Andrés Manuel López Obrador atraviesa fronteras hacia el sur, abandonando de esta forma su territorio tradicional de influencia, entre Centroamérica y el Caribe, territorios donde México siempre ha ejercido como el país de mayor peso político y diplomático. Y lo hace tras haber apadrinado a un presidente tan controvertido como Pedro Castillo, de quien el mandatario mexicano ha reiterado es una víctima más del racismo en América.
Tras haber ofrecido en 2019 asilo a Evo Morales, ahora también está dispuesto a concedérselo a un mandatario golpista y manchado de arriba a abajo por la corrupción. Y sólo unas horas después de haber demostrado todo su apoyo a Cristina Fernández Kirchner pese a la doctrina oficial de la diplomacia mexicana de no intervención, a la que da nombre el antiguo canciller Genaro Estrada Félix.
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“Es un principio fundamental de nuestra política exterior la no intervención y la autodeterminación de los pueblos. A eso nos ceñimos en el caso de lo sucedido en Perú”, apostilló el mandatario azteca después de haber disparado casi todos sus cañones dialécticos en defensa de su aliado Castillo. Una defensa a ultranza ante la “lamentable” actitud de las “élites económicas y políticas” y su “confrontación y hostilidad” que empujaron a Castillo “a tomar decisiones que le han servido a sus adversarios para consumar su destitución”.
López Obrador lanzó la convocatoria y buena parte de los mandatarios de la Patria Grande se unieron a su defensa, con la excepción, una vez más, del chileno Gabriel Boric. Desde el colombiano Gustavo Petro hasta el venezolano Nicolás Maduro, quien profundizó en el guion de quien se quiere erigir en el jefe de la Patria Grande: “Todas las circunstancias que hemos visto son las élites oligárquicas que no permiten que un simple maestro llegue a la Presidencia de Perú e intente gobernar para el pueblo”.
El mandatario mexicano incluso sacó del viejo cajón de la izquierda latinoamericana el concepto de “golpe blando”, que según su criterio se habría aplicado al maestro de Cajamarca y que le ha servido para fustigar a su oposición interna: “Aquí no han podido ni podrán, nuestro pueblo está muy avispado. Ha dado muy buenos resultados la revolución de las conciencias”. López Obrador ironizó (“Uy qué miedo, estoy temblando”) sobre el hashtag #SiguesTuAMLO.
“Estamos ante una invocación selectiva de la doctrina Estrada. El no intervencionismo mexicano siempre ha sido selectivo y esa selectividad se agudiza con López Obrador. Durante la Guerra Fría se ayudó a la guerrilla sandinista, se suspendieron las relaciones con el franquismo y con las dictaduras sudamericanas, se recibió a exiliados… La postura mexicana siempre fue favorable a movimientos y gobiernos de izquierda, al mismo tiempo que se mantenía la alianza con Estados Unidos. Pero esto se hace mucho más claro ahora en América Latina”, explicó a LA NACIÓN el historiador Armando Chaguaceda.
De momento México no ha reconocido a la nueva presidenta, Dina Boluarte, y además dio marcha atrás en su imposición de celebrar la cumbre de la Alianza del Pacífico en Lima. La sucesora de Castillo, militante izquierdista pero considerada una traidora por los seguidores del dirigente encarcelado y por el partido marxista leninista Perú Libre (PL) aseguró el jueves que “espera con los brazos abiertos” a López Obrador.
Castillo, Morales, Vladimir Putin, Maduro, Daniel Ortega, Kirchner, Donald Trump incluso el cubano Miguel Díaz-Canel, uno de los invitados favoritos del presidente mexicano. A todos ellos ha apoyado López Obrador en distintas circunstancias.
“Su posición es coherente con su visión de la política, centrada en grandes figuras, en presidencias imperiales, de tipo populista, que encarna a la nación. Cualquier interrupción de sus mandatos es síntoma de desestabilización. Esa es la lógica que tuvo frente a Morales, frente a Correa después de los casos de corrupción y es la misma lógica que mantiene con Castillo. Es una visión clásicamente populista y en esta visión el presidente líder encarna la voluntad de la nación ante la que ningún freno, contrapeso o proceso de destitución, aunque esté contemplado por la ley, incluso provocado por un acto autoritario, puede ser respaldado”, detalla Chaguaceda.
Una actitud que además contrasta con la expresada por la cancillería mexicana, mucho más diplomática y pragmática, encabezada por Marcelo Ebrard. “Esto demuestra que en el estado mexicano existe una especie de águila bifronte con dos caras, con Ebrard que representa a la diplomacia, incluso en Naciones Unidas con una postura muy clara ante la invasión rusa, condena incluida. Y luego está la otra postura, la ideológica, encarnada por el presidente, que incluye el antiamericanismo simplón, la defensa de los liderazgos populistas, incluso la simpatía por Trump y el rechazo a todo lo que parezcan elementos de la democracia liberal, como rendición de cuentas, estado de Derecho, uso de la justicia y frenos y contrapesos”, sentencia el historiador y politólogo Chaguaceda.
Por Daniel Lozano