Francisco Carrión, desde Al Qosh (Iraq)
Por primera vez en más de 1.600 años no hay misa dominical en Mosul, la segunda ciudad de Iraq. Tampoco quedan fieles que vayan en procesión hasta las catedrales caldea y ortodoxa siria. Las cruces que se alzaban en sus fachadas han sido arrancadas.
La urbe, llena de cráteres por los coches-bomba que han asolado su geografía los últimos años, ha perdido a sus últimos habitantes cristianos, expulsados por el ultimátum de los extremistas del Estado Islámico (EI) que capturaron el enclave el 9 de junio.
“Todos los cristianos se han marchado. El Estado Islámico les dio a elegir: convertirse al islam, pagar la ‘jiziya’ (impuesto) o la espada. Y, aunque algunos estuvieron de acuerdo con abonar el impuesto para seguir viviendo en la ciudad, el EI los amenazó de muerte a todos”, relata vía telefónica a El Comercio Ibrahim, un joven de Mosul que proporciona un nombre ficticio por miedo a represalias.
Durante mes y medio los yihadistas –defensores de la interpretación más radical del islam– han ido asfixiando a la otrora vibrante comunidad cristiana de Mosul. Despidieron a los fieles que tenían un puesto en la administración pública y han estrechado su asedio excluyendo a las familias cristianas del reparto de alimentos.
Unos días antes de divulgar el edicto definitivo, el EI convocó a una reunión a los líderes cristianos de la localidad, que atemorizados no acudieron. Fue entonces cuando los militantes adoptaron la solución final.
“Han confiscado las propiedades de quienes se marcharon y ni siquiera respetaron su salida. En los puestos de control les requisaron dinero y vehículos”, denuncia a este Diario el musulmán suní Atheel al Nujaifi, gobernador de la ciudad en el exilio.
MARCADOS POR LOS YIHADISTAS
Los militantes del EI han marcado las viviendas de los desterrados con las letras en árabe ‘n’, de ‘nasrani’, una palabra usada peyorativamente para nombrar a los cristianos. Las casas –que lucen ahora la leyenda “propiedad del Estado Islámico”– han sido entregadas a familias sunitas sin recursos. Además, los nuevos gobernantes de Mosul han comunicado a los vecinos musulmanes que viven en casas arrendadas a cristianos que a partir de ahora no deberán pagar el alquiler.
El ultimátum a los últimos cristianos, divulgado en pasquines y megáfonos tras el rezo del viernes, duró tres días. Cuando expiró, Mosul se había vaciado. “No hay estadísticas pero la mayoría de los cristianos ha huido”, agrega Al Nujaifi.
Era el desenlace esperado desde que el Estado Islámico –que declaró a finales de junio la restauración del califato y ha logrado diluir la frontera entre Siria e Iraq– tomara Mosul ante la desbandada del ejército iraquí.
Desde entonces, los cristianos han buscado refugio en zonas cercanas a Mosul bajo control de los ‘peshmergas’, las tropas de la vecina región autónoma del Kurdistán. Al Qosh, una aldea cristiana a 45 kilómetros de Mosul, se ha convertido en el hogar de cientos de náufragos.
UN ÉXODO CAÓTICO
“No puedo volver”, confiesa a este Diario Kalda Suleiman, una cristiana de 56 años que escapó de su Mosul natal y vive en una habitación atestada de colchones junto a otros vecinos alcanzados por la tragedia.
En la pequeña estancia también están su madre, un hijo y tres hijas.
“Nos avisaron que los terroristas habían asaltado un monasterio en Mosul y secuestrado a todos sus religiosos. Entonces decidimos huir”, relata esta secretaria que hasta su partida era empleada de un hospital.
Presos del miedo, emprendieron el éxodo a las 3 de la madrugada cuando la policía y los soldados iraquíes –desconcertados por la orden de desertar– cambiaron su uniforme por ropa civil y se dieron a la fuga.
Fue un éxodo caótico en el que no hubo tiempo de empacar los recuerdos. “Ni maletas ni dinero ni ninguna otra pertenencia”, advierte Suleiman.
A bordo del carro familiar, cruzó varios puestos de control hasta alcanzar Al Qosh, un poblado de calles angostas salpicado de iglesias y monasterios. Durante siglos, sus callejuelas han sido testigo de las arremetidas de tártaros, kurdos o musulmanes. Y siempre han vencido.
“Es un buen pueblo para vivir. El EI tampoco podrá conquistarlo ahora porque nos protegen los ‘peshmerga’”, murmura tranquilo el médico del pueblo Badr Ammonius.