Militantes del Estado Islámico participan en un desfile en las calles de la provincia siria de Raqqa el 30 de junio del 2014. (Reuters).
Militantes del Estado Islámico participan en un desfile en las calles de la provincia siria de Raqqa el 30 de junio del 2014. (Reuters).
Francisco Carrión

Un lustro después de autoproclamarse califa del  desde la Gran Mezquita de Al Nuri de Mosul, reapareció a fines de abril en un video de fabricación casera. Una reivindicación de su figura –tras una prolongada ausencia– que ha recordado la inquietante supervivencia de la organización yihadista y su alargada sombra.  

El líder del Estado Islámico y sus allegados consideraron que era importante demostrar que los autores de los últimos ataques en Sri Lanka y Arabia Saudí habían jurado lealtad a un terrorista vivo”, señala a El Comercio Michael Smith, analista experto en terrorismo de la universidad estadounidense Johns Hopkins.

Visiblemente desmejorado y con luenga barba canosa, Al Baghdadi discute en el video con un grupo de militantes acompañado por un fusil Kalashnikov, un guiño a las apariciones del extinto Osama bin Laden, fundador de Al Qaeda e ícono de la yihad global.






Superviviente de varios bombardeos que mermaron la cúpula del Estado Islámico, Al Bagdadi administra hoy un legado que trata de adaptarse a la sucesión de derrotas militares que desvanecieron su control territorial en Siria e Iraq. Sigue siendo el hombre más perseguido por las agencias de inteligencia de todo el mundo. Por su cabeza, el Departamento de Estado de EE.UU. ofrece una recompensa de 25 millones de dólares.

Desde su escondrijo, gestiona una organización cuyo cuartel general sigue instalado en Siria e Iraq, donde nació. En esos dos países, el grupo terrorista llegó a tener 19 ‘wilayas’ (provincias), hoy reducidas a dos: Wilayat al Sham (Siria) y Wilayat al Iraq (Iraq). Su actividad insurgente está en auge, con una escalada de los ataques en ciudades claves como Raqqa, Mosul o Faluya y áreas del norte de Siria y el Kurdistán iraquí. El jueves último, dos ataques –con horas de diferencia– sembraron el miedo en Mosul y Bagdad.

—Una telaraña mundial —

El proyecto de estado del Estado Islámico ha quedado enterrado. Hace cinco años administraba una suerte de protoestado de un millón de habitantes, manejaba ingresos anuales que superaban los US$1.000 millones y poseía un temido ejército con sofisticado armamento. Eso ya no existe, pero sí estableció una fuerza global de insurgencia distribuida en una red de ‘provincias internacionales’, creadas a partir de la adhesión de grupos yihadistas locales o la deserción de individuos de grupos rivales como Al Qaeda.

Lo de hoy es una telaraña con presencia muy activa en Egipto, donde su sucursal en la provincia del Sinaí se ha convertido en un quebradero de cabeza para el régimen de Abdelfatah al Sisi; Libia, donde llegó a controlar territorio; Yemen, en continua competencia con la filial de Al Qaeda; o Arabia Saudí. El Estado Islámico ha conseguido, además, seducir a militantes desencantados del movimiento talibán y desplegarse por Afganistán y Pakistán, firmando con regularidad ataques suicidas en Kabul.

Pero han llegado más allá. La cadena de ataques en Semana Santa en Sri Lanka certifica la rápida expansión del Estado Islámico. Su centro de operaciones se halla en Filipinas, donde sumó a su causa a Abu Sayyaf, el grupo yihadista establecido en 1991. En julio de 2014, su entonces líder Isnilon Hapilon juró lealtad al califa y se integró en el organigrama del Estado Islámico.

En África, su red tenía, hasta ahora, su corazón en Nigeria tras la adhesión del líder de Boko Haram, Abubakar Shekau. El grupo está afincado en el noreste de ese país y cuenta con Chad, Níger y Camerún en su radio de acción. A la ‘provincia’ de África Occidental le ha aparecido un ‘hermano’ en la República Democrática del Congo: la ‘wilaya’ de África Central ya ha perpetrado varios ataques.

(Foto: AP)
(Foto: AP)

—Sin antídoto para el veneno—

Esta geografía del odio, dispuesta a actuar en nombre del califa, se completa con una maquinaria de propaganda que ha resistido a la batalla militar. “Es lo más grande que se ha hecho en el mundo de la propaganda. Resulta casi imposible retirar de la red todo ese contenido”, reconoce a este Diario Alberto Fernández, ex diplomático estadounidense que tras ser coordinador de la estrategia contraterrorista de Washington dirige ahora la red de medios de comunicación en árabe de EE.UU., entre ellos la televisión Al Hurra.

La eficacia del Estado Islámico para inspirar ataques terroristas se enfrenta a la falta de estrategia de Occidente. “Es un desafío pendiente. Europa y EE.UU. están tratando de hacer algo, pero no están haciendo nada”, denuncia Fernández. “En realidad, es algo que no podemos hacer los occidentales y los no musulmanes. Tienen que hacerlo los propios musulmanes. Es una ideología que continúa instalada en las naciones árabes, un veneno que está en todas partes, incluidos los amigos de Occidente como Egipto o los países del Golfo Pérsico”. 

“El escondite de Al Baghdadi se redujo a dos sitios”

HASHIM AL HASHIMI
Experto en el EI y asesor de inteligencia del Gobierno Iraquí

—¿Cuál ha sido el objetivo de la aparición de Al Baghdadi?

El video busca acallar los rumores de que había abandonado a sus seguidores y dejado Iraq y Siria. Su reaparición frenará las deserciones e insurgencias en el seno del grupo, reducirá los reproches y el descontento que su largo silencio había provocado en la organización. 

—En los últimos meses las informaciones habían sugeridos intentos internos de derrocarlo...

Así es. Las informaciones que manejamos son filtraciones que vienen de miembros del Daesh (acrónimo en árabe del Estado Islámico) en el área de Baghuz (último bastión del grupo en Siria, conquistado por las Fuerzas Democráticas Sirias a fines de marzo). Quienes intentaron defenestrarlo son militantes procedentes de Túnez, Argelia y Marruecos. Ya antes hubo tentativas de rebelión interna, pero no acciones contra el líder mismo sino contra la administración del grupo.

—¿En qué zona se oculta Al Baghdadi?

Los servicios de inteligencia iraquíes han reducido su posible escondite a dos sitios: Wadi Hauran, una vasta área desértica de la provincia occidental iraquí de Al Anbar, y los alrededores de Homs (Siria), porque su hijo Hudaifa al Badri falleció allí en julio del año pasado, y sabemos que se trasladaba con su padre. Al Baghdadi se movería por zonas habitadas por beduinos. Los servicios secretos de la coalición internacional liderada por EE.UU. tratan de localizarlo, detenerlo o liquidarlo desde setiembre del 2018.

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