La masacre de 50 personas en Nueva Zelanda subraya las maneras contagiosas en las que la ideología y la violencia de la extrema derecha se han diseminado en el siglo XXI, incluso en un país donde no ocurrían tiroteos masivos desde hace más de dos décadas, y que rara vez se asocia con la extrema derecha.
Puede que Nueva Zelanda esté a miles de kilómetros de Europa o Estados Unidos, pero los videos del asesino demuestran que estaba profundamente alineado con la extrema derecha mundial: era un hombre familiarizado con la iconografía, las bromas internas y los modismos de distintos grupos extremistas de toda Europa, Australia y América del Norte, además de que era parte del ecosistema de la extrema derecha en Internet.
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Un manifiesto vinculado con el presunto asesino, que lo dio a conocer en sus redes sociales la mañana de la masacre, sugiere que su autor se considera a sí mismo un discípulo y un camarada de asesinos supremacistas blancos. El sospechoso, identificado en documentos judiciales como Brenton Harrison Tarrant de Australia, también saludó al presidente Donald Trump y, aunque se burló de sus habilidades de liderazgo, lo llamó “un símbolo renovado de la identidad blanca y el propósito común”.
Tarrant fue acusado el sábado de homicidio en relación con los asesinatos.
El autor del ataque estaba particularmente influenciado por las ideas y los métodos de Anders Breivik, el terrorista de extrema derecha noruego que mató a 77 personas en el 2011 y cuyo propio manifiesto de 1.518 páginas inspiró a varios imitadores extremistas; entre ellos, según las autoridades, a Christopher Hasson, el teniente de la Guardia Costera que enfrenta cargos federales por planear un ataque terrorista en Estados Unidos que sigue el patrón de Breivik.
En efecto, el manifiesto era un homenaje a los asesinos supremacistas blancos. El autor se inspiró en Dylann Roof, el supremacista blanco que mató a nueve afroestadounidenses en una iglesia en Charleston, Carolina del Sur, en el 2015, además de Luca Traini, Anton Lundin Pettersson y Darren Osborne, quienes ejecutaron ataques racistas en Europa en años recientes.
Su ropa y sus armas también fueron seleccionadas con sumo cuidado. Vestía un parche con un emblema usado por varios grupos neonazis de todo el mundo, incluida Australia. En su rifle garabateó un credo nacionalista blanco popularizado por el terrorista estadounidense y neonazi David Lane. En su chaleco antibalas había un símbolo comúnmente utilizado por el Batallón Azov, una organización paramilitar neonazi ucraniana.
Además, mientras transmitía en vivo un video desde su automóvil, se escuchaba una canción dedicada a Radovan Karadzic, el serbio de Bosnia responsable de las muertes de miles de musulmanes bosnios y croatas durante la guerra étnica en los Balcanes de los años noventa.
La omnipresencia de las redes sociales, así como la accesibilidad de páginas web como 4chan y 8chan en las que la extrema derecha se reúne en Internet, le permitieron sumergirse fácilmente en la conversación extremista, dijo Matthew Feldman, director del Centro para el Análisis de la Derecha Radical, un grupo de investigación con sede en el Reino Unido.
“La gente que lee estas cosas puede estar en Nueva Zelanda, Noruega o Canadá, así como en Estados Unidos”, comentó Feldman. “Internet no tiene fronteras. Además, no solo no tiene fronteras, sino que tiene sitios como 4chan que se construyeron para extremistas de derecha. Tienes anonimato si así lo quieres y estas publicaciones de incitación no se van a eliminar de inmediato”.
Si bien el manifiesto recalca la propagación del extremismo a través de los profundos rincones de Internet, también demuestra cómo el discurso y los temas recurrentes de los extremistas se han infiltrado en la política y los medios convencionales.
Trump, quien condenó los ataques, con frecuencia ha hecho comentarios racistas, ha promulgado políticas contra los migrantes y los musulmanes, y se ha congraciado con nacionalistas blancos, quienes, según el presidente estadounidense, incluyen a “gente muy buena”.
El viernes, Trump dijo que los asesinatos de Nueva Zelanda eran una “desgracia terrible”. Cuando los reporteros le preguntaron si consideraba que el nacionalismo blanco era una amenaza que estaba en aumento en todo el mundo, Trump contestó que no.
“Me parece que es un grupo pequeño de personas que tienen problemas realmente muy serios, supongo”, dijo Trump. “Si uno ve lo que pasó en Nueva Zelanda, tal vez sea así. No sé mucho sobre el tema todavía”.
El principal objetivo del autor del manifiesto era evitar que los musulmanes y las personas que no son de raza blanca se apoderaran de la sociedad occidental, además de hacer un llamado a los países de mayoría blanca a “acabar con la inmigración”, deportar a los que no son blancos y tener más hijos para detener el declive de las poblaciones blancas.
“Eliminemos a los invasores”, decía el manifiesto. “Recuperemos Europa”.
Estas metas se nutren de la retórica furiosa de varios políticos populares en Europa, entre ellos el ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, y Viktor Orbán, primer ministro de Hungría.
Orbán ha condenado el concepto de una sociedad multiétnica, se ha presentado a sí mismo en repetidas ocasiones como un defensor de la Europa cristiana contra los islámicos percibidos como invasores y ha implementado políticas que alientan a las madres húngaras a tener más hijos.
El viernes, apenas unas horas después del tiroteo en Christchurch, Orbán regresó a esos temas en un importante discurso en el que no mencionó la masacre de Nueva Zelanda.
“Sin la cultura cristiana, no habrá libertad en Europa”, dijo. “Si no protegemos nuestra cultura cristiana, perderemos a Europa”.
Aunque su membresía es debatible, el partido de Orbán es parte de una alianza de partidos políticos de centroderecha de toda Europa, cuyos miembros incluyen a la canciller alemana Angela Merkel y al presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker.
“Las ideas expresadas en este manifiesto son ampliamente compartidas más allá de los grupos minoritarios realmente fanáticos, no solo en la extrema derecha sino también en la corriente dominante”, comentó Tore Bjørgo, director del Centro de Investigación sobre Extremismo de la Universidad de Oslo. “Pero hay muy pocos”, fuera de los grupos minoritarios de la extrema derecha, “que subirían de tono y tratarían de iniciar una guerra racial”.
© "The New York Times"