En la década de los 80, cuando los cárteles de la droga controlaban Colombia a su antojo, una frase se popularizó. “Preferimos una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos”, se escuchaba entre las redes del narcotráfico ante la amenaza de la extradición hacia el gigante de Norteamérica. El último miércoles, Gilberto Rodríguez Orejuela alias “El Ajedrecista”, no pudo cumplir aquel deseo. El cabecilla del temido Cártel de Cali murió en una celda de la cárcel federal de Butner, Carolina del Norte.
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Secuestros, asesinatos, amenazas, corrupción y una encarnizada guerra contra el mayor capo de la droga colombiana, Pablo Emilio Escobar Gaviria, marcaron la vida de Rodríguez Orejuela.
Su influencia no solo se limitó al mundo del hampa sino que se extendió hasta alcanzar campos como el fútbol colombiano y las más altas esferas políticas y judiciales en su país.
Unos tentáculos que alcanzaron incluso al Perú en más de una ocasión.
Alimentada por series, películas y libros, la narcocultura colombiana ha crecido aceleradamente durante los últimos años, permitiendo conocer detalles inéditos sobre las vidas de los otrora poderosos capos de la droga en el país caribeño.
Gilberto Rodríguez Orejuela no ha sido la excepción.
EL AJEDRECISTA
El 30 de enero de 1939, en el pequeño municipio de Mariquita, al norte del departamento de Tolima, nacía Gilberto Rodríguez Orejuela. El mayor de seis hermanos tomó las riendas de la pobre familia desde muy joven.
Se cuenta que a los 10 años, cuando trabajaba vendiendo floreros en las calles de Mariquita, echó de casa a su padre, cansado de los maltratos que le dispensaba a su madre.
La familia Rodríguez Orejuela se mudó a Cali y fue entonces cuando Gilberto comenzó a trabajar como vendedor en una farmacia. Pocos años después había montado una red de venta ilegal de fármacos.
Con el tiempo abrió su propia botica. Luego conoció a José “Chepe” Santacruz Londoño, quien lo introdujo al mundo del narcotráfico. Después se sumó Miguel Ángel, su hermano cuatro años menor.
Con el tiempo, Gilberto y Miguel Ángel Rodríguez Orejuela se convertirían en los líderes del temido Cártel de Cali. El mayor de los hermanos era calculador, sosegado y un convencido de que todo hombre tenía un precio. Esos cálculos le valieron el mote de ‘El Ajedrecista’.
El menor de los Rodríguez Orejuela, por otro lado, era impulsivo, duro y radical. A él se lo conoció como ‘El Señor’.
Juntos llegarían a controlar el 80% del mercado mundial de cocaína. Tras los años de gloria, sin embargo, serían encarcelados y extraditados a Estados Unidos. Gilberto acaba de morir en una prisión, Miguel Ángel cumple una condena de treinta años en otra.
SOBORNO MUNDIALISTA
Muchos años antes de su caída, sin embargo, los hermanos Rodríguez Orejuela tendrían un papel protagónico en uno de los mayores escándalos del fútbol sudamericano.
Los capos eran unos aficionados del deporte rey en general, del América de Cali y la selección colombiana en particular.
Corría el año 1978 y en Argentina se disputaba el Mundial de la FIFA. Perú se enfrentaba a la selección local en un partido decisivo para definir al finalista del torneo. La victoria de Brasil sobre Polonia obligaba a la Albiceleste a conseguir una victoria por al menos 4 goles de diferencia para asegurar su cupo en la final.
El partido terminó 6 a 0 a favor de Argentina. Y desde entonces la duda sobre lo que ocurrió en la previa de aquel encuentro se instauró entre los aficionados.
En el 2007, Fernando Rodríguez Mondragón, hijo de Gilberto Rodríguez Orejuela, publicaría su libro “El hijo del Ajedrecista 2″, donde aseguraba que su padre y su tío sobornaron a aquella selección peruana para que Argentina consiguiera pasar a la final y enfrentarse a Países Bajos.
El hijo del capo no especificó la cantidad de dinero que el Cártel de Cali habría aportado para dicha operación y a lo largo de los años, los protagonistas deportivos de aquel partido se han empeñado en asegurar que no hubo ningún soborno.
Pero el libro de Rodríguez Mondragón revela otros secretos, esta vez más específicos, sobre las operaciones de los narcos en el fútbol. Por ejemplo, asegura que aportó con 300 mil dólares para que Colombia contratara a Carlos Salvador Bilardo como entrenador de su selección o que ofrecieron 3 millones de dólares para que Diego Armando Maradona fuera fichado por seis meses por un club colombiano. Esta última operación, sin embargo, no se concretó pues el agente de la estrella argentina anunció que solo aceptarían las ofertas europeas.
LA TRAICIÓN A VATICANO
Pero las relaciones de los Rodríguez Orejuela con el Perú están lejos de limitarse a solo un partido de fútbol.
Hacia finales de los 80, el mercado del narcotráfico en nuestro país estaba dominado por un hombre: Demetrio Chávez Peñaherrera, alias ‘Vaticano’.
Desde el distrito de Uchiza, en San Martín, ‘Vaticano’ enviaba cargamentos de pasta básica de cocaína hacia Colombia. Allá era recibida por sus aliados del Cártel de Medellín, la organización criminal controlada por Escobar.
Sin embargo, los negocios de ‘Vaticano’ no se limitaron a Antioquía. En 1990, cuando ya tenía negocios con Escobar, comenzó a enviar cargamentos de droga hacia Cali, a pedido de los hermanos Rodríguez Orejuela.
‘Vaticano’ se encargaba de enviar entre 300 y 450 toneladas de pasta básica anualmente desde el Huallaga hacia Colombia.
En 1994, sin embargo, el capo peruano caería en la ciudad de los Rodríguez Orejuela.
‘Vaticano’ había viajado a Cali hacia finales de 1993 para cobrar una deuda pendiente con uno de los hermanos. Según su propia declaración a la justicia colombiana, se trataba de un millón y medio de dólares pendientes por los envíos de pasta básica de cocaína.
El problema surgió cuando los hermanos Rodríguez Orejuela se negaron a pagar la deuda. ‘Vaticano’, furioso, diseñó un plan para secuestrar a uno de los jefes del cártel y exigir la deuda como rescate.
Dicho secuestro se habría completado, pero con él llegaría su captura. El 14 de enero de 1994, ‘Vaticano’ fue detenido en la casa 25 del barrio Arrayanes, al norte de Cali. Junto a él se encontraba Juan Carlos Orejuela, presunto miembro del cártel.
Los rumores apuntan a que los Rodríguez Orejuela no tolerarían que los amenacen dentro de su ciudad y habrían sido ellos quienes ordenaron a las autoridades dar caza al narco peruano.
LA GUERRA CONTRA ESCOBAR
Cuando ‘Vaticano’ fue a cobrar su deuda, los Rodríguez Orejuela ya se sentían dueños de Cali y aseguraban que Colombia tenía una deuda pendiente con ellos. ¿La razón? Habían acabado con Escobar.
En 1987 el capo del Cártel de Medellín llamó a Cali para pedirles que entregasen a uno de sus socios para ejecutarlos. Los hermanos se negaron y Escobar los tachó como enemigos.
Un año después, un automóvil cargado con 80 kilos de explosivos estallaría en el edificio donde vivía la familia de Escobar. Hubo tres muertos y una decena de heridos, su esposa y sus hijos pudieron escapar pero la niña sufrió daños en un oído.
En 1990, Escobar respondió haciendo estallar una farmacia de los Rodríguez Orejuela en Cali.
El Ajedrecista, entonces, sacó a relucir sus habilidades. Enfrentarse directamente a Escobar solo aseguraría muerte y destrucción. Por ello, decidió aliarse.
El Cártel de Cali convocó a todos los adversarios de Escobar, desde las bandas rivales hasta la élite social antioqueña, la policía y el Ejército. Así se conformó el grupo paramilitar Los Pepes, un acrónimo de Perseguidos por Escobar.
El 22 de julio de 1992, Escobar había huido de La Catedral, aquella prisión que él mismo ordenó construir y donde purgaba una sentencia con la que había evitado la extradición a Estados Unidos.
Mientras las fuerzas armadas colombianas perseguían al capo, los Pepes se encargaban de golpear al cártel y al círculo cercano de Escobar. Según Gilberto Rodríguez Orejuela, “nosotros nos conectamos con ellos (las autoridades), les comenzamos a informar, les empezamos a dar ayuda logística”.
La inusitada alianza se mantuvo hasta el 2 de diciembre de 1993, cuando Escobar murió mientras escapaba por los techos de Medellín.
SENTENCIA FAMILIAR
“Señora, no se preocupe, que después de esto va a haber paz, pero a su hijo sí se lo vamos a matar”, le explicaba Gilberto Rodríguez Orejuela a María Victoria Henao, viuda de Escobar, desde su finca en Cali según reseña un artículo de Infobae.
La mujer había sido citada por una cúpula de 40 mafiosos colombianos para explicarle la “reparación” que deberían cumplir tras la encarnizada guerra contra el capo de Medellín.
Henao había accedido sin problemas a pagar la indemnización con las riquezas que su marido había dejado. Pidió clemencia por su hijo y le informaron que volviera en 10 días. La mujer repartió las propiedades de Escobar, desde edificios hasta campos de 100 mil hectáreas.
Juró que Juan Pablo Escobar Henao, su hijo, no seguiría los pasos de su padre. Suplicó clemencia e incluso se ofreció como garantía de que su vástago no emprendería una nueva guerra contra los asesinos de su padre.
El consejo del crimen le pidió que regresara para una tercera reunión en 15 días.
Gilberto no estuvo presente en esa tercera reunión. Aquella vez, se informó a María Victoria que su hijo podría vivir pero “lo único que no podemos permitir es que se quede con mucha plata, para que no se vaya a enloquecer”, le advirtió Hélmer “Pacho” Herrera, otro de los líderes del cártel.
LA PRESIDENCIA EN LA MIRA
En 1994 tendría lugar en Colombia el mayor escándalo de corrupción política y, una vez más, los Rodríguez Orejuela estarían involucrados.
Ernesto Samper y Andrés Pastrana se disputaban la presidencia de Colombia en segunda vuelta. El primero terminaría ganando por cien mil votos de diferencia, pero poco después se conocería que su campaña había estado financiada por el Cártel de Cali.
La denuncia fue presentada por el mismo Pastrana, quien aseguraba que la campaña de Samper había recibido al menos 3,7 millones de dólares por parte de los narcotraficantes.
Las pruebas más contundentes estaban incluidas en unos casetes que fueron presentadas al presidente saliente, César Gaviria, quien a su vez se lo delegó al Fiscal General Gustavo De Greiff. Los rumores apuntan a que como la hija de De Greiff trabajaba en la campaña de Samper, el fiscal prefirió esconder el caso.
La llegada de un nuevo fiscal, Alfonso Valdivielso Sarmiento, permitió que en abril de 1995 se abriera una investigación. El allanamiento a la oficina de un contador vinculado al Cártel de Cali, Guillermo Pallomari, permitió conocer el financiamiento del narco a diferentes campañas políticas. El caso fue bautizado como Proceso 8000 y se desarrolló tanto en la Fiscalía como en la Cámara de Representantes.
El caso envió a la cárcel a las principales cabezas de la campaña de Samper. Sin embargo, en una escandalosa decisión, el Congreso colombiano ordenó la preclusión (archivo) del proceso contra el mandatario alegando que no existían pruebas suficientes en su contra.
El escándalo fue enorme porque, además, con esto Samper no podría ser juzgado por el Senado ni investigado por la Corte Suprema de Justicia.
Declaraciones de Pallomari ante la Corte Federal de Miami brindadas en 1997 permitieron conocer detalles sobre el vínculo entre el cártel y el presidente. Según el contador de los narcos, los hermanos Rodríguez Orejuela celebraron semanas antes de la elección que “ya tenemos presidente” e informaron que habían depositado 5 millones de dólares a la campaña de Samper, todo con conocimiento del candidato.
Los narcos buscaban a un aliado en el poder que firmara leyes en contra de la extradición hacia Estados Unidos.
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