“¡Ya Chávez no echa vista!”, exclama vehemente el caraqueño Rubén Reinoza, de 23 años, al ser cuestionado por los famosos murales del “comandante supremo”, desaparecidos en su mayoría. En el centro de la capital, tan disparatado como siempre, ya no se siente el orwelliano 1984 de la revolución a 10 años de la muerte de Hugo Chávez, esos carteles y grafitis con los ojos del expresidente que parecían vigilar el buen camino del chavismo. Ni en la azotea de la Asamblea Nacional ni encima del Banco de Venezuela, que fueran dos de los más emblemáticos.
La transición desde la omnipresencia del expresidente a su paulatina desaparición no ha pasado desapercibida en medio del derrumbe, sobre todo para quienes piensan que con Chávez “no hubiera pasado”. Y también para aquellos que lo consideran el principal culpable del hundimiento del país.
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El paseo por Caracas constata la nueva realidad del “Venezuela se arregló” impuesta por Nicolás Maduro, el elegido de Chávez. Una especie de capitalismo salvaje y opulento, exclusivo para chavistas y “boliburgueses”, una burbuja donde el derecho de admisión son los dólares, muchos dólares, con precios desorbitados, dos o tres veces más que en la vecina Colombia. Muy poco queda del desvarío socioeconómico que impuso el “mesías de los pobres”, y que estalló poco después de su muerte.
A 200 metros del mausoleo del Cuartel de la Montaña resiste la humilde capilla del Santo Hugo Chávez del 23, en el corazón del bastión revolucionario del barrio 23 de Enero. El mural titulado “Dios con nosotros, quién contra nosotros” preside el interior de la vetusta estancia, decorada con unas plantas famélicas que ni siquiera parecen de la tierra.
Poco más, apenas un retrato arrinconado de Juan Pablo II y una leyenda escrita a mano sobre una madera descolorida que pretende recordar glorias pasadas: “Chávez vive, la lucha sigue. El gigante es nuestro líder mundial”.
Hasta el Cuartel de la Montaña tapó con parches el paso del tiempo. Para este domingo se espera una gran reapertura, precisamente cuando se cumplen 10 años de la muerte del gran líder (la “siembra” del comandante), el militar que intentó emular a Simón Bolívar para exportar su socialismo del siglo XXI al resto de la región y que acabó abriendo la puerta para el mayor descalabro social y económico de la historia continental.
“Se cumplen 10 años que parecen cien. Pero por la intensidad parece que fue ayer cuando le dimos el último saludo. La mejor forma de recordar a Chávez es como reto de futuro, una sonrisa y la cara puesta al horizonte”, subrayó Maduro el miércoles durante una jornada agraria en el estado llanero de Portuguesa. El “hijo de Chávez” asumió desde su llegada al poder el culto semirreligioso a la figura de su padrino, incluso inventó aquel estrambótico capítulo del pajarito que le pió sus mensajes desde el más allá.
El tiempo y los asesores cubanos transformaron el culto a Chávez en el culto a Maduro para fortalecerlo, incluso con los cómics de Superbigote para parecer un superhéroe en medio de la decadencia revolucionaria. El nombre de Chávez se sigue utilizando en vano, pero de una forma mucho más comedida.
“El culto a Chávez seguirá siendo religión de Estado en Venezuela mientras la revolución siga en el poder. La relación de Maduro con su jefe permanecerá con ese movimiento pendular que lo invoca cuando necesita confrontar a sus adversarios dentro de la revolución y al momento de convocar a los chavistas a las urnas”, dijo a la nacion el sociólogo Gianni Finco, uno de los grandes estudiosos de la propaganda bolivariana.
Disidencia
Los adversarios dentro de la revolución tienen nombre: el chavismo disidente. “En la Venezuela de Maduro no existe Chávez, es la antítesis de su proyecto. Maduro ha desmantelado el proyecto de Chávez, un opositor no lo hubiera hecho mejor. Todo lo que formaba parte de su discurso está siendo demolido. No basta con borrar los murales o las pintadas, el espíritu de Chávez está vivo y la rebeldía del pueblo venezolano está emergiendo de nuevo”, protesta a LA NACION desde su exilio en España Gabriela del Mar, que fue Defensora del Pueblo en el gobierno de Chávez y en la primera etapa de Maduro y hoy es militante del chavismo disidente.
En un sorprendente sondeo de More Consulting, el 48,4% de los encuestados votarían por Chávez en la actualidad, frente al 48,2% que no lo harían.
“Para un porcentaje importante de los venezolanos, Chávez es una especie de deidad. Querámoslo o no, estará presente en el imaginario social venezolano por muchísimo tiempo. Hablar del chavismo es como hacerlo del castrismo en Cuba o del peronismo en la Argentina”, explica el analista Andrés González.
Ya sea supervivencia, ruptura o adaptación, Maduro se fue distanciando del legado de su antecesor. O lo traicionó, como asegura el chavismo disidente. Para los ojos de la mayoría, el “presidente pueblo” es el responsable de su tragedia, el que ha impuesto la pobreza y el hambre en buena parte del país.
Pese al resquebrajamiento de la oposición y pese a las proclamas de la victoria económica revolucionaria, Maduro es el presidente peor valorado en América Latina (73% en contra, según DatinCorp), frente al salvadoreño Nayib Bukele, que encabeza el ranking regional con un apoyo que supera el 90%. Incluso dentro del apoyo al chavismo que todavía persiste en Venezuela, en torno al 25%, se distinguen dos grandes grupos de parecidas proporciones: los descontentos con Maduro y quienes lo apoyan.
“Paradójicamente el haber intentado convertir a Chávez en un ícono político y religioso como lo es Simón Bolívar desde finales del siglo XIX impidió que Maduro afronte de manera crítica la gestión de su predecesor: parte de la crisis económica, la corrupción y el desmontaje de las instituciones se originó con Chávez y las trabas, demoras y dudas para aplicar correctivos se debió, en parte, a un respeto a los compromisos adquiridos por su antecesor”, profundiza el sociólogo Finco.
“Tengo la seguridad de que lo que falta por hacer lo vamos a hacer”, concluyó Maduro en su penúltima alocución televisiva. La revolución ya se prepara para las “elecciones” presidenciales del año que viene, con las que el “hijo de Chávez” pretende legitimizarse hasta 2030 ante los ojos de su país y del mundo.
Por Daniel Lozano