Todos están hablando de Qatar. Para bien o para mal. La sede del Mundial de Fútbol 2022 ha sido objeto de cuestionamientos por diferentes flancos: sea por su pobre récord en la defensa de los derechos humanos, el papel de la mujer en la sociedad, la persecución a las minorías o la muerte de migrantes en la construcción de sus impresionantes estadios.
Sin dejar pasar las suspicacias de cómo el torneo más importante del mundo terminó en un país sin tradición futbolística. El poder del dinero, le llaman.
Pero Qatar no es un actor de bajo perfil en el Medio Oriente. Al contrario. Es un emirato clave para entender la geopolítica de una región en la que la menor chispa puede encenderse.
Como ocurrió hace cinco años, cuando fue objeto de un inédito bloqueo promovido por Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin y Egipto.
Jeques vs. jeques
El bloqueo que sufrió Qatar es importante para entender la dinámica de las relaciones geopolíticas en la Península Arábiga, y que giran en torno a un rival: Irán.
Arabia Saudí, la economía más importante de los países árabes, no tiene relaciones diplomáticas con Teherán. Sus diferencias van más allá del islam [los saudíes son sunitas wahabitas y los iraníes son chiítas] y su régimen de gobierno [Arabia Saudí es un reino mientras que Irán es una teocracia controlada por el líder religioso, el ayatolá Alí Jamenei]. Cada uno ha tejido una red de aliados en el Medio Oriente con el objetivo de medirse y presionarse. Por ejemplo, la cruenta guerra en Yemen es, en realidad, un pulso entre saudíes e iraníes.
En medio de esta tensión, Qatar optó por una alianza estratégica y desde mediados de los años 90 decidió no plegarse a la presión saudí contra Teherán, pero también se cuidó de apoyar abiertamente a los ayatolas. Sus vecinos árabes acusaban a Qatar de financiar a los talibanes en Afganistán y a organizaciones extremistas chiítas como Hamas, en los territorios palestinos, o la Hermandad Musulmana, en Egipto; mientras que los qataríes no tenían inconvenientes en tener buenas relaciones con Israel. Un emirato malabarista y con ingente cantidad de gas natural como para ser autosuficiente.
Su relación con Washington también ha sido clave, pues Qatar aloja la base aérea estadounidense de Al Udeid, la más grande de Medio Oriente, y el emirato no ha dudado en cooperar con la primera potencia desde la Guerra del Golfo en 1990.
Sin embargo, la situación llegó a un límite en el 2017 cuando se filtraron declaraciones del emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani, en los que elogiaba sus relaciones con Hamás, Hezbolá, Irán e Israel.
Esto coincidió con la visita del entonces presidente Donald Trump a Riad, la capital saudí, quien se mostró muy cercano al reino wahabita. Esto les habría dado los argumentos necesarios para promover, junto a sus aliados de la península, el bloqueo a Qatar.
Así, el 5 de junio del 2017, Arabia Saudí, EAU, Bahréin y Egipto –Yemen, Libia y las Islas Maldivas se plegaron después– anunciaron el boicot a Qatar por aire, mar y tierra acusándolo de crear inestabilidad en la región por su apoyo a grupos terroristas, y le exigían el cumplimiento de 13 puntos para levantar el embargo. Entre ellos, la interrupción de sus vínculos con las organizaciones apoyadas por Irán y el cierre de la influyente cadena de televisión Al Jazeera, a la que responsabilizaban de la propagación de la Primavera Árabe en el 2011, la serie de protestas civiles que derrocó a varios gobiernos dictatoriales de la región.
Lejos de ceder, Qatar se mantuvo incólume. Si no podía tratar con sus vecinos árabes, pues Irán, y sobre todo Turquía –otro actor de peso– estaban prestos a apoyarlos.
Así, el emirato siguió explotando de manera conjunta con Irán el mayor yacimiento de gas natural del mundo, el South Pars-North Dome; mientras que Turquía –que construyó una base militar en el emirato– les proveía de los productos básicos para llenar los anaqueles de los supermercados qataríes.
“Qatar nunca cumplió con ninguno de los requisitos que le exigían porque supo mantener su nivel de desarrollo y prosperidad gracias a diferentes tipos de alianzas, sobre todo la que estableció con Turquía, que le permitió enfrentar ese bloqueo”, dice a El Comercio Mohamed-Badine El Yattioui, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Americana en los Emiratos, de Dubái.
Intereses
Llegó el 2021, y los saudíes y sus aliados del Consejo de Cooperación del Golfo no habían logrado quebrar a los qataríes que, al mismo tiempo, seguían haciendo millonarios negocios y se enfocaban en la realización del Mundial de fútbol.
Así, pesó más el interés que el rencor, y el emir Al Thani llegó a la ciudad saudí de Al-Ula en enero del año pasado para estrecharle la mano al príncipe Mohamed bin Salman. El bloqueo llegaba a su fin y las fronteras se abrían nuevamente gracias a las gestiones de Kuwait.
¿Sirvió de algo el bloqueo? “Arabia Saudí se dio cuenta que era mejor para su propia economía y sus propios intereses tener una relación cordial con los qataríes, y Qatar también se dio cuenta de ello. Porque Arabia Saudí es la primera economía del Medio Oriente, pero Qatar tiene el PBI per cápita más alto del mundo”, comenta El Yattioui.
Así, el emir Al Thani también decidió mejorar la relación de su país con Egipto y con su actual presidente, Abdelfatah Al Sisi, y ahora está invirtiendo mucho capital ahí.
Pero no todo ha vuelto a la normalidad. Los Emiratos Árabes Unidos –donde está Dubái y Abu Dabi– aún miran con recelo a sus vecinos qataríes. “Esa es la relación más difícil ahora en la subregión. Es una forma de guerra fría”, añade el experto.
Y este recelo saldrá a flote durante el Mundial: “No creo que el Mundial vaya a servir de unificador en los países del Golfo. La opinión pública en general tiene mucho orgullo de que el Mundial se realice por primera vez en un país árabe y musulmán. Pero no creo que las élites estén muy felices de que Qatar, un país pequeño del Golfo, se lleve todo el crédito durante todo un mes”.
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