Un partido de la Selección Argentina contra Croacia en el Mundial de Qatar llegó con una noticia conmocionante: a los 60 años, y después de 36 tras las rejas, se fugó Roberto José Carmona, la ‘Hiena Humana’, que acumula tres condenas de prisión perpetua.
Lo hizo en una circunstancia increíble y escandalosa. Había llegado al barrio Las Violetas, en la provincia de Córdoba, para una visita conyugal, trasladado por el Servicio Penitenciario del Chaco, que no notificó a sus pares locales. Del domicilio en Las Violetas salió, tomó un taxi y, aparentemente, para escapar hizo chocar el vehículo en Santa Ana y Félix Paz, donde causó la muerte del chofer.
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Carmona se bajó y le robó a una mujer un VW Gol, con el que volvió a chocar. Poco después fue encontrado en Brown y Luis Agote, la misma zona. La policía había desplegado un impresionante operativo policial, por tierra y por aire. El fiscal Horacio Vásquez está a cargo de la investigación.
Hasta antes de la pandemia del covid-19, Carmona –que pasó por institutos de menores, las cárceles de Olmos, Sierra Chica, San Nicolás, La Plata, Junín, Córdoba, Corrientes y Chaco– venía cada seis meses desde la prisión chaqueña de Roque Sáenz Peña a esta ciudad por cinco días para visitar a su esposa, Angelita.
Aunque delinquió por primera vez a los 10 años –abrió el auto de un policía y robó una pistola calibre 45– su nombre trascendió en febrero de 1986. Un mes antes, el 15 de enero, paró su Ford Taunus a 30 metros de un Fiat 600 que había pinchado un neumático en el camino de Villa Carlos Paz a Córdoba. Al lado estaban tres jóvenes que venían de bailar: Guillermo Elena, Alejandro del Campillo y Gabriela Ceppi.
Amable, se ofreció a ayudarlos y les prestó herramientas. A Gabriela, de 16, le puso su chaqueta de jean sobre los hombros. De repente, la situación cambió. “¿Me conocés a mí, vos?”, le preguntó Carmona a uno de los muchachos y en un segundo sacó un arma que tenía en la cintura.
Les robó todo lo que tenían, que era poco, y obligó a la chica a subir a su auto. A sus amigos les dijo que la bajaría más adelante. “Quedate tranquilo que yo no soy ningún violador”, lanzó. Unos kilómetros más adelante la violó en el auto. Primero lo confesó y después lo negó; en su condena ese delito no aparece. Según su relato, Gabriela lloraba y le preguntaba qué le iba a hacer.
Se bajó del Taunus, sacó una carabina, la hizo cruzar un alambrado, arrodillarse y le disparó a un metro de distancia. Abandonó ahí el cuerpo sin señales de vida.
Después de Carlos Robledo Puch, que lleva 45 años preso, Carmona es el detenido con más tiempo en una cárcel argentina. Tras asesinar a Gabriela, levantó -en distintos puntos de la ruta- a dos muchachos a los que le dijo que era cabo del Ejército y los obligó a robar con él.
Los días pasaban, el cuerpo de la chica no aparecía y los investigadores cordobeses investigaban un presunto secuestro. Una noticia del general Pacheco fue la clave para cambiar la hipótesis.
Habían detenido a un hombre que manejaba un Ford Taunus y que tenía secuestrados a un taxista y a una familia, a los que había asaltado. La palabra “Rocky” tatuada en un brazo unió los hilos de las investigaciones y Carmona fue trasladado a Córdoba. La Policía dijo que en el viaje, muy tranquilo, confesó. Más tarde, en el juicio, aseguró que lo “ablandaron a golpes”.
En agosto de 1988 la Cámara 5ª del Crimen de Córdoba lo declaró culpable de robo calificado, privación ilegítima de la libertad calificada, homicidio calificado y robo calificado reiterado. Le dictó reclusión perpetua con el agregado de reclusión por tiempo indeterminado y la declaración de reincidencia.
En el proceso los cronistas empezaron a llamarlo ‘Hiena humana’. Siempre dijo que “desprecia” a los periodistas; solo mantuvo entrevistas y charlas privadas con Gonio Ferrari, quien escribió el libro ‘Yo, Carmona’.
Dos asesinatos más
En la cárcel de San Martín (cerrada por el gobierno cordobés en 2015) fue conflictivo. En 1988 le dio un “puntazo” a su par, Martín Castro. La herida no fue grave, pero a la noche le tiró aceite hirviendo en la cara; lo desfiguró.
En 1994 mató a Héctor Bolea, un preso “líder”. Después de eso, sus compañeros quisieron lincharlo; la decisión del Servicio Penitenciario fue trasladarlo a Chaco. La Cámara 3ª del Crimen lo condenó a 16 años de prisión, más la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado y declaración de cuarta reincidencia.
En el pabellón de máxima seguridad de Resistencia mató a su compañero Demetrio Pérez Araujo, en 1997. Lo atacó con una púa casera. La Cámara 1ª lo condenó a reclusión perpetua, más la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado. Lo enviaron de nuevo a Córdoba, donde pidió estar separado del resto de los detenidos.
Quedó en “La lorera’', un espacio aislado. Nunca en todos sus años de detención participó de ninguna actividad; no se junta con otros reos. “Jamás trabajé ni estudié, jamás estuve insertado”, mencionó en 2007.
En 2021, de regreso a la cárcel de Sáenz Peña, se cosió la boca en protesta porque no le permitían acceder a un celular para comunicarse con familiares. Ya en ese año gozaba de salidas transitorias.