Roberto Escobar trata de identificar la mancha oscura que atraviesa el horizonte: un avión de Satena que se prepara para aterrizar en la pista del aeropuerto Olaya Herrera, el mismo donde él aterrizó en helicópteros y aviones privados que su hermano, Pablo Escobar, disponía para su familia. Un viento agradable se estrella contra la fachada de la casa, construida en la avenida de Las Palmas. Roberto Escobar no es ciego, pero no puede ver el avión. Hace más de dos décadas que una bomba, mimetizada dentro de un sobre de manila que llegó a sus manos cuando estaba preso, destrozó los nervios vitales de sus ojos.
MIRA: Cómo son las cárceles que quiere construir Ecuador imitando el “modelo Bukele”
Él dice que ve en blanco y negro, y en ocasiones, dependiendo del efecto de las gotas que le medicaron, descubre manchones parecidos a las pinceladas de Obregón. La casa de Roberto, sin embargo, no es un museo de arte y los manchones son de otro tipo. En la entrada de la casa hay una foto gigante del capo con un pantalón de lino azul y camisa blanca, abierta a la altura del pecho, mientras se baja de un jet. Está sonriente, algo obeso y tiene el bigote bien cuidado. En la foto también está su esposa, Victoria Eugenia, o “la Tata”, embutida en un grueso abrigo de cuero con cuello de piel animal; cuando atraviesa la puerta de su casa, Roberto duda en salir, siempre se queda plantado en la terraza viendo la ciudad.
“El osito” rara vez sale de su hogar y solo oye el mundo de afuera en forma de pitos de carros y ronquidos de motocicletas de alto cilindraje que apuestan carreras improvisadas sobre la avenida El Poblado. Ese rumor es de los pocos ruidos que llegan con claridad a su sistema auditivo: el bombazo de la cárcel también le causó una sordera parcial de por vida. Perdió el oído en un sesenta por ciento. Hay que hablarle fuerte para que escuche, especialmente por el oído derecho. Ya no sale a ese alborotado mundo exterior. Sus placeres, desde hace ya una década, se limitan a la compañía de sus hijos y a descifrar los misterios de un invento que, según él, va a revolucionar la humanidad.
MIRA: La fuga de La Catedral: Cómo escapó Pablo Escobar de la prisión donde asesinaba a sus enemigos
- La vida de ahora es mucho mejor que la de antes, es más tranquila, antes uno vivía en una zozobra muy grande, muy acosado -sentencia desde la comodidad de su poltrona de cuero descolorido y cuarteado.
En una mesa hay una docena de libros que han escrito sobre su hermano. El narcotraficante más poderoso del mundo. Hoy Roberto sobrevive con lo justo. Casi todo lo que tuvo terminó en manos del Estado por vía de los procesos de extinción de dominio. Los procesos judiciales concluyeron que su patrimonio fue producto de los negocios de narcotráfico de Pablo. Roberto jura, cada vez que le tratan el tema, que jamás se inmiscuyó en los negocios de su hermano, aunque sí sabía que los hacía, pero dentro de sus múltiples confesiones ante los jueces luego de su entrega voluntaria, incluyó el delito de narcotráfico y recibió condena. Él dice que esa confesión fue un invento de su hermano para que pudieran estar juntos en la cárcel.
MIRA: Trabajó para la CIA, fue narcotraficante e informante de la DEA y murió asesinado por orden de Pablo Escobar
- Pablo consiguió unos testigos falsos que me involucraron en un negocio ficticio de droga, y eso fue suficiente para entregarme. La condición del gobierno era que tenía que confesar un delito. La prueba de que no tuve nada que ver con narcotráfico es que jamás fui pedido en extradición por Estados Unidos.
Le pesa admitir que cada vez que ve la foto de su hermano bajándose del jet, le llegan a su cabeza los recuerdos de sus años “mozos”, de plata, aviones y carros de lujo. Aunque intenta no demostrarlo, se nota que esos recuerdos todavía lo tocan. La del avión no es la única fotografía de Pablo que cuelga de las paredes de la casa. Además de las imágenes que hay tiradas sobre una mesa, al lado de los libros sobre el capo, hay otros cuatro retratos del jefe del Cartel de Medellín exhibidos en diferentes lugares, dos de ellos a manera de afiche. Hay dos fotos que llaman especialmente la atención. En una de ellas el capo posa vestido de arriero paisa.
- Esa fue en un cumpleaños de la niña, de Manuela -explica Roberto.
Sobre la imagen se ve un orificio de más o menos un centímetro de diámetro.
- Ese fue el tiro que me hicieron la semana pasada, cuando se me metieron a la casa a secuestrarme -dice mientras levanta el marco para mostrarlo por su parte posterior, donde también se ve la salida de la bala. Y señala la pared que sostiene la foto, en la que se ve el final de la trayectoria de la bala.
- Pablo me salvó la vida -continúa-. Cuando el tipo entró, se encontró de frente con mi hermano y se asustó pensando que era una aparición del más allá, y le disparó al estómago. ¿No le parece eso muy verraco?
La bala que impactó el estómago de Pablo Escobar hizo parte de una seguidilla de por lo menos diez disparos de cinco hombres fuertemente armados en la madrugada de un lunes de octubre de este año en un intento por secuestrarlo. Hasta donde ha trascendido, ex empleados suyos querían llevárselo para obligarlo a que les revelara el paradero de las supuestas caletas que dejó su hermano. La Policía, advertida por Roberto, alcanzó a llegar a la casa justo antes de que los asaltantes entraran en la vivienda. Uno resultó muerto, dos más heridos y otros dos fueron capturados.
“El osito” no sale de su asombro. Dice que no entiende por qué razón hay gente que quiere hacerle daño, cuando él mismo se encargó de pedirle perdón a cada una de las personas a las que su hermano les causó algún mal y se esmeró por saldar todas las cuentas que quedaron pendientes y sanar las heridas que siguieron abiertas tras la muerte del capo.
- Le he cumplido al país, le he cumplido a mis amigos, a mi familia. Yo creo que soy de las pocas personas que ha hecho verdaderamente lo que prometió cuando salió de la cárcel, lo he cumplido al pie de la letra.
Se refiere a las promesas que hizo a quienes fueron los enemigos a muerte de su hermano Pablo, y a la justicia de Colombia y Estados Unidos. Con los primeros, “la gente de Cali” como los sigue llamando, reconoció los crímenes que cometió su hermano y les juró no involucrarlos en ningún asunto, ni atacarlos jurídica o militarmente, o tomar represalias. Persuadió a los sobrevivientes miembros del Cartel de Medellín para que siguieran su ejemplo. Le prometió a la justicia no volver a delinquir, no meterse en negocios ilícitos como el narcotráfico y hacer gestiones para lograr la paz de Colombia.
- Hoy yo no tengo peleas con nadie, arreglé los problemas que tenía mi hermano y la gente se dio cuenta de que yo soy sincero, que no busco problemas; mi modo de ser es muy diferente -dice mientras acaricia la cara de su hijo menor.
Casi todos los miembros del Cártel de Medellín están muertos, y un par siguen desaparecidos. Solo “el osito” y “Popeye” siguen vivos y “Popeye” está seguro de que el día que salga de la cárcel, lo matan a los quince minutos. En ese contexto, “el osito” es el único que puede autoproclamarse sobreviviente de todas las guerras.
- ¿Por qué?-
Porque Dios todavía no me ha necesitado, aunque muchas veces he visto la muerte demasiado cerca; Dios quiere que yo siga en este mundo, para darle algo muy importante a la humanidad. No me han matado porque yo no soy delator, uno como hombre, como varón, tiene que responder por lo que uno hace y que los demás respondan por lo que hagan; sapear no es una cosa correcta.
Por eso nunca ha cedido a las propuestas de hablar de los políticos que ayudaron a su hermano, o de las reinas de belleza y modelos que fueron a “La Catedral” a fiestas de 48 horas seguidas. Dice que sigue el ejemplo de su hermano, que nunca habló de nadie, ni siquiera de los políticos que recibieron su dinero.
- Pablo era leal con todo el mundo, tanto que ningún político en Colombia llegó a la cárcel porque él dijera algo.
Y para refrendar esos principios, concluye: “Hay cosas que yo sé que nadie sabe, y que nadie sabe lo que yo sé, y nunca se van a saber”.
“El osito” confiesa que en sus oraciones nocturnas, cuando invoca a la Virgen de Guadalupe y al Niño Dios de Otocha, ruega por la paz de los Rodríguez Orejuela.
- Le pido a Dios que donde estén, tengan estabilidad de salud, emocional, y que sepan resistir ese calvario que es una cárcel, yo la viví, y ellos tienen familia, hijos, yo no quiero el mal para nadie.
La otra fotografía que Roberto mira entrañablemente, muestra a un Pablo Escobar vestido de charro mejicano, ataviado de dos carrileras de balas que cruzan por su pecho, con un sombrero gigante y dejando ver una sonrisa tan amplia como todas las que ponía para los retratos.
- Esta la tomaron en La Catedral, para una fiesta de disfraces. La traje de allá mismo, donde la tenía colgada en su pieza, y era la que más le gustaba.
En el estudio hay una docena de fotos que no son de su hermano sino suyas. En la mayoría Roberto aparece entrando triunfal en varias etapas de ciclismo de alta montaña. Fue campeón panamericano en representación de Colombia y participó en varias vueltas y clásicos nacionales, al lado de viejas glorias del ciclismo. De su paso por este deporte le quedó el remoquete que por cariño le puso un periodista, y que después, sin que pudiera evitarlo, se transformó en el alias con el que lo clasificaron en los anaqueles judiciales de Colombia y el mundo: “el osito”.
Y todo porque, durante un arribo de la caravana a Medellín, con él punteando en la competencia, llovía a cántaros sobre la carretera destapada que ya se había transformado en un río de fango. Las llantas de su bicicleta le enviaron el barro a la cara hasta taparla por completo, dejando al descubierto únicamente sus ojos. Cuando llegó a la meta, el periodista radial que transmitía la etapa dijo: “Ahí llega Roberto Escobar Gaviria, que más bien parece un osito”.
A un lado del computador del estudio, debajo de las fotos, tiene estacionada la bicicleta con la que corrió varias vueltas a Colombia. Antes de llegar a su cuarto principal, hay una foto de su madre, la profesora Hermilda Gaviria, amiga de arzobispos y monseñores, de quienes sacó docenas de bendiciones hasta para el barrio que su hijo Pablo construyó para los pobres de una comuna de sicarios.
Una tercera fotografía de Pablo descansa en la mesa de noche de Roberto: la de la reseña de su primera captura, de su primer carcelazo, con todo y la escritura en la parte de abajo: “Cárcel del Distrito Judicial de Medellín, reseña número 128482″. En ella, “el patrón” se ríe con algo de sarcasmo, con una barba de dos días que le mancha la cara, y está vestido con una camisa florida, como si estuviera de vacaciones en Hawái.
Esta casa es la única que quedó del emporio criminal luego de demostrar que la obtuvo con dinero lícito. Está plagada de cosas y que alguna vez fueron costosas y que ahora se ven fuera de lugar. La despensa del hermano de Pablo Escobar permanece con lo básico. Él dice que ya no requiere tanto lujo y recuerda -como quien no quiere la cosa- que alguna vez, en un apartamento de El Poblado de Medellín, su hermano le dejó ver una caleta con 40 millones de dólares en efectivo. Hoy, en el bolsillo del pantalón, no tiene más de 50.000 pesos.
- Una vez Pablo me pidió que echara al río Samaná un maletín repleto de dólares y de pesos, unos 500 millones -cuenta a quemarropa, como si estuviera hablando de echar la bolsa de la basura por el tobogán del shut de un apartamento. La Policía nos hizo un allanamiento en Aquitania, a mediados de los años ochenta. Yo cargaba dos maletines, uno con diez millones de pesos y otro con 100.000 dólares, y atravesamos toda la selva del Magdalena Medio; como a los 22 días de estar huyendo, pensé que esos maletines no me servían de nada.
Eran un encarte. Al principio me sirvieron de almohadas, pero después el olor de los billetes se hizo insoportable. Esa plata, además, pesaba sus buenos kilos y no servía de nada en el monte. Una mañana Pablo me dijo que botara los maletines al río para desencartarme. Después de un kilómetro de camino, boté el de los dólares, pensando que me podían servir más los pesos. Al otro día, cuando llegamos a la casa de un campesino que nos alquiló la casa y nos preparó comida, se los regalé a él, recuerdo que se llamaba Manuel. Nunca más lo volví a ver.
Cuando termina el relato, le pide a su hijo, Joseph, de diez años, que le traiga las gotas de los ojos. Son las seis de la tarde y la presión le ha empezado a causar un suave lagrimeo y algo de dolor. Él mismo se las echa, una por una, tres en cada ojo. Pone la cabeza hacia atrás, para que el líquido se introduzca por entre todos los nervios, los viejos, los nuevos y los reconstruidos por el médico que lo trató en el Hospital Militar de Bogotá tras el atentado. Manda a preparar tinto y pide que lo excusen porque le está entrando una llamada de Francia.
- Una paciente -dice.
”El osito” no mide más de 1,70 m, y debe pesar unos 70 kilos. Hoy en día se queja de no estar recibiendo un solo peso de esa especie de “fuente de dinero” en que se convirtieron la memoria y los pasos de su hermano. Sobre Pablo Escobar se han escrito libros en todo el mundo, en varios idiomas, y se han rodado varias películas.
-Todo el mundo hace películas, escribe libros y hace documentales, y gana en dólares, a costillas mías -reniega.
Hace tres años estuvo a punto de firmar un contrato millonario con una productora de Hollywood, para hacer una película que iba a ser dirigida por Oliver Stone, con quien hablaba telefónicamente cinco días a la semana. La cinta estaría basada en las historias y secretos que el mismo Roberto reveló en su libro Mi hermano Pablo. Por cuenta de los abogados intermediarios, el negocio se dañó.
Fue la única vez que acarició la posibilidad de volverse millonario por cuenta de las regalías que genera ese mito en que se convirtió su hermano. Por esa frustración decidió cobrar hasta por conceder entrevistas. Y tal vez por esa misma razón -aunque tampoco lo admite-, está convirtiendo su casa en un museo. Además de las fotografías -él dice que guarda unas cinco mil-, tiene manuscritos, casetes de audio, ropa, objetos de uso personal y hasta el sombrero cosaco con el que se hizo fotografiar en la cárcel La Catedral detrás de una reja.
Cuando terminó de hablar con su paciente, Roberto sacó de un baúl la ruana de lana virgen que su hermano usaba cuando salía a la terraza de la prisión. La ruana fue un obsequio que le hizo al capo su consejero espiritual, el padre Rafael García Herreros, del Minuto de Dios. Hoy, la ruana comparte un lugar en la misma mesa con los libros, en una especie de altar. En el garaje Roberto tiene un wartburg azul, único en Colombia, que según aclara, fue el carro preferido de su hermano, en el que el capo de capos se movilizaba sin problemas por las calles de Medellín, aun en plena guerra contra el Estado y contra el Cartel de Cali.
- Ya no le debo nada a nadie -dice.
Según él, hizo las paces con “la gente de Cali” y por eso viaja por todo el país sin ningún problema y descansa de vez en cuando en su finca del municipio de Irra, en el departamento de Caldas. Hace poco comenzó a hacer trámites con el fin de recobrar la visa de ingreso a Estados Unidos para recorrer otra vez el país como lo hizo con su hermano.
En los años ochenta lo hizo como un turista común y silvestre, al lado de su hermano y de otros jefes del Cártel de Medellín; incluso -dice- entró a las sedes de la DEA y la CIA, y se tomó fotos en la Casa Blanca. En otro viaje estuvieron en Las Vegas, donde cenaron en el restaurante del Ceasar’s Palace con Frank Sinatra y se lo llevaron a dar un paseo en helicóptero.
- Él creía que Pablo era un prestigioso político colombiano.
“El osito” tiene cinco hijos en total, dos de su primer matrimonio: Nicolás, que en un “gesto de buena voluntad”, se atrevió a llevar a Cali, en un avión chárter pagado por los Escobar Gaviria, el cadáver de uno de los jefes del cartel de esa ciudad, José Santacruz Londoño, abatido en las calles de Medellín por desconocidos. Contra todo pronóstico, Nicolás fue recibido por los capos del Valle, que además de agradecerle la gestión de entregarles el cuerpo, lo vieron como un acto que, a la postre, selló un insólito y abreviado proceso de paz firmado verbalmente entre los dos carteles.
Y José Roberto, que fue asesinado en un gimnasio de Medellín hace once años con cinco tiros en la cabeza; de su segundo matrimonio, con la ex señorita Guajira, Claudia Azcárraga, tiene tres hijos: el pequeño Joseph, de quien no quiere desprenderse nunca, y dos niñas adolescentes. Ya se separó y vive solo; su única compañía ocasional es su amigo ex ciclista que lo ayuda a moverse por la casa y a recoger a sus hijos del colegio en una camioneta Chevrolet Dimax de platón, que también le sirve para traer de la finca racimos de plátano, yuca, y una que otra caneca de leche de las vacas que sobrevivieron a los procesos de extinción de dominio.
En una época quiso montar un taller de electrónica en el centro, pero sus ojos no daban para tanto. “Yo hice el primer radio que hubo en mi casa, el primer equipo de sonido y el primer televisor, con el que me gané el primer puesto en un concurso de electrónica y me sirvió de tesis de grado. En mi primer trabajo en Medellín reparaba entre 20 y 30 televisores diarios, a cambio de que me pagaran el estudio y me patrocinaran en el ciclismo”.
Antes de retirarse a dormir, recibe una nueva llamada de París, donde reside una mujer que tiene el virus del sida. Aunque prefiere no hablar del tema, Roberto Escobar ha dedicado los últimos años de su vida a encontrar la cura para ese mal. Varias personas han recibido un tratamiento que, según él, ha sido efectivo para combatir el sida, y que ahora quiere patentar. El tema ronda su cabeza desde los tiempos en que acompañaba a su hermano. El primer paciente experimental de su proyecto iba a ser la ex presentadora de televisión Virginia Vallejo, la amante del capo.
“El patrón” estuvo a punto de convencerla de que se dejara aplicar la vacuna.
- Pablo le dijo: “Ve, Roberto tiene el medicamento para que nunca te peguen el sida”, pero ella no quiso.
Son las doce de la noche y se va a dormir, después de haberle dictado una receta a su paciente. Se despide y recuerda el juramento que le hizo una tarde dominguera todo el clan familiar que sobrevivió a Pablo -unas cuarenta personas entre niños, jóvenes y adultos- a doña Hermilda, la mamá: “Nunca jamás ningún Escobar volverá a estar metido en negocios ilícitos, y menos de droga. Como Pablo, nunca habrá otro”.
*Esta historia salió en la revista DonJuan en el 2015. Crónica de nuestro archivo.