Era mayo del 2023 y Nicolás Maduro era recibido con honores de Estado en Brasilia. El abrazo con Lula da Silva sellaba el restablecimiento de relaciones entre dos países que tuvieron un vínculo cercano durante dos décadas, pero que había quedado roto con el gobierno de Jair Bolsonaro. Lula conoció a Hugo Chávez en los años 90, antes de que ambos llegaran a ser presidentes y, ya en el poder, se convirtieron en los representantes de esa izquierda latinoamericana llamada “socialismo del siglo XXI”.
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Pero los años no pasan en vano y el electorado latinoamericano ya no es el mismo. Lula pasó por agua tibia las tropelías del chavismo en nombre del pragmatismo, pero el fraude de estas elecciones ya han sido un límite para el presidente de Brasil. No solo porque ya se hace insostenible en América Latina apoyar a Maduro -Cuba, Nicaragua y Bolivia siguen siendo la excepción- sino porque el venezolano tuvo el desatino de responderle (le dijo que se tome una manzanilla si le asustaba el término “baño de sangre”) y cuestionar abiertamente el sistema democrático brasileño.
Desde entonces, Lula viene liderando una estrategia diplomática para encontrar una salida a la crisis junto a los también presidentes izquierdistas Gustavo Petro (Colombia) y Andrés Manuel López Obrador (México), con reuniones tras bambalinas con el madurismo y la oposición. De hecho, los tres no han reconocido el resultado oficial que da por ganador a Maduro, sino que siguen pidiendo que se muestren las actas para corroborar los votos, al mismo tiempo que no critican abiertamente al régimen ni han tenido gestos hostiles contra el aún mandatario.
La tarea no es nada sencilla pues cada día hacen un titánico esfuerzo de contorsionismo y contención para que sus palabras no sean malinterpretadas por uno y otro lado. El objetivo es ser considerados mediadores legítimos hacia una solución.
“No romper con el gobierno de Maduro es la única forma de lograr una transición”, comenta a este Diario Mayte Dongo Sueiro, profesora de Relaciones Internacionales de la PUCP. “Si se quiere un cambio en Venezuela, tiene que haber un interlocutor con Maduro y su gobierno”, agrega.
Y los gobiernos de estos tres países mantienen una línea ideológica -cada uno con sus diferencias e intereses- que les permite tener una conversación con el gobierno venezolano. Por eso, cuando la OEA quiso emitir una resolución que exigía al régimen publicar de inmediato las actas electorales, ni Colombia ni Brasil se plegaron, mientras que México se ausentó de la sesión.
“Lo que están buscando estos países es mantener abierta la comunicación con Maduro. En estas semanas el objetivo más realista es tratar de disminuir la represión contra los manifestantes y las acciones contra la oposición, sobre todo contra María Corina Machado o Edmundo González”, explica a este Diario Theodore Kahn, director para la región andina de la consultora Control Risks.
“Brasil, México y Colombia tienen historias y políticas bastante diversas, que han coincidido en gobiernos que, con sus diferencias, tienen posturas políticas semejantes a nivel regional. Son gobiernos de izquierda pero que juegan dentro de las normas democráticas y no han llegado al poder a través de mecanismos autoritarios, como es el caso de Venezuela”, añade Dongo.
Ni tan cerca ni tan lejos
Si bien Lula está apostando su liderazgo regional a lo que ocurra en Venezuela, quien debe tener más dolores de cabeza es Gustavo Petro. El mandatario colombiano ha sido un ferviente admirador de Hugo Chávez, fue el más entusiasta en restablecer las relaciones con Caracas apenas llegó al poder y en sus dos años de gobierno se encontró con Maduro en seis oportunidades.
Pero ante el escándalo internacional, Petro -a quien también le gusta el protagonismo- no pudo mirar de lado. No solo porque su capital político está en juego sino por algo más concreto: Colombia comparte con Venezuela una frontera de 2.200 kilómetros, sus relaciones comerciales son fundamentales y es el país que más migrantes venezolanos ha recibido en la última década (alrededor de 3 millones). Eso sin considerar que Venezuela ha sido garante en las negociaciones con la guerrilla del ELN y que los tentáculos de las FARC también llegaron al chavismo.
“Petro tiene que trazar una línea prístina, y eso fue evidente en el mensaje que publicó en X donde por un lado pidió la publicación de las actas, pero también criticó las sanciones de EE.UU. contra Venezuela. Él tiene su base política de izquierda que no quiere perder, pero también hay intereses económicos, está el tema de seguridad, de la frontera, y siente la presión de tomar una postura en contra de la represión. Es una situación difícil para él, pero esa cautela es adecuada para Petro porque es la única opción que le queda”, precisa Kahn desde Bogotá.
Del otro lado, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se ha ceñido a la política diplomática mexicana de no intervenir en asuntos de países extranjeros, pero también ha controlado sus ímpetus para no desacreditar a la oposición y adherirse plenamente a los dichos de Maduro, un ejercicio que también le debe estar quitando el sueño.
Expectativa versus realidad
Lo que queda por ver, como es obvio, es si efectivamente este esfuerzo regional conseguirá frutos. La presión de los países latinoamericanos, incluyendo el Perú, que han desconocido el triunfo de Maduro ha servido para poner de nuevo el foco mundial en Venezuela, pero es insuficiente. Ya pasó antes y no hubo cambios. Por eso, las acciones de Brasil, Colombia y México podrían ser fundamentales para llegar a algún puerto.
“Para lograr algo en Venezuela se necesitan dos elementos”, señala Dongo. “Por un lado está el factor interno, y es que el mando militar le quite el apoyo a Maduro. Tiene que haber una fragmentación en la cúpula. Y el segundo factor es tener un intermediario para lograr una transición y que ayude a negociar una salida. Así, algunos militares que apoyan a Maduro pueden empezar a replegarse y esto presionaría a Maduro”, agrega.
Kahn considera que a corto plazo es poco lo que se puede lograr a través de estos tres países. “Hay que ser realistas. Se sabía que el tema de la salida de Maduro no se iba a resolver después de las elecciones. Era bastante previsible que el CNE, que está a manos de Maduro, no iba a reconocer una victoria de la oposición. El camino hacia una transición democrática siempre iba a ser de mediano plazo”, explica.
“La estrategia de Brasil y Colombia, sobre todo, apunta a un mediano plazo para intentar moverse hacia un escenario para retomar algún tipo de negociación política entre el gobierno y la oposición, pero en este momento no hay ningún indicio de que Maduro esté dispuesto a retomar esas negociaciones”, agrega Kahn.
Nicolás Maduro dijo el viernes que tiene “comunicación permanente” con Brasil, México y Colombia y que tiene una llamada pendiente con los presidentes. Aunque Lula, Petro y AMLO transiten por aguas movedizas, saben que también pueden caer en el lodo sino consiguen mover las fichas que se juegan en Caracas.
El presidente de Chile, Gabriel Boric, ha sido uno de los más críticos con lo ocurrido en las elecciones del 28 de julio. El joven mandatario de izquierda no dudó en desconocer la victoria autoproclamada de Maduro y se ganó, de inmediato, el repudio chavista. Caracas rompió relaciones con Santiago y el canciller venezolano incluso calificó a Boric de “pinochetista y golpista”.
Por ello, Boric no forma parte del trío de presidentes que intenta negociar con Maduro pues ya ha sido puesto en la lista negra del régimen. “No confiamos en la independencia ni en la imparcialidad de las actuales instituciones en Venezuela”, dijo Boric esta semana desde el Palacio de La Moneda.
El mandatario chileno se reunió en Santiago con Lula da Silva para tratar asuntos bilaterales, pero el brasileño se fue de la reunión con el compromiso de su homólogo de apoyar los esfuerzos de una negociación.