Con la mirada perdida, Mesut Hancer agarra la mano de su hija muerta, Irmak, de 15 años, inerte entre dos losas de hormigón. En la ciudad turca de Kahramanmaras, la pena y la rabia se mezclan por la falta de ayuda a las víctimas del terremoto que dejo miles de muertos.
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Kahramanmaras, epicentro de sismo devastador (7,8) que sacudió el lunes el sur y el sureste de Turquía, es solo ruina y desolación.
Pero el martes todavía no habían llegado ni ayuda ni suministros a esta ciudad de más de un millón de habitantes, situada en el sur de la región de Capadocia.
Aquí, igual que en la ciudad de Antioquía, más al sur, a las puertas de Siria, se acumulan la frustración y resentimiento hacia el Estado ausente.
Ali Sagiroglu lleva dos días esperando refuerzos, aún con la esperanza de ver a su hermano y a su sobrino, atrapados entre los escombros de su edificio.
Los ocho edificios de la urbanización Ebrar, en el centro de la ciudad, se derrumbaron sobre sí mismos. Eran las 4 de la madrugada, y pocos de los que estaban durmiendo pudieron salir a tiempo de sus pisos, aproximadamente diez por cada edificio.
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“Ni un solo funcionario”
“¿Dónde está el Estado? ¿Dónde están? Mire a su alrededor. No hay ni un solo funcionario, por el amor de Dios. Han pasado dos días y no hemos visto a nadie. Ni siquiera han traído un ladrillo. Los niños han muerto congelados”, dice Ali.
La noche anterior, la primera después de la catástrofe, una ventisca mezclada con lluvia torrencial envolvió a los supervivientes en un frío húmedo.
Sin siquiera una tienda para cubrirse, los que tenían coches pasaron la noche en ellos, mientras otros se acurrucaban alrededor de braseros en la calle.
“Ayer por la mañana aún se oían las voces que pedían ayuda en las ruinas, pero se han callado. Probablemente la gente murió congelada”, dijo un hombre de unos cuarenta años que acudió a pedir ayuda y que se negó a ser identificado.
Según él, al menos 150 personas quedaron atrapadas en cada edificio de la urbanización de Ebrar.
En las calles devastadas, los supervivientes esperan junto a los cuerpos de sus seres queridos, enrollados en una manta. Nadie viene a recogerlos.
En casa de Cuma Yildiz, hay rabia y la pena al mismo tiempo: “¿Dónde están? Hablan, hablan, se pelean como perros, pero ¿dónde están ahora?”, dice llorando.
Como para desmentirlo, el ministro del Interior, Suleyman Soylu, visitó el martes Kahramanmaras y aseguró que hasta el momento se habían desplegado 2.000 socorristas en las zonas siniestradas.
La cifra oficial de muertos el martes era de más de 3.700 en Turquía y 1.700 en la vecina Siria.
Ante la frustración creciente, el presidente Recep Tayyip Erdogan declaró el martes el estado de emergencia en las provincias afectadas.
En Antioquía, mucho más al sur, los supervivientes están en el mismo estado de abandono.
Onur Kayai, de 40 años, camina frente a su edificio en ruinas, suplicando ayuda para su madre y su hermano. Con sus propias manos ha intentado varias veces liberarlos.
“He movido tres piedras sobre la cabeza de mi hermano, pero es demasiado duro. La voz de mi madre sigue siendo clara, pero ya no oigo la de mi hermano”, cuenta.
Sin ayuda, comida ni comunicación, la población se ve obligada a valerse por sí misma.
Semire Coban, de 45 años, una maestra de guardería, corre desesperada hacia los dos equipos de rescate locales que ha localizado. Tres de sus familiares, entre ellos un sobrino, están enterrados.
“Prefieren concentrarse en los lugares donde aún se oyen voces entre las ruinas”, dice. La familia de Semire ya no responde.
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