Daniel Ortega acaba de empezar su quinto mandato -y cuarto consecutivo- aferrado a una sola posibilidad: gobernar Nicaragua sin legitimidad. Aislado y sancionado, el exlíder sandinista se vuelve a poner este lunes la banda presidencial pese al rechazo internacional e ignorando las denuncias de represión, persecución, fraude electoral y violaciones a los derechos humanos que recaen sobre él y su vicepresidenta y esposa Rosario Murillo.
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Como prueba de la desaprobación a su gobierno, Ortega, de 76 años, asume en una ceremonia a la que solo acuden sus aliados más cercanos, debido a que buena parte de la comunidad internacional desconoce el proceso electoral en el que el mandatario izquierdista fue reelegido y en el que siete opositores fueron encarcelados poco antes de los comicios. Este mismo lunes 10 nuevas sanciones y presiones contra el régimen llegaron de parte de Estados Unidos y la Unión Europea.
“Hoy Daniel Ortega y Rosario Murillo están consumando una dictadura de partido único en Nicaragua, prácticamente les están diciendo no solo a los nicaragüenses sino a la comunidad internacional que la imposición de sanciones y las críticas en su contra no importan mucho. Lo importante para ellos es seguir manteniendo el poder y tener a los nicaragüenses en represión y bajo un régimen dictatorial que cancela todas las libertades públicas”, dice a El Comercio el periodista nicaragüense Maynor Salazar.
Daniel Zovatto, director regional para América Latina y el Caribe en el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), apunta que este es “un día triste para la democracia en América Latina porque se está consolidando otra dictadura en la región. Es una toma de posesión ilegítima y manchada de sangre”.
Explica que lo que ocurre en Nicaragua no es una excepción, pues en Centroamérica y en la zona del triángulo norte se está viendo un preocupante deterioro de la democracia. “Lo de Nicaragua es más grave aún porque ya no califica solo como un régimen híbrido, como una democracia iliberal o como una deriva autoritaria, sino que es la consolidación de una dictadura familiar y dinástica producto de una farsa electoral”, agrega.
Los expertos coinciden en que el panorama es incierto. Ortega esbozó el año pasado la posibilidad de iniciar un diálogo, pero todavía no está claro con quién. La mayoría de la oposición está en el exilio, otros se mantienen con perfil bajo por temor a represalias y una buena parte está encarcelada.
“El clima es de incertidumbre, lo que sí es claro es que Ortega no piensa abandonar el poder, sobre todo ahora que vienen las elecciones municipales y también tomando en cuenta el acercamiento que ha tenido con China y Rusia”, señala Salazar.
Polémicos apoyos
La ruptura del régimen de Ortega con las democracias occidentales se ha hecho bastante evidente. Aunque señala que la presión internacional por sí sola no es suficiente para torcerle el brazo a este tipo de regímenes, Zovatto destaca la importancia de que los países actúen contra Ortega y fortalezcan su posición.
Apunta que desde la comunidad internacional lo que hay que hacer es seguir condenando al régimen de Ortega y Murillo, denunciando sus violaciones a los derechos humanos, exigiendo que se restablezca el estado de derecho, que se liberen a los más de 160 presos políticos y a los principales líderes de la oposición que están en cárceles o con prisión domiciliaria. También se debe ahondar y profundizar el nivel de aislamiento internacional, vinculándolo con las sanciones de tipo individual y con otro tipo de castigos económicos. Dentro de la OEA se debe avanzar en el proceso de la aplicación de los artículos 20 y 21 de la Carta Democrática para suspender a Nicaragua como país miembro de la OEA.
“Hay muchos elementos que la comunidad internacional ya viene ejecutando, pero se tiene que fortalecer, sobre todo en el ámbito regional. América Latina tiene que hablar con una sola voz, no puede ser que frente a estas dictaduras haya diferentes posiciones, como es el caso de México y Argentina, que dicen que condenan las violaciones a los derechos humanos, pero no pueden condenar al régimen ni la farsa electoral porque eso sería inmiscuirse en asuntos internos. Eso es inadmisible”, señala Zovatto.
Agrega que Ortega ha quedado aislado de la comunidad democrática, pero está apostando fuertemente con China, Rusia, Irán, Venezuela, Cuba, de los cuales tiene apoyos explícitos. A su vez le ayuda la indiferencia de países como México o Argentina, que dicen que prefieren no inmiscuirse.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dijo este lunes 10 que envió a un representante de su gobierno a la investidura de Ortega con el argumento de que la política exterior de su país se rige por el respeto a la autodeterminación de los pueblos.
Salazar apunta que el hecho de que el orteguismo se pliegue ahora más a China, Rusia e Irán quiere decir que Ortega no está interesado en negociar su salida de poder ni en ceder cuotas del mismo. “Está envalentonado porque considera que tiene el respaldo de estos países y que al estar de ese lado no va a sufrir mucho impacto económico frente al tema de las sanciones”.
Sin solución cercana
Pero si bien la presión internacional es necesaria en la búsqueda de un cambio, es un consenso que los mayores esfuerzos deberán nacer dentro de Nicaragua.
“La experiencia comparada demuestra que para combatir dictaduras con este nivel de determinación, como el que tienen Ortega y Murillo de asesinar, de poner presos, de hacer una farsa electoral con tal de perpetuarse en el poder, es necesario tener acciones dentro del país. Yo sé que esto es muy difícil porque hay represión, pero la historia comparada nos muestra que estos regímenes no caen únicamente por la acción internacional. La salida es reabrir un proceso de negociación para convocar unas nuevas elecciones con garantías, con observadores internacionales para buscar una salida pacífica, electoral y democrática”, agrega Zovatto.
Recuerda que el objetivo de Ortega es perpetuarse en el poder con una dinastía familiar. “Si él logra permanecer en el poder los próximos cinco años, lo que veremos muy probablemente será una transferencia gradual y progresiva de poder de Daniel Ortega a Rosario Murillo para tratar de hacer precisamente contra lo que Ortega luchó en 1979, que era poner fin a otra dictadura dinástica como era la de los Somoza. Esa es la ironía de Nicaragua”.
Sumando sus años en el poder, Ortega ya está más tiempo en el cargo que la dictadura de Somoza que él mismo derrocó.
Otro aspecto que dificulta frenar a Ortega es que la oposición está debilitada y que no se sabe cómo responderá el régimen a un aumento de la presión.
“En Nicaragua no existe una oposición porque está fragmentada debido a los encarcelamientos y el exilio. El resto de los países puede decir que no reconoce el gobierno de Ortega y sí el de la oposición. Aquí se hizo una elección sin candidatos, fue un completo fraude. Y por sobre todo, este no es un problema que la comunidad internacional pueda resolver. Ya se demostró que las sanciones si bien impactan también pueden hacer que el régimen se vuelva más radical y encarcele a todo el mundo. Habría que evaluar qué es lo que Ortega pretende ceder para lograr un tipo de cambio. El cambio en Nicaragua es un camino largo”, dice Salazar.
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