Santiago de Chile. Chile se ha visto afectado desde hace 19 días por un terremoto contra la desigualdad que ha sacudido a las clases sociales, políticas y económicas, y que tiene en la capitalina Plaza Italia su zona cero, un lugar simbólico en la historia de la lucha social que día a día acoge los reclamos populares.
Ante la mirada de la estatua del general Manuel Baquedano, galardonado militar de la guerra del Pacífico (1879-1884) que enfrentó a Chile contra Perú y Bolivia, los chilenos se congregan desde hace años para protestar en la plaza que lleva su nombre, conocida popularmente como Plaza Italia.
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Y desde hace más de dos semanas, decenas de miles se reúnen día a día para pedir reformas estructurales que cambien desigual social y la precariedad de las pensiones, que reduzcan los encarecidos precios de la salud, la electricidad, la educación, el transporte o los bienes de consumo.
En paralelo, desmanes, disturbios, actos vandálicos y abusos de autoridad acompañan esta crisis social, que ya se ha cobrando la vida del menos 20 personas y que mantiene a miles de personas heridas en hospitales.
“Un verdadero infierno”
Las protestas se inician cada jornada con las mejores intenciones en un ambiente pacífico y reivindicativo y suelen acabar con duros enfrentamientos entre un pequeña parte de los manifestantes y las Fuerzas Especiales de Carabineros.
Patricia Cortés, propietaria desde hace 40 años de un quiosco justo en medio de la plaza, indicó a Efe que está “viviendo un infierno” con los disturbios durante las protestas.
“Encuentro la razón en las protestas, estoy de acuerdo. Pero no estoy de acuerdo en que vengan a destruir acá el metro, los negocios (...) Esta bien que protesten, pero de forma pasiva, todo tranquilo, pero no así como salvajes. No se explica, es como un guerra y no estoy de acuerdo con eso”, afirmó.
Campo de batalla
Las piedras y los cócteles molotov vuelan de un lado de las barricadas hacia los uniformados y las bombas lacrimógenas y los balines de goma llegan hacia la masa desde el otro.
Enfrentamientos en los que no se involucra la mayoría de la población pacífica que secunda desde inicio las protestas, el pasado 18 de octubre, por el alza del precio de los pasajes del suburbano capitalino, la gota que colmó el vaso de la paciencia ciudadana, que desde entonces tomó las calles para mostrar su descontento.
Las paredes de los edificios que rodean la plaza están plagados de grafitis, las entradas a la estación de metro han sido quemadas en reiteradas ocasiones y amanecen cada día tapadas con barricadas y los adoquines del suelo están hechos pedazos y esparcidos en el lugar.
En medio de las batallas campales los semáforos, paradas de autobús y señales de tráfico desaparecieron.
Todo sirve para quemarlo en las barricadas o lanzarlo a los policías, carros lanza-aguas, conocidos popularmente como “guanacos”, o carros lanza-gases (los “zorrillos”).
Los destrozos son apreciables desde cualquier punto desde el que se mire, y el ambiente es sofocante por la gran cantidad de gases lacrimógenos lanzados durante estos 18 días de protestas y que se levantas del piso cuando comienza el tráfico en la mañana.
La violencia que se desata cada día al final de las concentraciones empaña las reivindicaciones y deja en el lugar un paisaje desolador cada noche.
Los comercios, saqueados, destrozados o quemados
Apenas quedan locales comerciales abiertos. La mayoría tienen sus cierres bajados, reforzados con hierros y placas de madera para que no puedan ser forzados.
En la zona predominaban los jardines florecidos, los que ahora se tornaron en un color ocre, como infectado por los químicos del agua y los gases y las pisadas de los manifestantes que abarrotan el lugar.
Una de las partes más afectadas por las protestas son los comercios que rodean la plaza, que un día normal coparían las aceras con sillas y terrazas y ahora se resguardan ante la voracidad de los que saquean e incendian.
Faustino Fernández, un español de 73 años propietario del restaurante Prosit, explicó a Efe que siente “angustia, pena y dolor” por lo que está sufriendo Chile.
“A mí me saquearon y me quemaron el local. Me da angustia. Entiendo lo que el pueblo pide, dignidad, respeto, que las clases sociales sean más parejas, que no haya tanto rico ni tanto pobre, que se comparta, pero lo que no puedo entender es el camino que llevamos. Vamos a la destrucción total de un país que tanto nos costó recuperar”, indicó.
Fernández, quien lleva 32 años en el país, llega cada día a su local temiendo por lo que se pueda encontrar tras los desmanes del día anterior.
“No sabemos lo que va a pasar, se han visto saqueos, vandalismo, la calle está llena de piedras (...) No culpo a nadie, todos somos culpables, fuimos con los ojos cerrados y no nos dimos cuenta que nos estábamos metiendo en un abismo y no sabíamos cómo íbamos a salir”, dijo Fernández.
Desde la Plaza Italia al resto de Chile
Tras el estallido de la protesta en Plaza Italia, el fenómeno se propagó a los barrios periféricos de la ciudad en las primeras horas de aquel viernes 18 de octubre, y de ahí, con el paso de las horas y los días, de norte a sur del país.
La situación llegó a tal punto que el presidente Sebastián Piñera decidió decretar estados de emergencia en casi todo Chile, con los militares en las calles al cargo del orden público, y de toques de queda nocturnos para evitar más enfrentamientos.
Fuente: EFE