Carlos Alberto Salazar, de 53 años, se presentaba como un exitoso comerciante en la región del Eje Cafetero de Colombia, se daba una vida de lujos y su debilidad eran los carros de alta gama.
Salazar nació en Pereira, Risaralda, ciudad en la que vivió hasta hace dos años, cuando empezó a moverse entre Panamá, Guatemala y México. A sus familiares y amigos les dijo que estaba expandiendo su actividad comercial, sin entregar mayores detalles.
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Paralelo a ello, la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA) empezó a seguirle el rastro a un colombiano que estaría “ingresando grandes cantidades de heroína a Nueva York, la cual era distribuida a otras ciudades y estados con el apoyo de uno de los más temibles carteles mexicanos, el de Sinaloa”, dijo a “El Tiempo” un investigador del área judicial de la Dirección Antinarcóticos de la Policía Nacional.
En medio del trabajo coordinado que realizan las autoridades de Colombia y EE.UU. se prendieron las alarmas ante la información que les entregó una fuente en la que se refería a que estaban reclutando a ingenieros químicos para que viajaran a México y le enseñaran a la gente de los laboratorios del Cártel de Sinaloa a procesar la heroína con la misma “pureza” de la que era enviada desde Colombia.
En el radar, dice la policía, quedó el nombre de Salazar, quien empezó a aparecer en declaraciones de testigos que lo señalaban de ser el capo del tráfico en la región. Para esa fecha, los agentes antinarcóticos le abrieron un dosier para verificar sus actividades tanto en Colombia como en el exterior.
“Lo primero que nos llamó la atención es que durante su estancia en Colombia, lapsos entre 10 y 15 días, no se quedaba en un solo lugar, todas las noches dormía en casas o apartamentos diferentes. Y en el día se movilizaba en un carro diferente, camionetas de alta gama eran sus preferidas”, aseguró el investigador del caso.
Esa información se la entregaron a las autoridades estadounidenses que, en medio del intercambio de información, confirmaron que durante su estadía en Centroamérica, Salazar se registró en hoteles cinco estrellas y llevó allí una vida “más desordenada, en la que compartía con algunas mujeres”.
En Colombia, la Policía Antinarcóticos logró descifrar quién era en realidad Salazar, a quien en el bajo mundo apodaban el ‘Señor de la Bata’.
De acuerdo con los investigadores, el hombre adquiría la heroína que se produce en Cauca y Nariño y la enviaba a través de Centroamérica a Estados Unidos.
“La heroína colombiana tiene muy buena aceptación en Norteamérica porque llega con una pureza del 87 por ciento, una de las más altas del mercado, mucho mejor que la que se produce en México, de ahí que tenga tan buena aceptación porque los narcos pueden extraer de un kilo de heroína hasta cinco, lo que les multiplica la ganancia”, dijo el investigador de Antinarcóticos.
Según los investigadores, el ‘Señor de la Bata’ logró el permiso de Sinaloa para utilizar el territorio mexicano para el acopio y traslado de la heroína a EE.UU. A cambio se comprometía a llevar a Hermosillo (México) a los mejores ingenieros químicos que enseñaran a los mexicanos los procesos para conseguir una droga de muy alta calidad.
Para las autoridades de los dos países, Salazar se convirtió en un objetivo de alto valor, al punto de llegar a calificarlo como el ‘Pablo Escobar’ de la heroína, como aparece en el dosier en su contra.
Se calcula, de manera extraoficial, que Salazar ingresó cerca de 100 kilos mensuales a EE.UU., por lo que tenía circular roja de Interpol en su contra y un expediente abierto en una Corte de Nueva York.
Por cuenta de los seguimientos que le hacían las autoridades se logró establecer que había regresado a Colombia a disfrutar de una de sus grandes pasiones, el fútbol, en este caso, el Torneo Preolímpico Sudamericano Sub-23, que se realizó en el Eje Cafetero. Al ‘Señor de la Bata’ lo capturaron comprando las boletos para el partido inaugural entre Colombia y Argentina.
“La heroína es una droga muy adictiva, muy mala para las personas, de allí la importancia para nuestro grupo de ubicar y dar captura a quienes se dedican a su producción y tráfico. Es una droga que con el primer consumo llega casi al 95 por ciento de la adicción, por eso, hay que acabar con estos traficantes, por nuestros jóvenes y las futuras generaciones”, aseguró el investigador de Antinarcóticos.