbol durante la dictadura y que también tuvo a su cargo la ESMA, el tenebroso centro de detención y tortura a fines de los años 70. (Foto: Reuters)

Tras reconocer que lo que rodeó ese 6-0 quedó como una mancha en la historia del primer título mundial de Argentina –“salvo ese partido no hubo ningún otro tipo de sombra”–, Burgo se traslada al presente: “Hoy ambos países están en democracia y las comunicaciones hacen todo más transparente. Claro que puede haber movidas, insinuaciones y sobornos, pero es más complejo que algo así ocurra. Las coacciones salen hoy rápidamente a la luz”.

Copas de museo​

Dos torneos amistosos con evocaciones bélicas

Así como ha habido partidos emblemáticos e inolvidables entre Perú y Argentina, ha habido otros de los que apenas hay recuerdo.

Hay que bucear en el baúl para encontrar dos curiosas copas disputadas entre ambas naciones que, además, fueron bautizadas con nombres de hombres ligados a empresas militares.

La primera fue la copa Roque Sáenz Peña, en honor al político argentino que combatió como voluntario en el Ejército peruano durante la Guerra del Pacífico.

Fue una competición efímera: solo tres partidos, todos jugados en Lima, en enero de 1941. Fueron, además, los primeros topes amistosos en la historia de la selección nacional, ya que hasta entonces solo había disputado torneos oficiales (Sudamericanos, Bolivarianos , Mundial y Juegos Olímpicos).

Dos empates y una derrota provocaron que la Copa volara a Argentina. Tras la caída, El Comercio recogió la anécdota de un ‘Lolo’ Fernández adolorido que tuvo que ser llevado por un redactor de este Diario al hospital. “No había nadie en el camarín. Es que habíamos perdido, nadie vino a vernos. Cuando ganamos, todos están con nosotros. Así es el fútbol”.

En los años 70, aprovechando las buenas relaciones entre los gobiernos militares en ambos países, se instituyó la copa Ramón Castilla. El mariscal no nos dio suerte: los seis partidos jugados en tres ediciones acabaron siempre en reveses.

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