Donde había abundancia, hoy hay mercados de anaqueles vacíos. Los pimientos se deshacen en las manos de lo podridos que están. Dos semanas de protestas contra el elevado costo de vida en Ecuador golpean a comerciantes y consumidores.
“La situación sigue difícil porque no hay quien traiga los alimentos de la Sierra (andina)”, dice a la AFP Rosa, una mujer indígena que prefirió omitir su apellido y que desde hace 15 años vende verduras en un mercado de Guayaquil (suroeste).
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En la segunda ciudad de Ecuador -puerto y núcleo comercial del país- escasean alimentos andinos como papas y choclos (maíz tierno) debido a las movilizaciones que empezaron el 13 de junio por iniciativa de la poderosa Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie, de izquierda).
Los bloqueos de carreteras, que castigaron a más de la mitad de las 24 provincias del país, hacen mella en la Terminal de Transferencias de Víveres, el único mercado mayorista de Guayaquil.
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A diario, ese centro de abastos recibía 3.000 camiones con alimentos que bajaban de las montañas, pero ahora el 70% no llega por los cierres viales.
La escasez encareció los alimentos y afectó a los consumidores, que además tienen dificultades para conseguir huevos, pollo o gas de uso doméstico, que es distribuido en tanques de 15 kg.
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“Todo está carísimo. Antes me vendían una libra de tomate en 50 centavos y ahora me cuesta 1 dólar”, señala Silvana Quimí, un ama de casa de Guayaquil, donde los precios se han “disparado”.
Unos 14.000 indígenas protestan en el país para exigir alivios por el elevado costo de vida que recrudece la pobreza en sus territorios. Entre el abanico de reclamos piden reducir los precios del combustible y controlar el precio de los productos agrícolas. Los campesinos aseguran estar cosechando a pérdida.
Mercados cerrados
A poco menos de 300 kilómetros al noreste, los mercados de la capital son una sombra del esplendor de otras épocas. Solo en Quito unos 10.000 indígenas se movilizan a diario contra el gobierno del derechista Guillermo Lasso.
Mariana Morales lleva casi una semana sin abrir su puesto en el popular Santa Clara, en el norte de la ciudad, y sus productos empiezan a dañarse.
Donde antes rebosaban las frutas y verduras frescas, hay bandejas vacías y puestos de venta tapados con lonas.
Por su cercanía con uno de los focos de protestas, el mercado cerró por cuatro días y apenas volvió a operar el sábado.
“El pimiento estaba flamantito, y ahora vea, ya es pérdida”, comenta Morales, mientras hunde sus dedos en los productos podridos.
Los accesos de Quito han sido bloqueados de manera intermitente, mientras las autoridades locales organizan operativos para evitar que manifestantes retengan camiones con alimentos.
Un grupo de militares que protegía un convoy con comida fue atacado el jueves en las afueras de la capital dejando 17 uniformados heridos.
El gobierno estima pérdidas por 50 millones de dólares diarios por las protestas indígenas.
Precios “al triple”
Morales no ha ido a los mercados mayoristas a abastecerse por los altos precios y la falta de transporte público en medio de las manifestanciones.
Por “el costal de zanahoria, que costaba 25 dólares, ahora piden 100″, se queja.
A la mujer de 69 años le da “cargo de conciencia” pedir un dólar por una rama de cebolla larga, cuando un atado de diez costaba 50 centavos.
Los productos que logran llegar desde la costa están por las nubes. Un racimo de 12 bananos, que costaba un dólar, duplicó su precio, cuando se consigue.
“Estamos en un país bananero y por esta situación (de protestas) lo que hay cuesta un ojo de la cara”, señala Agustín Pazmiño, un vendedor de 56 años en Quito.
En su rostro aparece un gesto de aflicción y asegura que desde que subió por última vez la gasolina, en octubre, se elevaron aún más los precios de los comestibles.
En poco más de un año, el diésel subió el 90% y la gasolina súper el 46%.
El gobierno sostiene que rebajarlos, como exigen los indígenas, le costaría al Estado más de 1.000 millones de dólares al año en más subsidios.
Lasso “en campaña nos hizo ver el cielo, pero estamos viviendo el infierno (...) Voté supuestamente por el menos malo y salió peor”, se lamenta Pazmiño.
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