Christchurch. Solo estuvo tres años en esta tierra, pero de alguna forma, dijo un amigo, parecía un alma vieja. Antes de convertirse en la víctima de la masacre de Christchurch más joven, Mucaad Ibrahim, de 3 años, tenía una inteligencia superior a la de su edad y una afinidad hacia sus mayores.
Sin embargo, el viernes, cuando un hombre armado irrumpió en la mezquita donde Mucaad estaba sentado con su hermano mayor y padre, fue la juventud de Mucaad lo que lo dejó tan vulnerable. En el caos que siguió cuando las personas huían de las balas, el pequeño se separó de su familia. El domingo, su hermano Abdi Ibrahim dijo que la policía confirmó lo peor: su amado niño estaba muerto.
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Cada una de las 50 vidas perdidas en la despiadada descarga de violencia perpetrada por un supremacista blanco dejó una dolorosa herida en esta unida ciudad. Sin embargo, la muerte de Mucaad, con sus grandes ojos cafés y sonrisa dulce, golpeó con una ferocidad particular.
“Era querido por esta comunidad”, dijo Ahmed Osman, un cercano amigo de la familia. “Han sido días difíciles. Han sido días realmente muy difíciles”.
Mucaad era un alegre y enérgico niño que siempre parecía estar riendo, dijo Abdi. Era brillante, con una debilidad por la tecnología. Su juguete favorito era un iPad.
La inteligencia del pequeño impresionaba a Osman. Mucaad parecía disfrutar hablando con gente mayor, agregó.
“Era muy accesible”, dijo Osman. “Era de conversación fácil”.
Casi todos los viernes a las 6 de la tarde Mucaad iba al parque no lejos de la mezquita donde le arrebataron la vida. Ahí, veía a Abdi jugar fútbol con Osman y sus amigos. El niño se paraba en la banda para animarlos y pateaba solo el balón en el césped, recuerda con una sonrisa Osman.
Como de costumbre, Mucaad planeaba ir al parque la tarde del viernes, pero nunca tuvo la oportunidad.
El domingo, Abdi esperaba en el aeropuerto de Christchurch la llegada de otro de sus hermanos, Abdifatah Ibrahim, quien estaba en el extranjero cuando sucedió la masacre. El tiroteo, dijo Abdi, todavía parece una pesadilla.
“Mi mamá está sufriendo”, dijo Abdi. “Cada vez que ve a otras personas llorando, emotivas, simplemente se derrumba”.
Pocos minutos después, Abdifatah cruza las puertas de llegada. Él y Abdi se abrazan fuerte y de ahí se van a esperar que entreguen el cadáver de su pequeño hermano para llevar a reposar una vida que terminó antes de que realmente empezara.
Fuente: AP