A Yulie Ben Ami no la despertó una alarma, sino directamente el sonido de las bombas que estallaban en el kibbutz Be’eri, a solo ocho kilómetros de la franja de Gaza.
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Afortunadamente, la joven de 27 años convirtió el refugio antimisiles en su habitación, una decisión vital en un lugar donde solo tienen 15 segundos desde el sonido de la sirena para llegar al búnker. Desde el cuarto blindado, Yulie comenzó a escribir a sus padres y hermanas, quienes viven en el mismo kibbutz.
Un mensaje enviado al grupo comunitario advertía que hombres armados se habían infiltrado en el kibbutz, pedían a todos apagar las luces, no hacer ruidos y esconderse en sus refugios. Tres horas después, Raz, la madre de Yulie, le escribiría aterrada que había terroristas afuera de su casa.
Una hora después, la hermana de Yulie recibiría otro mensaje: “Hija, están entrando al refugio, nos llevarán”.
Una fotografía difundida sobre las 10:30 de la mañana mostraba a Ohad, padre de Yulie, junto a dos terroristas. “No sabemos adónde los llevaron, pero por la foto imaginamos que están en Gaza”, dice la joven a El Comercio. Esa fue la última noticia que tuvo de ellos.
Mientras tanto, los terroristas siguieron arrasando el kibbutz. Al menos cien cadáveres se hallaron ahí y el número de secuestrados aún es incierto. A las 8:45 de la noche, unas 15 horas después, Yulie y sus dos hermanas fueron rescatadas por un grupo de soldados israelíes.
Su evacuación se vio interrumpida por tres enfrentamientos con sediciosos y tuvieron que sortear “cadáveres en el piso y autos quemados”. Finalmente, las tres fueron llevadas a Netivot y luego a una zona segura más al norte del país