Por Nicholas Casey | Maracaibo, Venezuela — La ciudad ya estaba cerca del colapso mucho antes de que se fuera la luz. Pero después llegó el apagón y la anarquía.
Durante días y noches, multitudes de personas saquearon 523 tiendas en Maracaibo mientras los residentes resguardaban sus entradas con armas en mano para protegerse de los saqueadores. Decenas murieron en hospitales. Había cadáveres en descomposición en la morgue. Y los pocos alimentos que quedaban en los refrigeradores se pudrieron mientras el hambre campeaba en la nación.
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Manejé hasta Maracaibo con Meridith Kohut, una fotógrafa de The New York Times, para atestiguar el caos que produjo un apagón devastador, probablemente el más largo en un país que ya estaba muy afectado por la crisis económica y la escasez de alimentos, medicamentos y agua. A lo largo del camino, el humo se elevaba por la carretera mientras los propietarios de los negocios quemaban la basura que dejaban atrás los saqueadores. De noche, solo los faros de los automóviles se abrían paso entre la oscuridad, revelando las siluetas de los peatones.
Todo el país estuvo hundido en la oscuridad durante seis días continuos. Sin embargo, aquí en Maracaibo, una cálida ciudad costera, la pesadilla continuó durante más de una semana: la gente desesperada buscaba comida en las tiendas saqueadas o cerradas, y formaban largas filas en las pocas panaderías que tuvieron la valentía de seguir abiertas. Muchos negocios quedaron reducidos a montones cristales rotos y pilas de mercancías quemadas.
Everto León, de 58 años, se sentó en una carretera totalmente oscura porque el corte eléctrico continuaba, a poco tiempo en auto de donde había sucedido la peor parte del saqueo. Su silueta, apenas visible de noche, mostraba los tumores debajo de su quijada que fueron provocados por el cáncer que lo estaba matando.
“No tengo la medicina que necesito, y ahora la probabilidad de conseguirla es nula”, dijo León, y agregó que los saqueadores habían vaciado todas las farmacias cercanas.
El corte de energía se ha convertido en el campo de batalla más reciente en un país donde dos hombres afirman ser presidentes.
Juan Guaidó, el dirigente de la oposición que es reconocido por más de 50 países como el líder legítimo de Venezuela, ha ofrecido este acontecimiento como prueba de que el Estado ha fracasado. El presidente Nicolás Maduro ha culpado a Estados Unidos, pues dice que colabora con la oposición para sabotear la red eléctrica, por lo que mandó a iniciar una investigación contra Guaidó y envió a una comisión de agentes de inteligencia para detener a un periodista reconocido por su supuesta participación en el apagón.
Los líderes sindicales han declarado que lo más probable es que el corte eléctrico haya sido el resultado de un simple incendio en la maleza que desestabilizó la red eléctrica del país. Este suceso enfatiza la falta de mantenimiento a infraestructura clave y los años de mala gestión de la economía del país, que se han convertido en los aspectos distintivos del colapso económico de la nación. Además, reveló la desoladora realidad de Venezuela: cuando no hay electricidad, no hay Estado de derecho.
“Podías escuchar a los médicos en el hospital gritándoles a los pacientes en la oscuridad: ‘¡Aguante!’ ‘¡Resista un poco más!’. Pero eso no les quita el dolor”, dijo un médico en un hospital público en Maracaibo, quien pidió no ser identificado por temor a las represalias del gobierno. “Seis días sin electricidad en el siglo XXI. ¿Cómo es posible?”.
Al principio fue tan parecido al resto de los apagones que frecuentemente suceden en Venezuela, que pocos se sorprendieron. Maracaibo se encuentra en el estado más poblado de Venezuela y fue el primero en recibir energía hace generaciones. No obstante, actualmente se encuentra en el extremo occidental de la red eléctrica y es una abrasadora ciudad caribeña cuyo alto consumo de energía ha provocado que la electricidad falle y se restablezca constantemente durante los últimos tres años.
Cuando se fue la luz, alrededor de la una de la tarde un jueves, David Ardila, publicista, intentó seguir trabajando.
“Creímos que era un racionamiento normal de electricidad”, dijo. Los apagones constantes generalmente terminaban antes del anochecer, como bien lo sabía Ardila. Pero entonces su esposa lo llamó. No era un corte eléctrico normal. No se limitaba a su barrio, le dijo.
Todo el país —con sus 30 millones de habitantes— estaba sin electricidad. “No había televisión ni radio ni wifi. No había nada”, comentó Iveth Figueroa. “Estábamos totalmente incomunicados”.
Sin embargo, parecía una falla que pronto se controlaría. Cuando las baterías de los celulares comenzaron a agotarse el viernes, un vecino encendió un generador y permitió que los demás residentes cargaran sus dispositivos.
Pero la comida, cuyo suministro siempre es escaso en Venezuela, se estaba volviendo una preocupación en el vecindario. El sábado, muchos comenzaron a darse cuenta de que cualquier carne que tuvieran en los refrigeradores pronto comenzaría a pudrirse. Por medio de estufas aún conectadas al servicio de gas, algunos residentes cocinaron la carne, mientras que otros trataron de salarla y deshidratarla.
Conforme pasó el día, la gente comenzó a acudir a las pocas gasolineras que seguían abiertas mientras filas de cientos de autos daban la vuelta a varias esquinas bajo el sol. Una manifestación organizada por la oposición fue reprimida por la policía de manera violenta. Maduro, que no dijo nada sino hasta el fin de semana, apareció en televisión, pero dijo poco sobre los planes del gobierno para atender el problema.
“No nos dieron información”, dijo Figueroa, a quien le preocupaba que el resentimiento popular pronto fuera a estallar. “Fue como una de esas películas de catástrofes que solían filmar, como Soylent Green o Underworld. Tendríamos que idear nuestras propias maneras de sobrevivir”.
Los primeros disparos se escucharon el lunes afuera del vecindario de Omar Chávez.
Chávez acababa de regresar de buscar unas medicinas para su hija y abastecerse de dólares cuando escuchó el comienzo de un disturbio. Fue a un lugar seguro y se puso en estado de alerta.
“Podíamos ver por lo binoculares que estaban saqueando todo”, dijo Chávez. “Los propietarios trataban de defender sus locales disparando, no para matar, aunque creo que hubo muchos muertos. Nadie estaba controlando a la gente”.
Un grupo de más de mil personas había bajado a La Curva, un distrito comercial de Maracaibo, para romper vitrinas y robar las mercancías, de acuerdo con los comerciantes. La guardia nacional de Venezuela, plagada por meses de deserciones, no apareció por ningún lado.
“En medio del apagón no había autoridad”, comentó Miguel Sierra, quien estaba vendiendo detergente para ropa cuando llegaron los saqueadores.
Mientras caía la noche, la multitud comenzó a incendiar las tiendas.
“Creo que comenzaron los incendios porque no había luz; no había otra manera de ver qué se podían llevar”, dijo Marbella Jiménez, quien tiene un puesto de venta informal.
Mientras continuaban los disturbios, los hospitales se preparaban para recibir a los lesionados, que pronto llegaron con heridas de bala o lesiones causadas por los cristales rotos. Pero los hospitales, que apenas tenían jabón debido a la escasez, ahora tampoco tenían electricidad.
Un funcionario médico de alto nivel, que habló bajo la condición de mantener su anonimato por miedo a las represalias, dijo que 47 personas murieron en el principal centro médico de Maracaibo.
“Por lo menos la mitad puede adjudicarse a la crisis”, dijo el funcionario, quien citó a pacientes que murieron de insuficiencia cardiaca o complicaciones relacionadas con la diabetes.
Los funcionarios médicos también mencionaron que varios jóvenes que llegaron con heridas de bala tuvieron que someterse a amputaciones en vez de recibir tratamientos menos brutales que podían complicarse si continuaba el apagón.
“Era como entrar a la guarida de un león; era una cueva oscura”, dijo el médico sobre el hospital. Rechazó revelar su nombre por miedo al gobierno. “Lo peor era el olor: era un aroma fétido y sangriento, y el calor hizo que la atmósfera resultara densa y horrible”.
En un hospital que solo tenía la electricidad de un generador para mantener en servicio la sala de emergencias, un grupo armado entró sin ser visto y asaltó a los pacientes que se encontraban en dos pisos, de acuerdo con los médicos. En otro centro médico el ala de maternidad no tenía ventanas, y las mujeres embarazadas tuvieron que ser reubicadas a una plaza exterior, dijeron los médicos.
Esta semana, Maduro afirmó que su gobierno había determinado la causa del corte eléctrico: un “ciberataque electromagnético”, organizado por el gobierno estadounidense desde Houston y Chicago.
La explicación no convenció a Figueroa ni a muchos otros durante el octavo día sin luz en su vecindario. Hasta que un repentino milagro llamó su atención: la electricidad, por fin, había regresado.
Un grito de entusiasmo se escuchó mientras los faroles de las calles iluminaban los rostros de los vecinos que estaban sentados en un jardín oscuro. Pero nadie sabía cuánto duraría la electricidad ni cuándo se iría de nuevo.
“Es algo nuevo; el gran problema que todos sufrimos por igual”, dijo Figueroa.
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Gustavo Ocando colaboró con este reportaje desde Maracaibo.
© "The New York Times"