El título de este artículo puede sonar irónico. La Copa del Mundo fue criticada por los gastos supuestamente excesivos que significó. Pocos meses después, salimos de las elecciones vistos por analistas del mundo como un país geográfica, política y socialmente dividido por la mitad. ¿No sería preferible olvidar este año incluso antes de que termine? En mi opinión, no.
Hasta hoy muchos números equivocados continúan siendo publicados sobre la Copa del Mundo. En primer lugar, el presupuesto total del evento, calculado en US$11,5 mil millones, no representó gastos espectaculares para el Gobierno Brasileño. Gran parte de esos recursos fueron concesionados a la iniciativa privada en modelo de asociación público-privada. La distorsión se hace más evidente cuando se comparan las inversiones realizadas durante los varios años de preparación para la Copa del Mundo, con lo que el Gobierno Federal gasta anualmente en otros sectores. Por ejemplo, US$92,211 mil millones en salud o US$125,35 mil millones en educación, 8 y 11 veces, respectivamente, la inversión del Mundial, la cual fue en gran parte desembolsada por privados. Recordemos que el presupuesto total anual del Gobierno Federal equivale a US$537,15 mil millones, 46,5 veces mayor que el de la Copa del Mundo.
Por lo tanto, no es cierto que la realización del evento que llevó a un millón de turistas a Brasil haya sido financiada con recursos que faltaron para otras áreas. La copa fue un éxito de organización, reconocido por los medios de comunicación en el mundo, y la infraestructura construida contribuyó al bienestar de los brasileños.
Además, que el resultado de las elecciones presidenciales haya sido tan parejo llevó a muchos a concluir que Brasil es un país dividido. Si bien la victoria de la presidenta Dilma Rousseff fue estrecha, continúa siendo superior a resultados de elecciones históricas en otras grandes democracias comparables a Brasil: en las elecciones de 1960, John F. Kennedy venció a Richard Nixon por apenas 0,175% de diferencia.
Asimismo, mucho se comentó acerca del “modelo brasileño”. ¿Cuál es el real papel de los programas sociales en Brasil? ¿Hasta qué punto fueron decisivos para el resultado de esas elecciones? No sería útil, en los límites de este artículo, discutir sobre los efectos redistributivos de los programas. Sin embargo, no está de más recordar que en el 2014, por primera vez, Brasil dejó de figurar en el mapa del hambre publicado por la FAO. La verdad es que los programas sociales no pesan excesivamente sobre el presupuesto fiscal: si volviéramos a usar como referencia la Copa del Mundo, sus inversiones son casi equivalentes (96%) del gasto anual con el programa Bolsa Familia, en implementación, que beneficia a 11 millones de familias (85% mujeres).
Existe también un mito según el cual los beneficiarios del programa Bolsa Familia se harían dependientes de esa supuesta “limosna” y no ascenderían socialmente. Sin embargo, en los últimos años, 1,7 millones de beneficiarios solicitaron voluntariamente ser excluidos del programa, por haber alcanzado mayores rendimientos en actividades remuneradas. Asimismo, por cada real gastado en Bolsa Familia hay un retorno de crecimiento en el PBI equivalente a 1,78 reales. Esto nos recuerda el comentario del ex presidente Lula en su última visita a Lima: “Sale barato atender las necesidades de los pobres”.
Algo más profundo también escapó a los análisis del llamado “modelo brasileño” en esas elecciones: el contenido político que le da sustancia. Basta constatar los nombres de los tres principales partidos políticos brasileños que presentaron candidaturas viables en el 2014: el Partido de los Trabajadores, el Partido de la Social Democracia Brasileña y el Partido Socialista Brasileño. Los tres cargan en su nombre el compromiso con la democracia social brasileña. Eso no quiere decir que no exista polarización ideológica, como fue demostrado en la reñida disputa electoral.
El compositor Tom Jobim solía decir: “Brasil no es para principiantes”, al encontrarse con extranjeros y nacionales que se asombraban al comprobar que lo que ocurría en Brasil no coincidía con sus prejuicios. También decía que Brasil parecía funcionar “de cabeza” para aquellos que desconocen su realidad.
Tal vez como en ningún otro año esas dos frases hayan tenido tanto sentido. Si estuviera vivo, Tom Jobim se habría divertido con la avalancha de artículos, comentarios y análisis de “especialistas” y profetas sobre los acontecimientos recientes en Brasil y la impresión engañosa que dejaron.