El 24 de mayo, mientras en el Perú la cifra de contagiados del nuevo coronavirus se acercaba a los 120 mil casos y la curva iba en franco aumento, al otro lado del mundo una compatriota decidía suspender su participación en una misión humanitaria para regresar al país y apoyar en la lucha contra la enfermedad.
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“Desde que la pandemia inició, y ahora mismo, hay otros problemas de salud que no se han detenido en el mundo. Yo estaba en una respuesta a una epidemia de sarampión al norte de la República Democrática del Congo (RDC). Vacunamos a casi 82 mil niños, ya estábamos en la fase final del proyecto cuando tomé la decisión de regresar al Perú”, cuenta durante una llamada telefónica a El Comercio Carol Bottger, miembro de Médicos sin Fronteras que actualmente se desempeña como coordinadora de la misión que ha establecido dicha organización en la Amazonía Peruana.
Sin embargo, decidir su retorno no fue nada fácil para Bottger, natural de Oxapampa, criada en Puerto Bermúdez, graduada de la Universidad Federico Villarreal, con una maestría en Salud Pública y una especialidad en Cooperación Internacional, estas dos últimas obtenidas en Canadá. “Fue bastante duro en realidad. Pero el sentimiento de obligación o deber con los tuyos me terminó de convencer. Leía todos los días los problemas que enfrentaban mis colegas en el Perú y me di cuenta que debía volver. Nunca pretendí que cambiaría algo, pero tenía que estar a su lado para luchar”, narra.
El camino de regreso pronto se convirtió en una travesía para Carol. Primero, un vuelo humanitario la llevó de la provincia en la que se encontraba a Kinshasa, capital de la RDC. Luego, otro avión la llevaría a Etiopía, desde donde pudo hacer una conexión a Europa y permanecer unos días en Barcelona. “Le escribí a todas las embajadas peruanas en Europa explicándoles que era médico y quería venir a trabajar. Finalmente se abrió una opción, gracias a la embajada en Barcelona que me ayudó muchísimo, por lo que aterricé en Lima el 11 de junio”, detalla.
Lo que había iniciado como el deseo de ayudar a sus colegas, pronto se transformó en una misión organizada de MSF en la Amazonía, una región que Carol conocía muy de cerca. Mucho antes de trabajar en la República Centroafricana, Níger, Sudán, India, Colombia o México, y tras haberse graduado de medicina, había pasado cinco años trabajando primero con poblaciones ashaninka y luego con los urarinas.
“Esa fue mi experiencia base para luego empezar con MSF, a quienes me uní en enero del 2011. Según mi madre, desde pequeña tenía el sueño de ser médico y de hacerlo en África. Yo no sé si creerle”, ríe al recordar.
La misión en la que trabaja Carol en el país se encarga de brindar apoyo a los hospitales de Moyobamba, Tarapoto, en la región San Martín; y de Tingo María, en Huánuco. “Nuestro trabajo a nivel primario ha sido identificar los lugares donde podíamos tener un mayor impacto, decidimos que eran los más alejados, a los que para el propio sistema es complicado llegar. El trabajo secundario, por otro lado, ha sido compartir nuestra experiencia, llegamos a tener 36 especialistas trabajando. Todo esto sumado a las donaciones que hicimos llegar”, detalla.
Actualmente, muchos de estos especialistas han regresado a sus propios países para atender rebrotes de Covid-19. En cuanto a las donaciones, Bottger detalla que brindaron equipo de protección personal, equipos médicos como respiradores, ventiladores invasivos y no invasivos, consumibles y medicamentos difíciles de encontrar por la alta demanda, como dexametazona o relajantes musculares para las intubaciones.
“Vamos a las zonas más alejadas, nos quedamos dos días, damos una formación al personal sanitario y realizamos consultas conjuntas para asegurar la calidad de la atención y distribución de los medicamentos. Nuestro objetivo es llegar lo más cerca del beneficiario, si nos quedáramos en la capital de una provincia la población más alejada no recibiría nunca este apoyo”, reflexiona.
Si bien la Amazonía fue el punto de origen de su carrera, su regreso a ella no estuvo libre de sorpresas. La doctora resalta los cambios que ha encontrado, como un sistema mejor preparado o programas que antes no existían, pero también destaca el impacto que le causó conocer el sentimiento dentro de las comunidades de haber atravesado solos una situación muy compleja que los había dejado profundamente asustados.
“Para ellos es todavía muy débil el acceso a la salud y educación. Además, en nuestra experiencia con otras situaciones como la epidemia de ébola o alguna guerra, hemos aprendido que los primeros auxilios psicológicos son fundamentales y en esas comunidades los pueden realizar personas que no necesariamente sean psicólogos. Por eso trabajamos en ello y en consultas únicas, una sesión que debe terminar con el paciente aliviado de alguna forma porque sabemos que no lo volveremos a ver”, explica.
Para Carol, quien además de haber enfrentado al sarampión y al ébola ha apoyado a poblaciones víctimas de diferentes conflictos armados en el África Subsahariana, la mente es un pilar que no puede ser descuidado. Y un punto determinante en este aspecto es la información que reciban las personas.
“Al inicio de cada epidemia suele suceder que las personas necesitan respuestas. A veces no las tenemos y otras sí pero no el lenguaje adecuado. Eso da lugar a que se generen rumores, que son muy peligrosos pues pueden llevar, como nos ha pasado, a que los cuerpos médicos reciban ataques al ir a vacunar porque creen que estamos probando el fármaco en ellos”, dice Bottger.
Otro efecto adverso es detectar que la gente se está automedicando bajo la promesa de brebajes milagrosos, como el tan mentado dióxido de cloro, exponiéndose a peligros aún mayores. “El dióxido de cloro no es un medicamento, no tendríamos ni que hablar de ello. Hemos recibido pacientes que llegaron complicados por usarlo”, concluye.
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