Beatriz Ramón y su hermano menor Óscar escucharon un fuerte estruendo y vieron las luces apagarse cuando salían de un comercio en el sureste de Ciudad de México justo antes de las 10:30 pm del lunes, desde el otro lado de la calle de la línea del metro.
Pensaron que había estallado un transformador. Pero cuando la electricidad regresó minutos después, Ramón vio humo blanco saliendo del metro y dos vagones naranjas precipitados en forma de “V” entre la vía elevada que se había partido en dos.
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El tren se estrelló contra la autopista que pasa por debajo, matando a 25 personas. Fue el accidente de metro más mortífero de la capital en décadas.
La dentista de 30 años y su hermano corrieron al lugar para ofrecer ayuda mientras trataban de mantener la distancia en caso de que el paso elevado, ahora roto, colapsara aún más. La vía normalmente transitada en el barrio de clase trabajadora estaba tranquila.
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“Yo esperaba tal vez que se escucharían gritos de la gente que estaba adentro. Al contrario, había silencio”, dijo Ramón.
Los transeúntes colocaron escaleras sobre el montón de escombros, y Ramón pronto vio a un hombre salir de uno de los vagones.
“Se veía la sombra y ya cuando vimos bien, pues todos gritamos: ¡Está bajando alguien!”, relató.
El hombre saltó y aterrizó sobre los escombros, desorientado. Lo siguieron otras dos personas, incluido un hombre de unos 25 años que parecía estar en estado de shock, cubierto de sangre y quejándose de que le dolía el torso.
Ramón no pudo encontrar una herida y se dio cuenta de que la sangre pertenecía a otra persona.
Un cuarto superviviente era un hombre que había perdido una mano y sangraba mucho.
La magnitud del desastre comenzaba a asimilarse mientras Ramón observaba cómo unas 20 víctimas eran trasladadas en camillas. Empezaron a llegar familiares en busca de seres queridos que temían que estuvieran en el tren.
Ramón reflexionó sobre quién tenía la culpa. “¿Es corrupción? ¿Es impunidad?”, se preguntó.
Desde la inauguración de esa línea del metro en 2012, la mujer dijo que la veía como una “bendición” para ayudar a su comunidad a llegar a escuelas, trabajos y familiares lejanos, al sumar a su apartado distrito Tlahuac a la red de tránsito de la capital en expansión.
Y cuando a algunas personas les preocupó que la elevada vía colapsara bajo el peso del voluminoso tren, Ramón trató de persuadir a los escépticos de que el ferrocarril, construido por ingenieros experimentados, no se caería.
“Yo animé a mucha gente a que a que lo utilizaran, y sobre todo a nuestras abuelitas y nuestras mamás, que sí les daba miedo por la altura”, recordó, diciendo que sentía personalmente el accidente. “Duele, y duele mucho”, agregó.
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