Miles de argentinos se congregaron en la histórica Plaza de Mayo para hacer una fila infinita y poder pasar a la Casa Rosada para darle el último adiós a Diego Armando Maradona.“Por Diego tengo sentimiento, corazón, fe… Él puede salvar mi vida”, reza Alejandro López, antes de pasar junto al féretro del fallecido astro del fútbol. Como él, muchos otros le piden un “último milagro”: acabar con la pandemia, arreglar matrimonios rotos o salvar la economía.
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“Estar cerca de Diego me abrirá los caminos, porque los tengo trabados. Nunca salí adelante, me falta el trabajo y tengo problemas de pareja”, contó a la AFP López, un albañil de 50 años, en la interminable fila para acceder al funeral del futbolista, que se celebró el jueves en la Casa Rosada, sede del gobierno argentino.
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Portando una gorra, un tapabocas, una camiseta y una mochila con la imagen de Maradona, este hombre de cabello blanco viajó más de dos horas en tren y esperó otras tantas bajo el sol para conseguir su panacea.
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Llevaba en el bolsillo una carta de cuatro páginas escrita a mano, dirigida al presidente de Argentina, Alberto Fernández, para que le ayudara a obtener una vivienda.
“Diego puede hacernos un último milagro… si nos hizo el milagro de la mano de Dios en México, entonces puede con todo”, aseguró, en alusión al célebre gol con la mano que anotó ante Inglaterra en cuartos de final del Mundial 1986.
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Junto a este hombre menudo y de piel curtida, cientos de miles de personas (según cifras del gobierno) esperaron su turno en la emblemática Plaza de Mayo para acercarse al ataúd del astro argentino, que falleció el miércoles a los 60 años de un paro cardíaco.
Maradona, “único Dios”
A medida que los hinchas salían de la capilla ardiente, el fervor aumentaba en una contradictoria mezcla de luto y esperanza.
“Murió el fútbol. Nació un santo”, resumió Kevin Avellino, un estudiante de 18 años que dejó la Casa Rosada con la mascarilla empapada en lágrimas.
A la salida del recinto, había quienes quedaban pasmados y sin palabras, y otros que se arrodillaban para llorar desconsoladamente y a todo pulmón.
“Ahora desde el cielo, Diego protegerá a los pobres, las almas perdidas, al pueblo. Solo él podría librarnos de la corrupción y esta maldita pandemia” de COVID-19, aseguró Rosario Vela, una peluquera de 60 años que llevaba una rosa roja como ofrenda a su “único Dios”, el legendario jugador 10, que salió de un suburbio desfavorecido de Buenos Aires.
De rodillas, Diego Armando Lamas (bautizado en honor al campeón mundial) avanzaba lentamente por la fila que lo llevaría al féretro de Maradona. El afilado y ardiente adoquín no desanimó su peregrinaje.
“Duela o no duela esto, a Diego le dolió más el fútbol y la vida. Es lo mínimo que puedo hacer, él nos llevó al altar en todo el mundo”, dijo este hombre de 26 años y ojos miel, mientras realizaba su penitencia con pantalones cortos y una camiseta del Boca Juniors, el equipo del que Maradona fue fanático y jugador.
“Lo hago por mi alma, porque sé que con Diego algún día nos vamos a encontrar en el paraíso, y él me libra del mal”, aseguró este joven santero que, al enterarse de la muerte de la estrella futbolística encendió veladoras amarillas, incienso y elevó oraciones.
“Dios no es el que está en el Cielo sino en la Tierra, y eso es Diego, mi Dios”, subrayó este miembro de la iglesia Maradoniana, un credo pagano que reúne miles de admiradores en el mundo.
Ganas de vivir
Superado por la emoción, Maxi Barbero se retorció y gimió mientras las lágrimas le recorrían el rostro cuando estuvo frente a la caja de madera clara que contenía los restos del prodigio del balón.
Con una fuerte discapacidad motora y de lenguaje, este hombre de 38 años tuvo que ser auxiliado por los guardias de seguridad para alzarse de su silla de ruedas y alcanzar a ver el altar, más allá de la valla metálica de seguridad.
“Diego era su ídolo de toda la vida. Como lo pudo conocer en persona, quiso venir a despedirlo, y a su manera, le dedicó sus palabras”, explicó Celeste, su hermana, quien maniobraba la silla de ruedas.
Esta joven de ojos azules asegura que Maradona le dio a su hermano “el milagro de querer estar vivo”, como lo muestran los dos tatuajes que Maxi se hizo en el brazo izquierdo: uno con el nombre del futbolista y otro con el emblema del Boca.
Empujando un carrito de perros calientes en la Plaza de Mayo, Armando Huerta esperaba que sus “panchodonas” (por pancho y Maradona) se vendieran pronto para salir de sus deudas.
“Los hago con mucho cariño pensando en Diego, y ese amor, tengo la esperanza que me traiga abundancia”, comentó el risueño comerciante, en un país que atraviesa una recesión económica desde 2018.
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