Más de 1,2 millones de personas coparon el 25 de octubre de 2019 la capital chilena pidiendo “cambios urgentes” y mayor justicia social, en la manifestación más multitudinaria desde el fin de la dictadura militar. El cambio tardó en llegar, pero lo hizo este domingo, justo un año después.
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Algunos aún no se lo creen, pues hace un año era inimaginable la idea de acabar con la Constitución de la dictadura, que ha dirigido los destinos del país desde 1980. Otros no dejan de llorar, saltan, cantan y esbozan abrazos imposibles, en un intento por cumplir con la distancia física que impone la devastadora pandemia.
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Familias enteras, jubilados, estudiantes y migrantes volvieron a inundar la ya emblemática Plaza Italia tras una histórica jornada, que para algunos fue “una lección democrática al mundo” y para otros “una victoria agridulce que costó demasiadas vidas”.
“Quiero que tengan el recuerdo de este día, esto es histórico. Yo tenía cinco años cuando ganó el ‘no’ a Pinochet (en el plebiscito que se celebró en 1988) y aún me acuerdo”, dijo a Efe la treinteañera Katy Hernández, que llevaba de la mano a su hijas de cuatro y ocho años.
Por abrumadora mayoría (más del 78 %, con casi todas las mesas escrutadas), superando las encuestas más optimistas y con más de un 50 % de participación, los chilenos decidieron reemplazar la actual Carta Magna y determinaron que el órgano que debe redactar el nuevo texto sea una convención paritaria e integrada solo por ciudadanos electos para ese fin.
Cuando los resultados ya eran irreversibles, Plaza Italia se rompió en un atronador aplauso, seguido de caceroladas, fuegos artificiales, pitidos y batucadas.
Sobre el edificio Telefónica, el más alto en la zona, se proyectó el mensaje “Renace”, en un guiño a lo que simbólicamente supone sepultar el marco jurídico del régimen, mientras decenas de vendedores ambulantes se llenaban los bolsillos vendiendo bebidas, comida rápida y todo tipo de souvenirs alusivos al proceso constituyente.
DE ARICA A PUNTA ARENAS
Las celebraciones se extendieron de norte a sur, de Arica a Punta Arenas, y en todas se coreaba lo mismo: “Chile despertó”, el lema que emanó de la ola de protestas del año pasado y que ya forma parte del imaginario chileno.
“Esto es recién el comienzo para un cambio. Estoy aquí por mis viejos, por mi hijo y para que las cosas sean diferentes”, indicó con ojos llorosos Paulina Poblete, de 32 años, mientras blandía una bandera del pueblo mapuche, otro símbolo del denominado “estallido social”.
Considerada por gran parte de la población como el origen de las grandes desigualdades del país por fomentar la privatización de servicios básicos, la derogación de la Carta Magna fue una de las principales demandas de las marchas y el plebiscito, la vía que encontraron los políticos para descomprimir la crisis, la más grave desde la dictadura, con una treintena de muertos y miles de heridos.
El aplastante resultado es el triunfo de una revuelta, que comenzó con una protesta estudiantil contra el aumento del billete de metro, que descolocó a la clase gobernante y que un año después carece de líderes visibles.
Ni siquiera los parlamentarios juveniles que salieron de las masivas protestas de 2011 han podido capitalizar el descontento social.
“Tengo la esperanza de que con esto conquistemos nuestra dignidad y tengamos acceso a todos los derechos y bienes que debiesen ser públicos”, dijo a Efe Francisca Palacios, 37 años.
“La educación es la mejor arma que puede tener un país y debe ser un derecho”, agregó a Efe a unos metros más adelante la maestra Josefina Linares, conocedora del alto endeudamiento al que tienen que hacer frente sus estudiantes para acceder a la universidad.
El siguiente paso es elegir a los constituyentes el próximo 10 de abril, quienes tendrán hasta un año para redactar el nuevo texto, que deberá ser refrendado en otro plebiscito, este con voto obligatorio. Nadie en Plaza Italia se plantea ahora la posibilidad de que esa futura votación se pierda y de que se vuelva al punto de inicio.
“Este proceso ha sido muy dignificante y energizante. Es un ejemplo para Latinoamérica”, apuntó a Efe el mexicano Arturo Vázquez, 31 años, consciente de que el 25 de octubre de 2020 quedará marcado no solo en el calendario de Chile sino en el de toda la región.
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